lunes, 7 de mayo de 2012

Austeridad o crecimiento, una alternativa que no resuelve los problemas de Europa (JUAN TORRES LÓPEZ)

Publicado en publico.es el 8 de mayo de 2012

Las políticas de austeridad impuestas por los grandes poderes financieros por intermedio de los gobiernos de Francia y Alemania y del Banco Central Europeo son un fracaso sin paliativos: han llevado a casi toda Europa a otra recesión, han agravado el peso de la deuda, las asimetrías y el paro, están destruyendo la cohesión social de Europa y derechos sociales cuya conquista costó décadas de conflictos y luchas, destruyen miles de empresas, crean pobreza y exclusión, producen un alejamiento, quién sabe si definitivo, entre la población y las autoridades políticas, y están dando alas a la extrema derecha fascista y neonazi que los banqueros y grandes industriales siempre han azuzado en épocas de crisis.
No hay ninguna experiencia histórica ni evidencia empírica que permita afirmar que se puede salir de una crisis como la que estamos (de racionamiento financiero y falta de demanda efectiva) con menos gasto, de modo que insistir en reducirlo sin tomar al mismo tiempo medidas que garanticen de nuevo la financiación y que proporcionen ingresos adicionales a la población consumidora es una vía que solo lleva a la depresión y al desastre.
La ceguera ideológica de las autoridades políticas y de los economistas que marcan el camino les impide reconocer esta realidad. Y su sumisión a los poderes financieros (solo interesados ahora en aprovechar la crisis para acrecentar sus privilegios) les lleva a insistir en nuevos recortes, que solo sirven para que los bancos, especuladores y grandes empresas aumenten su beneficios y un poder ya omnímodo que está liquidando a las de por sí débiles democracias que se permite el capitalismo de nuestra época.
Los recortes en educación, investigación, innovación, en infraestructuras vitales y en prestaciones sociales solo van a traer años de atraso y una inestabilidad social de terribles precedentes en Europa.
Tan rotunda es la evidencia de todo ello, que desde hace semanas se empezaron a abrir grietas en los bloques políticos dominantes y a filtrarse la idea de que es imprescindible poner fin a esta barbaridad política y económica. La presión de movimientos sociales, de economistas críticos o incluso de las personalidades más sensatas del propio establishment ha contribuido decisivamente a ello y la victoria del socialista Hollande en las elecciones francesas posiblemente sea lo que definitivamente obligue a poner en cuestión las políticas de austeridad.
Pero la alternativa que se está difundiendo frente a ellas es insuficiente e inadecuada: la del crecimiento. Una estrategia que ya ha demostrado que puede ser muy perversa y poco útil si no se matiza claramente lo que implica y a dónde queremos que nos conduzca.
Frenar los recortes de gasto público y en general todas las políticas de austeridad que están impidiendo que se regenere el privado y se recobre el pulso económico es una precondición indispensable para que en Europa se vuelva a crear empleo y para garantizar estándares mínimos de bienestar y protección a toda la población. Pero se trata solo de una precondición para evitar el desastre. Para conseguir que no vuelva a producirse otra crisis mayor y con peores perturbaciones y daños que los que ahora estamos sufriendo hacen falta más cosas.
No basta con hacer que crezca el Producto Interior Bruto de cualquier forma ni con inyectar más dinero aún de cualquier modo.
Aunque la crisis se desencadenó en su superficie por la desregulación financiera y por las estafas continuadas que cientos de bancos llevaron a cabo con la anuencia de las autoridades, sus causas profundas (las que la hicieron sistémica) y las que volverán a provocarla de nuevo si no se resuelven, son otras: la gran desigualdad que deriva rentas sin cesar a la especulación financiera, la utilización intensiva y despilfarradora de recursos naturales y energía que rompe la armonía básica y los equilibrios imprescindibles entre la sociedad y la naturaleza, y una progresiva degeneración del trabajo que empobrece a la población y al tejido empresarial y que frena la innovación y el incremento de la productividad.
Sin afrontar todo eso, promover de nuevo el crecimiento del producto interior “a lo bruto”, a base de gasto público e inyectando recursos para la creación de más infraestructuras y para la provisión de más servicios públicos puede frenar la deriva a la depresión en la que nos encontramos, como ya ocurrió con los planes de estímulo, pero será sin duda algo insuficiente y que terminaría provocando problemas aún más graves que los que tenemos.
El crecimiento entendido como un objetivo en sí mismo, sin más matizaciones, medido a través de un indicador tan perverso como el PIB y sin tener en cuenta los costes sociales, ambientales y antropológicos que lleva asociados, favorece la acumulación y volverá a dar buenos beneficios a ciertas ramas del capital, además de generar algo más de empleo y bienestar. Pero, en esas condiciones, éstos últimos no serán los suficientes para alcanzar niveles mínimos de estabilidad y satisfacción social, como demuestra la experiencia vivida en los últimos treinta años, ni con ello se podrá evitar volver a las andadas más pronto que tarde.
Lo que Europa necesita no son planes de crecimiento del PIB sino una estrategia global para la igualdad, el bienestar y la responsabilidad ambiental basada en la promoción de nuevos tipos de actividad, de propiedad y de gestión empresarial, en la generalización del empleo decente, en el uso sostenible de las fuentes de energía y de los recursos naturales que modifique radicalmente el actual modelo de metabolismo socioeconómico, y en la promoción de una ciudadanía democrática, plural, protagónica y cosmopolita. Y también, valga la paradoja, basada en la austeridad pero en lo que ésta tiene de respeto al equilibrio natural y personal y al buen uso de los recursos, y de rechazo al despilfarro; pero no de renuncia a los derechos sociales y a la igualdad, como la entienden los neoliberales.
Y además de ello, son imprescindibles reformas políticas e institucionales que frenen el poder de los grandes grupos oligárquicos y que permitan que las autoridades representativas sean quienes de verdad adopten las decisiones en función de los mandatos de la mayoría social en un marco de una auténtica democracia. Sin crear un auténtico poder público en Europa, sin someter la actuación del Banco Central Europeo a las exigencia de los intereses sociales y sin acabar con su complicidad con los intereses bancarios privados, sin sanear el sistema financiero europeo declarando la financiación de la vida económica como un servicio de interés público esencial, nacionalizando los bancos que no se sometan a él y fomentando nuevos tipos de finanzas descentralizadas y de proximidad, sin disponer de un auténtica hacienda europea y sin replantear el diseño de la unión monetaria, por no mencionar sino las cuestiones más urgentes, Europa seguirá balanceándose irresponsablemente al borde del precipicio y las llamadas al crecimiento solo servirán, si se me permite la expresión, poco más que para marear a la perdiz y engañar otra vez a los pueblos.
La cuestión que hay que poner sobre la mesa en Europa no es si recortamos un poco menos los gastos e inyectamos algo más de recursos a las mismas actividades e infraestructuras de siempre (otra vez carreteras, viviendas, más trenes de alta velocidad… y siempre casi todo en masculino), sino si rompemos o no con el poder de las finanzas privadas y de las grandes corporaciones empresariales y oligárquicas que nos dominan y que son las que nos han llevado a la situación en la que estamos.

¿Quiénes son extremistas? (VICENÇ NAVARRO)

Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 7 de mayo de 2012

 

Este artículo critica la costumbre generalizada en los mayores medios de información de España de definir como extremistas aquellas posturas que cuestionan los pilares de la sabiduría convencional que ellos reproducen. Un ejemplo de ello es como han cubierto mediáticamente los hechos acaecidos en Francia definiendo al partido Frente de Izquierdas como extremista por negar la necesidad de realizar políticas de austeridad que tales medios han estado promoviendo durante estos años de crisis. Un tanto semejante ocurre en la cobertura de las elecciones en Grecia, en la que tales medios definen como extremistas a aquellas fuerzas políticas que cuestionan tales políticas de austeridad.

En más de una ocasión he indicado que uno de los mayores problemas de la democracia española son los mayores medios de información del país, cuyo sesgo conservador y liberal (en realidad neoliberal) es abrumador. Con la desaparición de PUBLICO como rotativo, no hay hoy en España ni un medio de izquierdas en el país. Las consecuencias de este hecho son abrumadoras. Veamos ejemplos de este sesgo.
1. Desde que la crisis empezó, no ha habido ningún medio que a través de sus editoriales haya indicado que las políticas de austeridad que los sucesivos gobiernos han estado llevando a cabo eran innecesarias y erróneas. Sólo ahora, cuando el desastre de tales políticas es evidente, aparecen tímidas voces que, aún subrayando que son necesarias, alertan que son insuficientes. Por primera vez aparecen estos discursos en tales medios que acentúan que además de austeridad se requiere estímulo económico. Pero todavía no ha aparecido ninguna editorial entre los mayores rotativos del país que indique que las políticas de austeridad han sido un enorme error. Algunos de nosotros lo hemos estado subrayando desde el inicio de la crisis sin que tuviéramos la oportunidad de poner nuestros puntos de vista en tales medios.
2. Cuando en Europa aparecen voces subrayando que tales políticas de austeridad son profundamente erróneas (tal como señala Jean-Luc Mélenchon, candidato del Partido de Izquierdas de Francia), tales voces son definidas por el corresponsal de El País, Miquel Mora, como extremistas. Y cuando escribo una Carta al Director de tal rotativo preguntando por qué la propuesta de Mélenchon de terminar con las políticas de austeridad es extremista y la propuesta de continuarlas (tal como ha escrito El País en sus editoriales), se presenta como lógica, razonable y llena de sentido común, tal carta no se publica.
3. Un tanto semejante ocurre con la candidatura de Marine Le Pen, cuyas posturas en su totalidad son también definidas, no sólo por tal corresponsal, sino por todos los medios, como extremistas. No tengo ninguna simpatía por tal candidata o por tal partido, y muchas de sus posturas, anti-inmigrante entre otras, me repugnan. Pero es un error considerar todas las propuestas o todos sus votantes (la mayoría jóvenes de clase trabajadora) como “extremistas”, pues un punto movilizador para sectores importantes de estas bases es su antagonismo hacia las políticas auténticamente extremistas del establishment europeo responsable de la mayor crisis que ha tenido Europa en los últimos sesenta años. Estas últimas políticas se consideran sensatas, y aquéllas que las oponen como extremistas. ¿Por qué? Esto es lo que se pregunta Mark Weisbrott en The Guardian (27.04.12), ¿por qué salirse del euro es extremista y permanecer en él no lo es? Su respuesta es que la estructura de poder reacciona definiendo como extremistas (frecuentemente también utilizan el término “populistas”) a aquéllos que tienen la osadía de cuestionar la sabiduría convencional que promueven, mientras consideran razonable y de sentido común las políticas realmente extremistas, que están dañando enormemente a la población, y muy en particular a las clases populares. Son ellos, los talibanes neoliberales, los que son totalmente impermeables a los hechos y a los datos.
4. Las políticas llevadas a cabo por el Banco Central Europeo son extremistas y se sitúan fuera de las prácticas de lo que hace un banco central en cualquier país que tenga la sensatez de tener un banco central. Este mal llamado Banco Central Europeo es extremista en su defensa de la banca, habiendo gastado un billón de euros desde el pasado Diciembre para ayudar a los bancos privados (dándoles dinero a un ridículo interés de un 1%) a costa de los Estados que han tenido que venderles a estos mismos bancos una deuda pública a unos intereses claramente exagerados, forzándoles así a un endeudamiento insostenible. El fundamentalismo neoliberal del BCE es único en su extremismo. Ningún otro banco central osa llegar a estos puntos. Y nadie en los medios ha llamado al BCE extremista. En cambio, a las izquierdas que quieren cambiar este BCE, como Mélenchon, le llaman extremista.
Mientras, el extremista BCE está creando un daño enorme, como también lo está haciendo el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional con sus propuestas de continuar imponiendo austeridad a pesar de la enorme evidencia que está causando el colapso de la demanda y la recesión actual, siguiendo un dogma neoliberal que refleja casi un fanatismo en su ceguera frente a la evidencia científica. ¿Quién es realmente extremista?