Publicado en publico.es el 27 de junio de 2012
Por fin se produjo lo que Rajoy, como otras tantas cosas que ha
negado, aseguró que nunca se produciría. En una carta, por cierto,
plagada de faltas y con redacción deplorable, España se entrega una vez
más a los poderes financieros y se somete a un designio que inmola los
intereses nacionales en aras de los mismos grandes banqueros que han
provocado el daño que sufrimos.
Lo que Rajoy y sus ministros negaban que se fuese a dar, lo habíamos
anticipado con precisión Vicenç Navarro, Alberto Garzón y yo en nuestro
libro Lo que España necesita. Una réplica con propuestas
alternativas a la política de recortes del PP que ya está en librerías
publicado por Deusto Ediciones. En su página 96 escribimos: “En esta
situación a los bancos acreedores, principalmente alemanes, lo único
que les interesa es salvar sus muebles, es decir, que se garantice que
los bancos españoles van a pagar su deuda con ellos. Por eso, con el
apoyo de sus gobiernos, presionan al español para que tome medidas que
garanticen el saneamiento de sus balances y el pago de la deuda. Y no
les importa que dándole prioridad a esto se deteriore cada día más la
economía porque esa es la excusa perfecta que tendrían para intervenir y
‘rescatar’ a España, es decir, para obligarla a suscribir préstamos
cuantiosos que se dedicaría directamente a refinanciar a los bancos
españoles para que estos devolvieran a su vez la deuda a sus
acreedores.”
Da hasta vergüenza escribir de nuevo para adelantar –como venimos
haciendo muchos economistas críticos desde hace años– lo que va a
ocurrir en los próximos meses, pero es que no resulta difícil preverlo y
es preciso combatir como sea la mentira continua de nuestros
gobernantes. Ya se han “rescatado” de esta forma a otros países y en
otros lugares, así que sabemos casi a ciencia cierta lo que nos va a
ocurrir a nosotros cuando se nos aplique el mismo protocolo.
Lo primero que sabemos es que no nos entregamos a almas beatíficas,
que sepan cuál es la cura que precisan nuestros males y que tengan los
medios para evitarlos, como nos hacen creer. Las autoridades a las que
recurrimos para que nos salven son las que han tomado las decisiones que
nos han llevado a la situación en las que estamos y las que se muestran
totalmente incompetentes e incapaces de sacar a los países europeos de
la crisis. Son las que miraron a otro lado cuando los bancos alemanes y
europeos en general financiaban la burbuja y cuando cargaban sus
balances de basura financiera, provocando así que se hundieran las
economías. Y son las que llevan ya dedicados varios billones de euros a
salvarlos sin conseguir, sin embargo, que vuelvan a financiar la
actividad y el empleo, que es lo que deberían haber conseguido para que
la economía vuelva a ponerse en marcha. Nos ponemos, pues, en manos de
incompetentes que vienen tomando decisiones en virtud de un
fundamentalismo ideológico que en lugar de salvar a otros países los ha
hundido aún más después de rescatarlos. Así que es demasiado ingenuo, o
una verdadera locura, creer que cuando lo hagan con nosotros van a tener
un súbito ataque de sabiduría y lucidez que los lleve a tomar las
decisiones correctas que no han sabido adoptar hasta ahora con ningún
otro país.
Sabemos que este rescate es, en todo caso, un rescate de los bancos y
que ni siquiera eso va a funcionar bien. El rescate que se prepara no
va a resolver los problemas del sector bancario porque se adopta sin
haberse atrevido a poner en negro sobre blanco la verdadera situación
patrimonial de cada uno de ellos, para evitar así el escándalo de
mostrar las barbaridades que han cometido los banqueros españoles (y
alemanes, no lo olvidemos) a costa de hundir a la economía. No va a
funcionar y no va a servir para tranquilizar a los mercados, por
utilizar la expresión con la que se refieren a los inversores
especulativos que hacen el agosto por anticipado con la incertidumbre, y
la prima de riesgo seguirá desbocada porque nadie se cree los
resultados de las auditorías privadas que se han realizado para
justificar la petición de rescate. Sus estimaciones se basan en el
diseño sin fundamento científico alguno de escenarios que nunca han
acertado a prever y se refieren al sistema en su totalidad y no en
concreto a las entidades que necesitan más o menos capital, que hubiera
sido lo necesario. El rescate de la banca que se prepara tampoco salva
al sector financiero español como tal, porque este tipo de operaciones
no se hace para lograr que vuelva a fluir el crédito, que es lo que hace
un sistema sano, sino para recapitalizar discrecionalmente a las
entidades y ayudarles a que mejoren sus cuentas de resultados, que es
otra cosa. Así que el rescate no va a restaurar la solidez del sector,
ni salvará a la banca en general o a todas las entidades que lo
conforman, sino que solo conseguirá poner en bandeja de las grandes el
resto del mercado.
Este rescate, por supuesto, no salva a la economía española sino que
la hundirá más por varias razones. Porque va a ir de la mano de
condiciones que van a agudizar la parálisis de la actividad, toda vez
que no rompen con la tónica de austeridad y descapitalización pública
que vienen provocándola. Porque no contempla los males de fondo que han
producido el deterioro estructural de nuestra economía: la
especialización perversa; la desigualdad; la venta a mal precio de
activos vinculados a nuestro mercado interno y la pérdida de fuentes de
ingresos endógenos; la disminución de capacidad adquisitiva de
asalariados, de trabajadores autónomos y de pequeños y medianos
empresarios; el mal funcionamiento de nuestra administración pública y
el gasto innecesario y la corrupción de muchos de nuestros
administradores y grandes empresarios; el fraude y la inequidad fiscal y
la carencia de políticas redistributivas potentes que ayuden, como en
los países más avanzados, a que la actividad sea más sostenible
económica, ecológica y socialmente y más competitiva… Y, porque, en
lugar de reforzar las necesarias fuentes de valor que se necesitan para
que una economía progrese con bienestar (conocimiento, innovación,
espíritu empresarial, sinergias y creación de redes…) las va a destruir
para muchos años.
Y el rescate no va a permitirnos salir adelante porque tampoco aborda
el daño que hace a nuestra economía la pertenencia a una unión
monetaria mal diseñada, sin resortes de reequilibrio y sin las
instituciones que la teoría económica más elemental nos ha enseñado que
debe poseer para no ser un mecanismo endiablado de generación de
inestabilidad, de desigualdad y de problemas de eficiencia de todo tipo.
Sin abordar estos asuntos, e incidiendo en los que, por el contrario,
ahondan en nuestras carencias, podemos predecir que la economía
española va a ir a peor inmediatamente después que se ponga en marcha
este rescate. Un rescate a costa de todos los ciudadanos que puede dar
un respiro a algunos grandes banqueros, que tendrán más cerca quedarse
con todo el mercado, pero que nos pondrá directamente en la antesala de
otro nuevo, ya de toda la economía y que igualmente podemos anticipar
que tampoco servirá para nada, porque es imposible que España pague la
deuda acumulada y la que se va a ir añadiendo cada vez más
vertiginosamente, como tampoco la van a poder pagar los demás países
europeos.
Nuestros gobernantes se empeñan inútilmente en cuadrar el círculo y
así nos han introducido en una espiral trampa de la que ya solo se puede
salir cortando por lo sano. Es materialmente imposible hacer frente a
la deuda del modo en que quieren hacerlo las autoridades europeos y el
gobierno español, suponiendo que este sepa lo que quiere. Las políticas
europeas contra el déficit no alivian la deuda sino que son su fuente de
crecimiento inagotable. Y ocultan que la deuda no solo tiene causas
sino también propósitos: la esclavitud de los pueblos y el mayor negocio
de los banqueros. Las políticas y rescates, como el de ahora a España,
que dicen que se adoptan para disminuirla simplemente la aumentan y nos
sitúan en la antesala de medidas aún más drásticas para avanzar hacia lo
que de verdad van buscando: imponer un nuevo modelo que les proporcione
beneficios a base de empobrecer a la población para competir a la baja
con el resto del mundo, eliminando para ello todo resto de estado de
bienestar y de justicia fiscal o económica.
El tiempo se encargará, más pronto que tarde, de señalar de nuevo quién lleva razón y quién no.