Indignado sigo con atención los acontecimientos en torno a la SGAE a la espera de que la Justicia determine de forma concluyente las responsabilidades penales correspondientes.
Estoy harto. Harto de que algunos se lucren aprovechándose del trabajo ajeno y de la creatividad y el talento de otros, ya sean directivos, operadoras o piratas varios; harto de fraudes y arbitrariedades; harto del descrédito de una institución cuya principal misión ha de ser la dignificación del oficio de los trabajadores de la cultura, de que los autores nos seamos capaces de hacer el ejercicio de autocrítica necesario para entender por qué hemos llegado a la situación en la que estamos; de que a los autores se nos exija hacer autocrítica y no seamos capaces de hacerla como sociedad que desprecia su patrimonio cultural y que promueve implacablemente la mitificación de la Red de redes mundial, en la que todo es bueno, más aún si es gratuito; harto de mi incapacidad para justificar un canon de compensación difícil de justificar, aún cuando entiendo el desamparo del autor ante la revolución digital, de mi incapacidad para encontrar respuestas ante semejante desafío; harto de tener que defender la profesión de músico o autor tan denostada por todos, de que se contamine el debate en torno al derecho de autor y su relación con las nuevas tecnologías con crispación y demagogia, de tener que recordar que, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aparece el derecho 27.1 (1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten) y también el 27.2 (2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora); harto de ver cómo se utiliza este proceso judicial para justificar el ataque indiscriminado contra todo autor, un colectivo cuyo corporativismo desesperado no es diferente al de periodistas o políticos cuando por norma general se toma la parte por el todo o se les vapulea hasta la humillación; harto de una industria musical que ha fomentado un modelo de consumo voraz, de forma que toda creación es objeto de usar y tirar, una industria que ha maltratado a artistas y a amantes de la música al prevalecer despiadados criterios empresariales por encima de cualquier valoración artística; harto de que los medios de comunicación sean cada vez menos plurales en su oferta cultural, más herméticos ante según que propuestas, más aún cuando estas están alejadas de la superficialidad preponderante o de sus intereses corporativos; harto de explicar que soy músico, autor e internauta; harto de que el trabajo y esfuerzo de tantos profesionales de la cultura sea despreciado por algunos que dicen defenderme y por aquellos que se suman al grito de “muera la inteligencia”. Harto e indignado, sigo soñando y escribiendo canciones, porque ellas custodian mis sueños, y estos, mi futuro, un futuro mejor para todos.
Ismael Serrano