Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario PÚBLICO, 12 de abril de 2012
Este artículo señala que el
eslogan utilizado por el movimiento Occupy Wall Street de Estados Unidos
(”son el 1%”), que correctamente señala la enorme concentración de las
rentas y la riqueza en Estados Unidos y otros países incluido España, es
insuficiente pues el dominio que tal grupo poblacional tiene sobre la
sociedad se realiza con la complicidad de otro 9% de la población que juega un papel fundamental en la reproducción del sistema.
Una consecuencia de las políticas
neoliberales llevadas a cabo en la mayoría de países de la OCDE desde la
época del Presidente Reagan en EEUU y de Margaret Thatcher en Gran
Bretaña, ha sido la enorme concentración de las rentas en aquellos
países, alcanzando niveles desconocidos desde la época que precedió a la
Gran Depresión a principios del siglo XX. Un caso
claro es EEUU. En el año 1929, el 1% de renta superior de la población
tenía el 24% de toda la renta del país. Las reformas New Deal
introducidas por el Presidente Franklin Roosevelt (que es todavía hoy el
Presidente más popular que ha tenido EEUU), que consistieron en el
establecimiento de políticas redistributivas, en la introducción de
políticas sociales universales (como la Seguridad Social), en facilitar
la sindicalización -que causó un gran aumento de los salarios-, así como
en el aumento del gasto público en inversiones en la infraestructura
del país, -creando gran cantidad de empleo- determinaron una reducción
muy notable de tal concentración de las rentas y riquezas. Las políticas
redistributivas se mantuvieron durante el periodo 1934 a 1978. Incluso
durante la administración Republicana del Presidente Eisenhower, el 1%
superior de la población (los súper ricos) pagaron en impuestos por sus
ingresos casi un 80% de su renta.
Tales políticas cambiaron desde el
establecimiento del neoliberalismo, a partir del Presidente Reagan,
introduciéndose medidas opuestas a las realizadas en la época anterior.
La progresividad fiscal se diluyó, los programas de carácter universal
se redujeron y los sindicatos fueron debilitados como consecuencia de
intervenciones públicas (tales como la desregulación de los mercados
laborales) que determinaron, de nuevo, una enorme concentración de las
rentas, alcanzando su máximo de nuevo en el año 2008, cuando poseyeron
de nuevo el 28% de la renta nacional. Esta enorme concentración de las
rentas creó un problema económico mayor. Esta concentración se consiguió
a base de la reducción de las rentas del trabajo, creando con ello un
problema de demanda de mayores proporciones. Como había ocurrido en los
años veinte del siglo XX, la polarización de las rentas en aquel momento
causó la Gran Depresión, de una manera semejante que ahora esta
concentración ha originado la Gran Recesión.
Este 1% de la población es el que
consigue sus ingresos predominantemente de las rentas del capital y
tiene un enorme poder financiero, empresarial, mediático y político,
pues controlan los medios de financiación, de producción, de información
y difusión, con la complicidad del Estado, cuyas políticas han
facilitado tal concentración. De ahí que el movimiento Occupy Wall
Street en EEUU los señale, con razón, como los responsables de la crisis
financiera y económica. (Es interesante subrayar que es un indicador de
la enorme influencia mediática y política de los súper ricos que la
concentración de las rentas y de las riquezas como causa de la Gran
Recesión apenas aparece en los medios).
Ahora bien, hay que concienciarse de que
por mucho poder que tenga este 1% (y lo tiene, y mucho), su poder se
apoya en una parte de la sociedad (otro 9%) cuyas rentas dependen de la
existencia de este 1%. Es decir, el 1% es parte del 10% de renta
superior que consigue amplios beneficios de esta concentración de la
renta. Este 10% controla hoy el 52% de toda la renta de EEUU, habiendo
seguido una evolución semejante que la del 1% descrito anteriormente. En
1928 tenía el 52% de la renta. Bajó hasta el 32% en 1978, para subir de
nuevo al 52% en el 2008.
El problema, pues, no se limita al 1%,
sino al tope 10%, que incluye a los profesionales al servicio del
sistema financiero, económico y mediático del país y de cuyos servicios
obtienen enormes beneficios. Entre este 10% están todos los que dirigen
las instituciones reproductoras del sistema financiero, económico y
mediático, y cuyo poder de reproducción de valores y promoción de
imágenes (como es la promoción de la postura de que no hay alternativas a
las que el establishment propone) es vital para la permanencia del
sistema. Hoy tales instituciones tienen un dominio sobre el Estado y una
hegemonía sobre los aparatos culturales e ideológicos que facilitan tal
control. De ahí que, aún cuando los que “mandan” en la sociedad son
sólo un 1% de la población, este mando no puede ocurrir sin este otro
9%, sumando un 10% que no va a ser fácil de cambiar.
Ahora bien, hay que ser también
conscientes de que la gran mayoría de la población hoy sabe quiénes son
los responsables y su movilización puede forzar este cambio. Según las
últimas encuestas realizadas en EEUU, la mayoría de la ciudadanía (que
varía según la encuesta de un 68% a un76%) no cree que la economía
funcione para el bien de todos, y una mayoría semejante no cree que el
Congreso de EEUU represente sus intereses. Un tanto parecido ocurre en
la gran mayoría de países de la OCDE. Concretamente, en España, la
mayoría de la población no cree que la economía esté funcionando para el
bien de todos o que la clase política responda a sus intereses. La
causa de esta alienación política es fácil de ver, aún cuando sea
difícil leerlo u oírlo en los mayores medios de información: la enorme
concentración de las rentas y de las riquezas en un sector minoritario
de la población (no más de un 10%) y su excesiva influencia política y
mediática en nuestras sociedades. Y la población es consciente de ello.
De ahí el enorme temor y represión del sistema hacia estos movimientos
sociales, como el movimiento 15-M en España o el movimiento Occupy Wall
Street en EEUU que, continuadores de movimientos contestatarios como los
sindicatos y otros movimientos sociales, critican al sistema,
subrayando la falta de coherencia entre discurso y narrativa oficial pro
democrática del establishment político y mediático del país por una
parte, y la realidad profundamente antidemocrática que aparece en sus
prácticas cotidianas y en sus políticas públicas, todas ellas llevadas a
cabo sin ningún apoyo o mandato popular.
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