La verdad, después de un rato a decidirme a escribir, es que he de contarles que estoy con una carga de angustia encima que me tiene bloqueada la escritura, porque la angustia nos bloquea el pensamiento y nos altera el sentimiento, y con estos dos motores dañados en nuestras alas, caemos en picado. Solo queda de vida ese extraño momento que antecede al golpe final, que es planear en silencio, antes de caer en picado, utilizando el momento para esa situación tan cinematográfica por la cual, la vida pasa ante nuestra imaginación en un segundo, antes de que se baje definitivamente el telón. Y la angustia no es gratuita ni fruto de la casualidad. Nos la regala la puta realidad que nos rodea como un Judas regala un beso, o un traidor una copa de vino envenenado. Porque la realidad, aun siendo la vida un don y el mayor tesoro al que podamos aspirar, es más puta y más traidora que una carretera bañada de grasa. A veces confiamos en la esperanza, en la seguridad de la rutina, en que las cosas están en su sitio y de repente, ¿cómo alguien iba a pensar que todo se pusiera patas arriba en la vida y al final todo fuera mentira? Es una de las cosas malas que tiene la esperanza, que a veces te esclaviza eternamente con la espera. A veces la esperanza de un futuro mejor, de que una situación ansiada se acerque a nuestra realidad cotidiana, se convierte en el yugo del maltrato eterno.
No sé si lo que les estoy contando será cosa de la edad (ya saben que «a veces me hago viejo de repente») o del día, que está como tonto. Uno ve los titulares de la prensa de la realidad y a veces se desmorona, se cae del todo casi con ganas de que esto se acabe, o con el vago pensamiento de que ya todo da lo mismo. Desde luego la vida política del mundo da pie para ello. Vivimos tan acostumbrados al engaño colectivo, que lo comentamos luego tomando vinos como si se correspondiera a una realidad, para acto seguido irnos a casa a comer con una falsa tranquilidad que si lo piensas dos veces da pánico. Y es ahí donde comienza la angustia, esa amiga que nos altera el sueño y que nos hace levantarnos ya cansados para hacer cualquier esfuerzo que no sea otro que dejar pasar el tiempo a ver si de una buena vez se acaba para siempre. No me hagan mucho caso, porque yo no estoy dispuesto a hacérmelo a mi mismo, pero si tienen un rato piensen en ello, a ver si al menos les da rabia y empezamos a ver la luz.
Jesús Cifuentes - el norte de castilla -