Juan Torres López
es una persona comprometida con la Justicia con mayúscula. Catedrático
de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla y autor de numerosas
publicaciones, desarrolla una importante labor de concienciación sobre
la necesidad de una economía al servicio de la persona y sobre la
urgencia de articular una respuesta social y política a la situación que
estamos padeciendo. En él llama la atención su coherencia entre ideas y
vida, y su profundidad ética.
Ahora, acaba de publicar en ediciones HOAC un libro titulado «Contra la crisis, otra economía y otro modo de vivir».
El
libro es una selección de artículos ya publicados, debidamente
clasificados, cuya lectura provoca la sensación de haber recibido un
aldabonazo en la conciencia que interpela, convoca y llena de esperanza.
–En
los artículos que componen el libro nos presentas una visión muy seria,
por no decir dramática, de la situación actual. ¿Realmente es tan grave
lo que está sucediendo?
–Yo
quiero ser siempre optimista. Lo soy. Y trato de transmitir siempre un
horizonte de esperanza. Creo en los seres humanos. Pero eso no me impide
ver la situación tal y como es: unas 35.000 personas mueren de hambre
cada día cuando las Naciones Unidas dicen que disponemos de capacidad
potencial para producir alimentos para 12.000 millones de personas. El
60% de los trabajadores del mundo trabajan sin ningún tipo de seguro ni
protección social mientras que hay una minoría de personas cada vez más
rica. Es muy terrible.
–El
problema de la pobreza y el hambre en nuestras sociedades y en el mundo
es uno de los temas que abordas. ¿Es verdad que no les interesa el
hambre de las víctimas?
–Yo
no sé si les interesa o no en el fondo de su corazón, pero lo que es
evidente es que actúan como si no les interesara. La FAO, el organismo
de las Naciones Unidas para abordar los problemas de la alimentación,
reclama unos pocos miles de millones de dólares para acabar con el
hambre en el mundo, unos 45.000 cada año. Es 400 veces menos de lo que
sólo la Reserva Federal de Estados Unidos prestó al 0,25% (casi un
regalo) y en secreto a las empresas y bancos más grandes del mundo para
que hicieran frente a la crisis.
–Si
los cambios realizados o proyectados sobre el mercado de trabajo,
negociación colectiva, pensiones, Estado del Bienestar, etc., se
consolidan, ¿qué sociedad nos espera y qué futuro tenemos los
trabajadores?
–Podemos
contestar con total certeza porque se ha hecho ya en otros lugares:
menos empleo, empleo más precario, con menos salario y menos seguridad,
más pobreza y desigualdad y menos actividad económica y más crisis.
–Cuando
íbamos a refundar el capitalismo han surgido «los mercados» que nos
imponen su política, su moral, su ideología… como la única salida
válida. ¿Es posible enfrentarse a ellos?
–Claro
que sí. Se inventan los mercados como personaje para no referirse a
quienes de verdad actúan: personas como nosotros pero con más recursos,
grandes empresas, bancos, fondos de inversión. Los mercados no tienen
voz, ni preferencias. Son los que actúan en ellos quienes deciden y
tienen nombres y apellidos. Podemos hacerles frente simplemente
mostrando con decisión que la preferencia social mayoritaria es otra. Y
lo podemos hacer saliendo a la calle, votando, recurriendo al poder que
tenemos los ciudadanos normales y corrientes, que es inmenso.
–Afirmas que hay otras formas de hacer frente a la crisis ¿Cuales serían las medidas principales a considerar?
–A
lo largo del libro y en otros textos he propuesto soluciones
alternativas. Hay que tener en cuenta dos planos: la crisis es sistémica
y la produce un sistema corrompido, así que, o se cambia de sistema o
seguiremos sufriendo este mismo tipo de perturbaciones. Pero lógicamente
un sistema no se cambia de 0 a 100 de la noche a la mañana. Por eso se
pueden tomar medidas que vayan en la línea de ese horizonte de cambio y
que resuelvan, sin embargo, problemas del día a día, porque si no es
así, ¿quién va a creer que tenemos soluciones de verdad? Pues bien, yo
creo necesario actuar en cuatro frentes principales de modo inmediato:
frenar la especulación financiera, garantizar la financiación mediante
banca pública, garantizar la demanda y la actividad combatiendo la
desigualdad y subiendo salarios y, como consecuencia de la deuda que ha
generado la crisis, haciendo frente a ésta de otro modo. Concretamente,
creo que hay que denunciar la deuda ilegítima, reestructurar el resto e
implicar a los bancos centrales en su financiación. Todo ello requiere
respuestas coordinadas a nivel nacional e internacional en las que no
puede imponerse una simple voluntad de imperio o de los países más
ricos.
–Parece
que no acabamos de reaccionar suficientemente ante la gravedad de la
situación. Conocemos tu trabajo y esfuerzos para crear una respuesta
política, humanista y liberadora a la situación actual. ¿Qué valoración
haces de los intentos que hay en marcha?
–Ya
dije que quiero ser optimista y por eso veo con gran interés e ilusión
las respuestas que han empezado a darse. Han sido un revulsivo. Espero
que aumenten, que maduren, que lleguen a más gente y que se conviertan
en el clamor ciudadano por la justicia que tanta falta hace para pararle
los pies a quienes piensan y actúan como si el mundo fuese suyo.
–Los
sindicatos están siendo muy criticados y sometidos a un desprestigio
permanente. En tus artículos los criticas, por haber suscrito la reforma
de las pensiones, y los valoras afirmando que hoy son más necesarios
que nunca. ¿Es posible articular una respuesta al margen de ellos?, ¿qué
deberían plantear para conseguir el apoyo de la mayoría de los
trabajadores?
–Creo
que no. Son imprescindibles. O existen o habría que inventarlos porque
el mundo del trabajo sin organizaciones de defensa sería el infierno.
Otra cosa es que los sindicatos son lo que son: organizaciones de
defensa en un contexto, como el actual, de ofensiva y de poder
extraordinarios del capital. Eso no sólo ha debilitado a los sindicatos
sino a las propias clases trabajadoras de las que se nutren. Millones de
trabajadores, bien por temor, por amenazas y por la ofensiva ideológica
del individualismo neoliberal se han hecho muy conservadores e incluso
reaccionarios. Esa es la realidad. El voto de los partidos de la derecha
más extrema está en gran parte conformado por el antiguo voto
proletario. Eso se traduce, entre otras cosas, en una derechización de
las organizaciones obreras y en particular de los sindicatos. Salir de
ese bucle es la clave de nuestro tiempo y eso creo que sólo se puede
conseguir con mucha movilización, con mucho ejemplo y con mucho debate
social. Hay que mostrar a la sociedad que no todos queremos lo que nos
ofrecen, hay que construir nuevas realidades para que la gente vea que
hay «otra vida» y que se pueden hacer las cosas de otro modo y a mejor
satisfacción, y para que todo ello sea posible hay que hablar mucho y
hay que rozarse, sobre todo, con la gente que no es o piensa como
nosotros.
En
otros aspectos los sindicatos van por detrás pero en ese aspecto creo
que hay que reconocer que adelantan al resto de las organizaciones y
movimientos sociales y políticos porque están mucho más en contacto, si
se me permite y se me entiende la expresión, con las miserias del día a
día que es en donde está la gente normal y corriente.
–En
uno de tus artículos afirmas que la izquierda ha heredado de la
Revolución Francesa la lucha por la igualdad y la libertad, pero ha
prescindido de la fraternidad. Y lo calificas como un gran error. ¿Cómo
la fraternidad cambiaría la praxis política?
–De
una forma radical. Nos entenderíamos mejor y eso permitiría que hubiese
más unión, seríamos más eficaces, menos cainitas y, al convivir mejor
con la diversidad, entenderíamos mejor el mundo y podríamos cambiarlo
más fácilmente. Y, además de todo, nos sentiríamos mucho mejor, más
humanos, más nosotros mismos. Gozar de las personas que nos rodean,
confiar en ellas y quererlas es mucho más satisfactorio que estar
enfrentados.
–«Contra
la crisis, otra economía y otro modo de vivir» es el título del libro.
Este «otro modo de vivir», ¿pretende llamar nuestra atención sobre la
responsabilidad personal en la crisis y en la respuesta a dar?
–Sí,
pero no sólo eso. Quiero hacer referencia a que la sociedad debe
basarse en un modo distinto de utilizar los recursos, de relacionarse
con la naturaleza, de sentir las necesidades, de relacionarse con los
demás… y, claro, eso no sólo implica que la sociedad, como un abstracto
ajeno a nosotros, funcione de otro modo sino que nosotros también hemos
de cambiar y hemos de aprender a vivir de otra forma, más humana, más
amorosa, me atrevería a decir. Cuando digo que se trata de vivir de otro
modo me refiero a que hay que cambiar todo. Parafraseando al grito que
le dio un asesor a Clinton («es la economía, estúpido») yo diría ¡es la
vida!, aunque quizá me ahorraría lo de estúpido que no parece muy
fraternal…