No puedo celebrar la muerte del peor hombre. No creo en la pena de muerte y menos aún en las ejecuciones sin juicio. Me repugnan los disparos en la nuca, los cadáveres en las cuentas. Aún el hombre más abominable del mundo tiene sus derechos. Quizá Michael Moore tiene razón: han ganado los malos, vivimos con miedo, aterrados. Hemos renunciado a derechos fundamentales en favor de nuestra seguridad, hemos renunciado a las garantías judiciales, a la ley internacional en la lucha contra el mal. Contra el mal, todo vale. Quién define al mal y sus fronteras es otro cantar.
Es primavera y llueve. Y el frío me trae al pecho una tos incómoda que me mantiene despierto hasta tarde. Las madrugadas son el territorio de la nostalgia y del recuerdo.
Así que después de un año de gira recuerdo los conciertos dados por mi tierra. La despedida no podía haber sido mejor. El teatro Cervantes en Málaga fue cariñoso y hospitalario. Y, realmente, el último concierto se convirtió en una celebración. Incluso hubo quien se atrevió a subirse a una escalera para limpiar la ventana de nuestro pequeño apartamento para que, en los futuros recitales, entrara luz renovada y azul. Lancé mi sombrero por última vez contra la percha a este lado del océano. Y volví a fallar. No así cuando canté intentando que el vértigo se atenuase para reconocernos en los espejos.
Hago las maletas mientras en Times Square la gente celebra la muerte del peor hombre del mundo. Y comparto la pregunta que se hacía el viejo Guthrie:
In the squares of the city,
in the shadow of the steeple
near the relief office I see my people
and some are grumblin' and some are wonderin'
if this land's still made for you and me.
Qué mundo disparatado.
Este año tampoco tendré verano. Marcho al sur. A dibujar corazones y a escribir nuestros nombres con el vaho de mi aliento en otras ventanas. Sigo soñando entre este escombro de banderas rotas. Sigo cantando, a pesar del miedo.
Te voy a echar de menos. A la vuelta tienes que contarme todo lo que sucedió en nuestra ausencia. Nos sentaremos en torno a la hoguera de los primeros hombres y mujeres y entonaremos las melodías que he de aprender en este viaje. Cantaremos hasta que los relámpagos avisen de una nueva tormenta. Para entonces ya habremos encontrado donde guarecernos.
Hasta entonces, cuídate.
Ismael serrano