martes, 12 de agosto de 2014

HASTA SIEMPRE, LAUREN BACALL


Lauren Bacall ha muerto a los 89 años, pero durante medio siglo fue la viuda de Hollywood gracias o por culpa de su matrimonio con Humphrey Bogart, que le aseguró su lugar en la historia pero eclipsó una trayectoria jalonada con dos premios Tony, un National Book Award y un puñado de obras maestras del cine.
Cuando tenía 19 años y estaba promocionando en Nueva York su primera película, Tener y no tener, Lauren Bacall, que no sabía que estaba junto a su futuro marido, escuchó, seguramente sin prestarle mucha atención, las palabras del dramaturgo Moss Hart que, según un texto de Ernest Hemingway, se le acercó y le dijo: "Te das cuenta, por supuesto, que a partir de ahora solo puedes ir hacia abajo, ¿verdad?".
Por suerte, Hart se equivocó. Lauren Bacall tenía mucho más que decir que aquel diálogo en el que le propinaba a Bogart como una cariñosa bofetada: "No tienes que actuar conmigo. No tienes que decir nada ni hacer nada. O tal vez, solo silbar. Sabes cómo silbar, ¿verdad Steve? Solo junta los labios y silba".
Le quedaba por delante una vida tan llena de etapas que parecía imposible que la Bacall que hasta hace no tanto salía a pasear a su perrita Sophie por las inmediaciones del edificio Dakota en Nueva York era todavía la mujer que enamoró al protagonista de un filme tan lejano como Casablanca. Entre ambas imágenes, el mundo había dejado de ser lo que era.

Muchas vidas en una sola

"¡Qué vida!", exclamó ella misma en 1993 cuando recibió el premio Cecil B. DeMille a toda una trayectoria en los Globos de Oro y, sí, no se puede resumir mejor que en esas dos palabras.
Una vida tan interesante que su autobiografía de 1978, By Myself (Por mí misma), le reportó el National Book Award, y tan duradera que en el año 1994 escribió otra titulada Now (Ahora), a la que tuvo que añadir un anexo en 2005.
Lauren Bacall, nacida el 16 de septiembre de 1924 en el Bronx (Nueva York) con el nombre de Betty Joan Perske, tenía sangre judía polaca (era la prima de Simon Peres) y rumana, y superada una inicial vocación de periodista, enfocó su carrera a la interpretación.
"Nunca fui adolescente", le dijo a Terenci Moix en una entrevista para el programa de TVE Más estrellas que en el cielo en la que se definió como "muy vulnerable y muy insegura".
Ninguna inseguridad tuvieron los de la Warner Brothers en cuanto vieron su sinuoso físico, su mirada felina y una voz como si hubiese nacido con un cigarrillo y un whisky con hielo. De inmediato le reservaron una entrada por todo lo alto como "mujer fatal" de Bogart. Howard Hawks fue el que le propuso que se llamara Lauren. Y Bacall era el apellido de su madre.
Tras el explosivo debut llegaron tres películas más: El sueño eterno, con guión de Raymond Chandler; La senda tenebrosa, de Delmer Daves, y Cayo Largo, de John Houston.

A la sombra de Bogart

Bogart y Bacall se convertían en una pareja comprometida contra la caza de brujas del senador McCarthy. Sin embargo, Hollywood se preguntaba, ¿existe Bacall sin Bogart?
Ella siempre reconoció su prioridad como esposa que como estrella y se rió de esa imagen proyectada en su primera etapa. "Si hay algo que nunca he sido ha sido misteriosa, y si hay algo que nunca he hecho, ha sido no hablar", reconocería. Y no acabó en buenos términos con una Warner esclavizadora.
De este modo, fue la comedia locuaz sofisticada de Cómo casarse con un millonario o Mi desconfiada esposa el camino que condujo a la emancipación artística de Bacall, o el de la evasión mientras Bogart caía enfermo y la dejaba viuda con solo 32 años.
Luego, Bacall mantuvo una relación de transición nada menos que con Frank Sinatra, el hombre del que dijo que le gustaría "que se callara y cantara", y profesionalmente tuvo un elegante coqueteo con el melodrama de Douglas Sirk en Escrito sobre el viento.
Cuatro años después de la muerte de Bogart, y a pesar de que llegó a anunciar segundas nupcias con Sinatra, fue Jason Robards Jr., otro bebedor empedernido, el que sedujo su corazón.

De Hollywood a Broadway

El que no fue capaz de enamorarse de nuevo de ella fue el cine y Lauren Bacall se recogió en su Nueva York natal para enfocar su carrera en Broadway.
El Óscar al que nunca la nominaban fue compensado con dos premios Tony por dos musicales irónicamente basados en filmes del Hollywood clásico: Applause, en la que interpretó el personaje de su admirada Bette Davis en Eva al desnudo; y La mujer del año, en la que retomó el papel de su amiga Katharine Hepburn en la película del mismo título.
Sobre el escenario, su elegancia resultó todavía más evidente, su energía sorprendente y su voz al cantar reproducía la sensualidad ronca que siempre tuvo. Bacall resucitó como dama del teatro.
"El musical ha sido para mí una nueva oportunidad, como volver a nacer", dijo entonces al verse, por fin, como una estrella.

“Trabajar significa seguir con vida”

Pero cuando la vida de Lauren Bacall parecía que ya solo quedaba para cosechar premios honoríficos (el Donostia de San Sebastián, el citado Cecil B. DeMille o el reconocimiento del Festival de Berlín en los noventa), Lauren Bacall pidió una nueva prórroga y, con un coqueto papel de anciana en El amor tiene dos caras, de Barbra Streisand, fue nominada por primera vez al Óscar en 1997.
Todo el mundo daba por hecho que se llevaría la estatuilla, incluida Juliette Binoche, la que finalmente ganó. Fue entonces cuando Bacall hizo la peor interpretación de su carrera al intentar disimular la decepción de su derrota (su hijo, directamente, abandonó la sala). Sin embargo, su carrera se revitalizó.
"¿Qué significa eso de mi edad? ¿Qué edad? Trabajar no es cuestión de edad. Seguir trabajando significa seguir con vida", le respondió a un periodista en Berlín al presentar The Walker, una interesante intriga de Paul Schrader en la que seguía mostrando su atractivo octogenario.
Sus últimas intervenciones fueron muy escogidas pero exquisitas, con nombres tan poco clásicos como Lars Von Trier, en Dogville Manderlay, o Natalie Portman, en un exquisito cortometraje (Eve).
Cuando en 2009 Hollywood le dio por fin el Óscar honorífico, solo dijo. "Por fin, ¡un hombre!".

HASTA SIEMPRE, ROBIN WILLIAMS


HOLLIWOOD LLORA LA MUERTE DE UN GENIO
 
Robin Williams nunca dejó un ojo seco entre el público. Su supuesto suicidio el lunes en su casa californiana no cambió las cosas. Pero en esta ocasión en lugar de provocar las carcajadas a las que nos tuvo acostumbrados con sus trabajos en Aladdin, Mrs. Doubtfire, El club de los poetas muertos o Good morning, Vietnam  su fallecimiento causó el asombro entre aficionados y profesionales por igual. Incluso el presidente Obama se unió al lamento general por quien describió como “uno de los pocos” genios de la comedia. “Robin Williams fue un piloto, un doctor, un genio, una niñera, un presidente, un profesor, un Peter Pan y todo lo demás”, resumió describiendo algunos de los papeles que le dieron la fama a este actor de 63 años antes de añadir eso de “nos hizo reír y nos hizo llorar”. Sus palabras resumieron una de las carreras más populares de un Hollywood que no se acaba de creer este último adiós.
El cuerpo de Williams fue encontrado en su casa de Tiburón, en Marine County, cerca de San Francisco (California, EEUU), supuestamente víctima de un aparente suicidio por asfixia. Según su portavoz, Mara Buxbaum, el intérprete luchaba recientemente contra la depresión. “Es una pérdida trágica e inesperada”, añadió pidiendo que se respete a la familia. Su esposa, Susan Schneider, recordó que con Williams había perdido un marido y a su mejor amigo mientras que el mundo “pierde a uno de los artistas más queridos y de los más maravillosos” seres humanos. “Es nuestra esperanza que la atención no esté en la muerte de Robin sino en los incontables momentos de alegría y risa que dio a millones de personas”, agregó.
Un repaso por la biografía del actor nacido en Chicago (EEUU), de sonrisa fácil, ojos chispeantes y una lengua tan rápida como su mente, capaz de sacarle punta hasta a sus propios defectos, da sobradas muestras de estos momentos. Titulado en Julliard, la escuela de los grandes intérpretes, Williams fue descubierto como cómico y en la televisión, en la popular serie estadounidense Happy Days donde nació ese personaje marciano que desarrollaría en Morky & Mindy. Si suena despectivo es porque así se veía en aquellos años el talento que surgía de la televisión, como algo menor no capaz de alcanzar las glorias de Hollywood. Ese no fue el caso de Williams, actor de una energía imparable que demostró a borbotones en esa interpretación que le ganó su primera candidatura al Oscar con Good Morning Vietnam. Le seguirían otras tres, por El club de los poetas muertos, El rey pescador y, finalmente, El indomable Will Hunting película que le conseguiría el galardón como mejor intérprete secundario.
Sin embargo esta inagotable fuente de ingenio por la que era conocido ocultaba un problema de alcoholismo y otras adicciones de las que habló abiertamente a lo largo de su carrera. “La cocaína se convirtió en mi escondite. La mayor parte de la gente busca en la cocaína un subidón. En mi caso, me echaba el freno”, admitió Williams a la revista People en 1988. En su opinión, la cocaína le daba una excusa para no hablar. “Necesitaba ese momento de calma”, añadió entonces.
Toda una ironía en un artista conocido no sólo por los personajes a los que dio cuerpo sino por aquellos a los que dio su voz. Especialmente el del genio de la lámpara en Aladdin, uno de los personajes más populares de la cantera Disney y que hizo apreciar por primera vez la importancia de un casting en un filme de animación. “Por cada línea escrita en el guión nos dio media hora de improvisaciones que dieron la riqueza visual de este personaje tan querido”, recuerda ahora el español Raúl García, encargado de animar al genio en Aladdin y que volvió a trabajar con él en Mrs. Doubtfire.
Quizá haciendo honor a los deseos de su viuda, todos tienen hoy su anécdota que contar de su trabajo junto a Williams, el hombre de una sola cara pero incontables personajes. Y para Steven Spielberg, con quién trabajó en Hook, sobre todo un amigo. “Una tormenta eléctrica. Un genio de la risa”, le recordó. Chris Columbus también subrayó sobre todo su amistad de 21 años con un hombre que amaba el ciclismo y al que era fácil ver en su bicicleta por los circuitos de San Francisco. “Uno de los pocos que merece la palabra genio”, comentó. Sarah Michelle Gellar prefirió recordarle en las redes sociales con los selfies que se tomaron juntos durante el rodaje de The Crazy Ones, su último trabajo en televisión, irónicamente cancelado por falta de audiencia.
Anna Kendrick, haciéndose eco de toda una generación marcada por la película, prefirió repetir en la red uno de los monólogos más recordados del actor y parte de El club de los poetas muertos, película que animaba a aprovechar todos y cada uno de los días de tu vida. “Nos enseñó como llegar al límite, sin miedo y brillar”, le recordó Jared Leto en su cuenta de twitter mientras que James Gunn, director de la exitosa Guardianes de la galaxia, aprovechaba este minuto de emoción para recordar “cuan seria es la depresión y la dependencia química”. Casado en tres ocasiones y padre de tres hijos, la muerte de Williams le suma tristemente a la de algunos de sus héroes que como Peter Sellers o Richard Pryor nos dejaron de hacer reír antes de tiempo.

Rocío Ayuso - El País -

EL ROBIN WILLIAMS AÚN POR VER
 
La posproducción, los distintos tiempos de estreno de las películas en el planeta y la muerte conforman un juego entre macabro y conmovedor. Así, a España llega justo este jueves y ya póstumamente una película que Philip Seymour Hoffman dirigió antes de morir, y que se estrenó en EE UU hace ya cuatro años: Una cita para el verano. Por la misma razón, todavía habrá ocasión de ver (o escuchar) unas cuantas veces en la gran pantalla a Robin Williams, fallecido ayer a los 63 años. Cinco, en concreto –y dando por hecho que todos esos trabajos lleguen a las salas españolas- son las películas del célebre actor aún inéditas por estas tierras. Aunque dos de ellas ya se pudieron ver en EE UU.
La única película de Williams que ya tiene fecha de lanzamiento en España es la tercera entrega de Noche en el museo. Con el subtítulo, al menos en la versión original, de El secreto de la tumba, el filme llegará a las salas españolas el próximo 25 de diciembre para meter una vez más al actor en la piel de Teodore Roosevelt en un museo donde los ocupantes de las vitrinas toman vida mágicamente cada noche. El tercer capítulo de esta saga cómica estará protagonizado de nuevo por Ben Stiller.
Boulevard se pudo ver en el pasado festival de Tribeca pero aún no ha tenido estreno comercial. De hecho, ni siquiera hay fechas previstas, al menos por el momento. Dirigido por Dito Montiel, este drama indie mete a Williams en la piel de un marido que tiene que afrontar las consecuencias de su "vida secreta", según la sinopsis oficial. Junto con él, Bob Odenkirk (Breaking Bad).
Protagonista de tantas comedias inolvidables, Williams deja atrás la enésima ocasión de reírse con y gracias a él. En Merry friggin’ Christmas, el actor es un padre que visita a su familia caótica durante las vacaciones de Navidad. Sin embargo, el hombre se da cuenta de haber olvidado los regalos para su hijo, de ahí que se lance en un viaje contrarreloj junto con su padre para arreglar su error y volver a tiempo para las fiestas. El filme se encuentra en fase de posproducción y está previsto que se estrene el 7 de noviembre, al menos en EE UU.
The angriest man in Brooklyn ya se pudo ver en las salas estadounidenses, pero no en España. Tanto su sinopsis como la crítica que hizo a la sazón Variety dejan ahora un sabor amargo en la boca. La trama de la película se centra en un hombre que es informado por su médico –y por error- de que tan solo le quedan 90 minutos de vida. Así que el personaje, interpretado por Williams, se vuelca en arreglar sus problemas con sus seres más queridos. La célebre revista arrancaba así su crítica: “Noche de cine. Puede usted elegir entre Robin Williams gritando enloquecido o Robin Williams que le hace sentir bien lloriqueando. ¿Cuál prefiere? Pregunta trampa. En The angriest man in Brooklyn puede tener a ambos. […] Aunque la mayoría del público preferirá no escoger a ningún Robin Williams”.
Finalmente, como muchas veces más en su carrera, Williams también prestó su voz a Dennis el perro, uno de los personajes de Absolutely anything (estreno previsto en Reino Unido en 2015). En la película –la historia de un profesor que descubre sus poderes mágicos- le acompañan otras voces prestigiosas como la de Terry Gilliam, así como Simon Pegg y Kate Beckinsale.

-El País-

LA TRISTEZA DEL CÓMICO

Quizá ahora es fácil decirlo, pero entre las mil muecas de Robin Williams había una infranqueable: la del hombre de ojos profundamente tristes. La depresión que, según todos los indicios, empujó al actor de Chicago a suicidarse en la madrugada de ayer a los 63 años en su casa de San Francisco, le acechaba desde hacía años. Williams se suma así al trágico sino de tantos cómicos: la capacidad de hacer reír a todos menos al tipo que vigila desde detrás del espejo. La velocidad mental, el ingenio, la burla y los chistes boicoteados por un tozudo espectador: uno mismo. Williams, que cargaba con la losa de una fuerte adicción al alcohol y las drogas, de las que habló abiertamente en más de una ocasión, se suma así al fatal mito de la famosa aria (Vesti La Giubba) de Ruggero Leoncavallo inmortalizada por Caruso y dedicada a la peor de las tristezas: la del payaso.
Mara Buxbaum, la representante del actor, apuntaba la causa del suceso: “Ha estado luchando contra una severa depresión”. En el mes de julio, incluso había estado ingresado. En 2006 ya había pasado por otra fuerte crisis. Williams, hijo de un ejecutivo de la industria del automóvil, no fue un chico popular sino solitario y gordinflón. Las famosas mil caras del histriónico actor, su talento para transformarse en cualquiera a través de su voz y mímica, probablemente nacieron en esos años en los que no le quedaba más remedio que inventarse a los demás en su cuarto de juegos. Tenía un talento innato para hacer reír, también para un humor paradójico: blanco e irreverente. La mejor diana, muchas veces, era su propia sombra.
Esa misma sombra que ha acechado a tantos genios de la comedia: de Lenny Bruce (acosado por las autoridades y fundido a los 36 años por una sobredosis de morfina) a John Belushi, amigo de trincheras de Williams desde la juventud de ambos en Chicago hasta el mismo día de la muerte de Belushi, el 5 de marzo de 1982, cuando Williams y Robert de Niro, según recuerda John Woodward en su libro Como una moto. La vida galopante de John Belushi, se sumaron a la fiesta terminal del bungaló 3 del Chateau Marmont. Belushi cayó en combate mientras que a Williams le tocó la responsabilidad de seguir viviendo. La muerte de su amigo fue un aviso a navegantes que le llevó directo a su primera cura de desintoxicación.
La maldición del payaso, dicen. Esa que —con variantes y matices médicos— afecta a cómicos de todas las generaciones. John Cleese, Jim Carrey, Ruby Wax, Dave Chapelle, Hugh Laurie, Stephen Fry, Jonathan Winters o Richard Pryor, por solo citar a algunos que han reconocido sus problemas psicológicos. No solo humoristas: Jon Hamm (Mad men) ha hablado abiertamente de la depresión que sufrió tras la muerte de su padre y Catherine Zeta- Jones de sus problemas con la bipolaridad. Genios como los de Michael Jackson, Heath Ledger o Phillip Seymour Hoffman encontraron en las drogas ese último momento de paz para un sueño que les era difícil de conciliar con su talento. Otros, más afortunados, como Robert Downey Jr., han sabido rehacerse y encontrarse. Incluso hombres de la talla de Charles Chaplin y Buster Keaton admitieron en su día ser víctimas de insoportables bajones emocionales. “Para hacer reír de verdad tienes que ser capaz de coger tu dolor y jugar con él”, reconoció Chaplin apuntando hacia la idea nada gratuita del permanente estado de fragilidad de un comediante. Como dijo Arsenio Hall —uno de los cómicos a los que imitó Robin Williams en Aladdin— “el humor nace del dolor”.
Algo que el British Journal of Psychiatry tradujo este año de forma algo quirúrgica cuando indicó que los cómicos presentan más trazos de lo normal de una personalidad psicótica. Evidentemente, no quiere decir que todos lo sean, pero sí que muchos padecen trastornos de personalidad.
Lo ha descrito el británico Stephen Fry, diagnosticado bipolar a los 37 años y autor de The Manic Life of Manic Depresive. O Spike Milligan, otro humorista británico, autor de libros y documentales sobre la depresión. Milligan llegó a afirmar que el talento de un cómico es a la vez “un regalo y una maldición”. Algo que la australiana Felicity Ward ha llevado más lejos al convertir su lucha contra la depresión y el alcoholismo en un monólogo que pasea por los escenarios de los clubes de la risa.
Lo cierto es que hay algo excesivo y autodestructivo en muchos malabaristas de la risa. Esa maldición que provocó a mediados de los ochenta la voz de alarma de James Masada, el fundador del Laugh Factory, la sala en la que debutaron muchos de los grandes cómicos que luego triunfaron en Hollywood. Desde la páginas de Los Angeles Times, Masada advertía del gran número de caídos que siguieron a la sobredosis de Belushi y que culminó el día en que Richard Pryor se prendió literalmente fuego en un grotesco capítulo que no quedó claro si estaba provocado por un intento de suicidio o por un empacho de cocaína. Ahora Masada recuerda a Williams como esa persona que “estaba siempre interpretando a un personaje”, al que nunca conoció de verdad a pesar de ser su amigo durante 35 años.
Y otra vez las mil caras de un cómico (“me encantó el Robin sobrio. Aprecié verle más calmado y más centrado cuando rodamos Dos canguros muy maduros”, recordaba ayer en Facebook Rita Wilson, actriz y amiga de la familia Williams) que en esa feroz batalla por conocer su verdadero rostro fue el único capaz de hacer reír a Christopher Reeve tras la depresión que le provocó el accidente que le dejó completamente paralizado. Compañeros de habitación durante los años de estudios de arte dramático, Robin se volcó con la enfermedad de su amigo, puso dinero para su fundación y para sus carísimos tratamientos. La muerte en 2004 de Reeve fue otro duro mazazo. Williams nunca llegó a superar la desaparición de otro amigo. La sombra volvía al ataque.
Pese al desenlace final sería injusto negarle al actor su capacidad de lucha. No ocultó sus problemas (“la cocaína se convirtió en mi escondite, la mayor parte de la gente busca en la cocaína un subidón. En mi caso, me echaba el freno, me daba calma”), bromeó con sus debilidades, puso humor y distancia, superó una operación de corazón y varios fracasos familiares. The New York Times aseguraba en una de sus últimas entrevistas que ahora era un hombre más introspectivo, más tranquilo y que valoraba mejor las cosas pequeñas. Pero no es fácil hacerse mayor. Tampoco lo es dominar a tu díscola sombra. Todos, Williams también, olvidamos con demasiada frecuencia la advertencia de J. M. Barrie al describir esa cualidad única del pequeño Peter Pan (ese personaje con quien tanto gusta comparar al actor estadounidense y cuya imposible madurez retrató en Hook, de Steven Spielberg). Y es que por mucho que lo deseemos, absolutamente todos los niños “excepto uno” acaban creciendo.

Rocío Ayuso - Elsa Fernández-Santos -El País -

LAS MUCHAS VIDAS DE UN PERRO VERDE

En una escena de El mejor padre del mundo (2009), de Bobcat Goldwaith, uno de los trabajos más brillantes de Robin Williams, su personaje, Lance —escritor que alcanza el éxito falsificando el diario de su indeseable hijo adolescente fallecido en sórdidas circunstancias—, es entrevistado en un late-show de la televisión local. En el curso de la entrevista chocan sentimientos encontrados: por un lado, la desolación por la pérdida —espoleada por una presentadora que recurre a todos los golpes bajos de su oficio en busca del sentimentalismo mediático—; por otro, la incontenible burla por la impostura que le ha convertido, por fin, en foco de atención y beneficiario de un inmerecido éxito editorial tras una vida de humillaciones y manuscritos rechazados.
Robin Williams logra en esa escena algo casi imposible: reír y llorar a la vez, en una auténtica cumbre de la comedia incómoda. Por sí sola, esa escena podría dar medida del gran calibre de un actor que, a menudo, fue subestimado por su facilidad para escoger trabajos que no estuvieron a la altura de su talento —hay quien consideró a Williams un paradigma de lo baboso en el seno del Hollywood mainstream—. Desde su mismo título, la película de Goldwaith jugaba de manera perversa con esa imagen pública de Williams y demostraba que, bajo ese aparente Mejor Padre del Mundo, podían discurrir turbulentas corrientes subterráneas. Lo complejo bajo lo engañosamente amable.
Nacido en Chicago en 1951, Williams destacó en el circuito de clubs de comedia en los 70 como un auténtico castillo de fuegos artificiales encarnado en un solo hombre: un tipo capaz de desplegarse en una polifonía de voces y registros, atómico recital de continuos golpes de efecto, disparando referencias culturales como una ametralladora sin freno. Perteneció a la generación de cómicos que, con figuras como George Carlin y Richard Pryor como modelos tuterales, introdujo una sensibilidad contracultural en el monólogo humorístico norteamericano. Se cuenta que la temprana muerte de su amigo John Belushi fue la señal de alarma que le hizo abandonar tempranos flirteos con la cocaína, pero ese modelo de comicidad cocainómana —estructurada bajo el aparente caos del desplazamiento de un foco de atención a otro— sería su gran seña de identidad en esos años de iniciación. Su avasalladora técnica de improvisación y su facilidad para pasar, a la velocidad de la luz, de una imitación a otra captó la atención del medio televisivo, que le dio su primer papel inmortal en la telecomedia Mork y Mindy, en la que encarnó, de manera bastante significativa, a un extraterrestre en estado de perpetua sorpresa frente a lo humano.
Williams fue el imposible Popeye de Robert Altman, pero, en los trabajos cinematográficos que le reportaron mayor fama en el primer tramo de su carrera —Good Morning, Vietnam (1987) y El club de los poetas muertos (1989)—, la pirotecnia expresiva de sus orígenes sobre el escenario de los clubes de comedia se imponía a las exigencias dramáticas de sus respectivos personajes. No obstante, cuando dobló al flexible y polimórfico genio del Aladdin (1992), ese registró conquistó el cielo: su voz capaz de funcionar como un sintetizador posmoderno de posibilidades infinitas dio pie al equipo de animadores —del que formaba parte el español Raúl García— a forjar insólitas soluciones visuales, obteniendo una auténtica obra maestra en torno a las posibilidades expresivas del cuerpo animado.
El Oscar por su papel en El indomable Will Hunting (1997) fue el reconocimiento oficial a su solvencia como actor dramático, pero aún quedaba un Robin Williams muy interesante por descubrir: el actor contenido, ensimismado, capaz de sugerir una letal perturbación tras su físico de hombre común. Retratos de una obsesión, de Mark Romanek e Insomnio, de Christopher Nolan, ambas de 2002, muestran su dominio de la sutileza, revelando a un inesperado Williams que lucha, con éxito, contra su imagen previa y contradice los prejuicios de quienes consideraban que una película como Patch Adams (1998) podía ser la unidad de medida para rebajar, sistemáticamente, el nivel de un intérprete excepcional. Su último trabajo en la gran pantalla ha sido el de ponerle la voz a un perro en Absolutely Anything, película de Terry Jones donde los miembros supervivientes de los Monty Python doblan a un grupo de extraterrestres. Un broche final a la altura de una trayectoria capaz de poner en cuestión todos los lugares comunes y las miradas condescendientes que se apliquen sobre ella: un perro (¿verde?) entre alienígenas como Mork, su primer personaje perdurable.

Jordi Costa - El País -

UN ROBIN WILLIAMS PARTICULAR

Tristemente hemos perdido a una persona como Robin Williams, alguien singular que ha conseguido hacernos reír en nuestros malos momentos y enternecer con papeles como el profesor de El club de los poetas muertos o Patch Adams. El cine es el gran medio de comunicación mundial, y Robin era uno de sus muchos presentadores. Era el cómico que todos querríamos tener casa porque simplemente verle era motivo de alzar una sonrisa. El cine siempre se ha utilizado para lanzar un mensaje subliminal, así Luis García Berlanga se burló del régimen franquista cogiendo uno de sus típicos eslóganes en Plácido y Robert Zemeckis ridiculizó de la mano de Tom Hanks el sueño americano en Forrest Gump. En la mayoría de sus papeles, Robin Williams nos inspiró amor y justicia, así nos dejó el Good Morning, Vietnam, tras haber visto cruda realidad en Apocalypse Now, o nos mostró ese crecidito Peter Pan en el Hook de Spielberg después de que Disney nos hubiese encantado con ese niño que no crecía. Ahora en nuestro salón, viendo cualquiera de sus películas, podemos disfrutar de nuestro Robin Williams particular.— Patricio Alvargonzález Royo-Villanova.

Triste noticia el fallecimiento de este gran actor, que a mi me encantaba, nos quedan sus películas.
Anina.