Artículo publicado por Vicenç Navarro en la revista digital SISTEMA, 21 de septiembre de 2012
Este artículo analiza la figura
de Santiago Carrillo en la Transición y los acuerdos y desacuerdos que
el profesor Navarro tuvo con él. Es paradójico (y predecible) el
homenaje que el establishment español está haciendo a su figura a la vez
que ha hecho todo lo posible para que el proyecto que Carrillo
representó desapareciera.
Conocí a Santiago Carrillo a través de
mi amigo Manolo Azcárate. Manolo, una de las personas de la resistencia
antifascista que más me impresionó por su compromiso, integridad y
dedicación a conseguir una España justa, democrática y plural, era la
persona encargada de las relaciones internacionales del Partido
Comunista de España, el PCE. Fue para mí un honor colaborar con aquel
partido que dirigía la resistencia frente a la dictadura. Fruto de tal
colaboración, tuve la oportunidad de conocer a Manolo y, a través de él,
más tarde, a Santiago Carrillo. En una de estas colaboraciones, Manolo
me pidió que intentara organizar una visita de Santiago Carrillo a EEUU y
al mundo político de Washington. Mi amigo David Harvey, entonces
profesor de geografía humana en la The Johns Hopkins University, y yo,
también profesor (de Políticas Públicas de tal Universidad), visitamos
al Presidente de nuestra Universidad, proponiéndole que se invitara al
Secretario General del Partido Comunista de España. Al Presidente le
pareció una idea excelente. Se organizó una visita a Hopkins, incluyendo
una reunión con la plana mayor del Departamento de Estado del Gobierno
Federal de EEUU en el SAIS, el Centro de Estudios Internacionales
Avanzados de la Johns Hopkins University. Este centro tradicionalmente
ha estado muy próximo a dicho departamento del Gobierno Federal de EEUU.
Santiago me pidió que le acompañara
durante toda la visita, actuando como traductor suyo en muchas de estas
reuniones, incluyendo la reunión con el Departamento de Estado de EEUU.
En tal reunión, Carrillo expuso con toda claridad la España que el PCE
deseaba, una España democrática, justa y plural, que no perteneciera a
ningún bloque militar. Y subrayó los principios del eurocomunismo.
Fue durante aquellos días intensos
en su visita a EEUU que tuve la oportunidad de hablar con él de muchos
temas. Y a mi respeto por él como persona se añadió la estima personal,
estima que continuó hasta su último día. Guardo con gran cariño la carta
reciente que me envió agradeciéndome el trabajo de desmitificación de
la sabiduría convencional que se impone y reproduce diariamente en los
mayores medios de información y persuasión del país que estaba haciendo.
Tal estima (que creo era mutua)
continuó a pesar de los desacuerdos que también tuvimos, de los cuales
los más importantes eran sobre la visión de la Transición, desacuerdos
que también he tenido con otros protagonistas de la Transición a los que
tengo también gran estima. Mi desacuerdo no era tanto en cómo se hizo
(aunque también creo que hubo errores, por parte de las izquierdas,
incluido el PCE, que Santiago admitió más tarde), sino en cómo se la
definía. Creía, y continúo creyendo, que era un gran error definirla
como modélica, pues si así fuera, se deberían considerar sus resultados,
tales como el sistema democrático que la Transición produjo, también
como modélico. Y ahí sí que creo que será difícil para una persona de
izquierdas admitir que tal democracia era modélica. Es cierto que como
bien me respondía Santiago “Vicenç, el punto clave de la Constitución,
la gran victoria de las izquierdas, es que admite que la soberanía viene
del pueblo”. Y esto era un avance enorme, y a las izquierdas
correspondía el mayor mérito de que así pasara. Basta comparar los
documentos que habían preparado los primeros gobiernos nombrados por el
Monarca (que no tenían nada de democráticos) con el resultado final. Sin
las movilizaciones obreras, que forzaron tal rediseño de tales
borradores (movilizaciones en las cuales el PCE tuvo mucho que ver), tal
principio de soberanía popular no habría constado en aquel documento.
Pero –y ahí estaba mi crítica-
definir la Transición como modélica llevaría a considerar la
Constitución, también como modélica. Y ahí sí que pensaba y continúo
pensando que la Constitución y la Transición que la produjo dejaba mucho
que desear como modélica. Es más, el Estado continúa dominado por las
fuerzas que habían dominado la dictadura, lo cual no quiere decir que no
haya fuerzas democráticas en tal Estado. Pero están en una situación
dependiente. La continuidad de la Monarquía era un elemento y condición
clave de la continuidad de tal dominio.
Es cierto, de nuevo, que como
Santiago me decía, la situación en España en aquel momento no daba para
más. Bien, aceptemos esto, si ello era cierto (y creo que Santiago
llevaba razón). Pero por favor –le decía yo- no le llaméis modélico. Y
continúo pensándolo. La Constitución era resultado de un enorme
desequilibrio de fuerzas, entre unas derechas que controlaban el Estado y
unas izquierdas que acababan de salir de la clandestinidad. Era una
Constitución que solidificaba unas relaciones de poder que no deberían
considerarse eternas. La pobreza del Estado social español (continuamos a
la cola de la UE en gasto público social) y la irresolución de las
articulaciones de las distintas nacionalidades dentro del Estado
(fenómeno que aparece con toda claridad ahora, con el crecimiento del
independentismo en Catalunya, como escribo en mi artículo en Publico
“¿Qué pasa en Catalunya, y en España?”), se basa en aquel desequilibrio
de fuerzas.
Me alegra constatar que en la misma
manera que Santiago me convenció de que no había otra manera de hacer la
Transición, creo que ya con el tiempo Santiago vio que aquella
Constitución debía ponerse al día en muchas áreas, que sería resultado
de una presión de las fuerzas democráticas que probablemente liderarían
las izquierdas (y digo en plural, porque Santiago estaba trabajando para
que se hiciera una amplia coalición de todas las fuerzas de izquierdas,
ampliada a movimientos democráticos y movimientos sociales, con gran
presencia de los sindicatos). Era la necesidad de una nueva Transición
de la democracia incompleta a una democracia completa que diera origen a
una España más democrática, más justa y más plural, incluyendo la
pluralidad nacional.
Una última observación. En contra de
lo que constantemente se anuncia, no son las grandes personalidades las
que escriben la historia. Santiago Carrillo hubiera sido desconocido si
no hubiera sido porque representaba a miles y miles de militantes del
PCE que dieron lo mejor de su vida para conseguir tal democracia y tal
libertad. El país debe un homenaje a tales militantes desconocidos.
Carrillo supo representar tal sentido de compromiso y sacrificio, que
cumplió con gran dignidad y gallardía. Pero no fue él, sino los miles y
millones que él representaba (y que hoy están brutalmente discriminados
en España) los que hicieron posible la visibilidad de su dirigente y la
mal llamada e inexistente reconciliación. Aquel establishment que ahora
le aplaude hizo todo lo posible para que el proyecto que él representaba
desapareciera de España. Y el hecho que el establishment fuera exitoso
en ello ha debilitado enormemente a todas las izquierdas, un punto que
la socialdemocracia española nunca entendió.
Vemos ahora cómo el establishment
español intenta hacer suya la figura de Carrillo. Cuando se dice que fue
una persona clave en la Transición, se olvida que había miles y miles
de personas, que él representó, que fueron las que hicieron posible tal
Transición. Y hay que reconocer también que sus seguidores consideran
que tal agradecimiento por lo que llaman reconciliación, no será real
hasta que aquellos representados por largos periodos de tiempo por
Santiago, vean sus demandas por más justicia, más libertad, más
democracia y más pluralidad, convertidas en realidad en nuestro país.