No acierto a explicarme el catálogo de jóvenes que acuden estos días a la jornada mundial de la juventud, que está haciendo estos días más asfixiante la ya de por sí asfixiante vida en la ciudad de Madrid, cuna de obras infinitas y de todo tipo de manifestaciones y celebraciones que hacen que el tránsito de una vida medianamente sosegada en esta ciudad se convierta en imposible.
La galería fotográfica que muestran los distintos periódicos en sus páginas digitales hablan por si solas de un evento masivo en el que realmente hay que tener fe para acudir, dadas las temperaturas que nos está regalando agosto en estos días, que hace parecer como que el mismo diablo quiere hacer un regalo de su fuego eterno a esta multitud de jovencitos aparentemente piadosos, unidos en último término por la fiesta y el mogollón, que forma parte del escenario posible de las cosas que más les gustan.
Pero dentro de todo lo que representa esta bacanal apostólica, lo que me llama fuertemente la atención es que el Cardenal Arzobispo de Madrid, Monseñor Antonio María Rouco Varela, ha facultado a todos los sacerdotes en el contexto de las Jornadas Mundiales de la Juventud a absolver a las fieles que hayan abortado y estén arrepentidas imponiéndoles “una penitencia conveniente”.
Esta medida se adopta para que “todos los fieles que acudan a las celebraciones de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud en Madrid puedan alcanzar más fácilmente los frutos de la gracia divina, que les abra las puertas de una vida nueva”, ha señalado el Arzobispado a través de un comunicado.
Es curioso que sea esa misma manada de jóvenes pro-vida los que se encuentran extasiados en las manifestaciones que contra el aborto ha promovido la iglesia una y otra vez, gritando sus consignas como verdaderos posesos, pero la vida, ya sabemos, es un mar de contradicciones.
Los escenarios que se han montado para hacer esas “confesiones en masa”, creo que en el entorno de la casa de campo, son una suerte de cubículos blancos colocados en hilera, como si fueran las casetas de la feria del libro. En las fotos que sacan del evento se dan los gestos más “peregrinos”, valga la coña, porque buena parte de ellos se encuentran riendo, como si el intercambio de secretillos fuera en realidad que se están contando chistes. La gracia divina debe ser realmente graciosa.
Entre esa misma galería fotográfica se encuentra la estampa de dos tipos con la camiseta de voluntarios, con una cresta al estilo punk de una dimensiones respetables. Como decía la canción de la polla records “moda punky en Galerías, muy punk, muy punk”
Jesús H. Cifuentes.
http://blogs.elnortedecastilla.es/cifu/2011/08/17/muy-punk-j-cifuentes-cifuceltascortos-com/
viernes, 19 de agosto de 2011
¿Por qué no se reduce el déficit aumentando los ingresos públicos? (EDUARDO GARZÓN ESPINOSA)
Teniendo en mente que el déficit presupuestario es la diferencia
entre los ingresos del estado y los gastos que ha de acometer, se deduce
que hay tres formas para reducirlo: A) reducir los gastos; B) aumentar
los ingresos; o C) una combinación de las anteriores.
Sin embargo, en la agenda política de los gobernantes europeos las opciones B y C parecen
no tener ninguna relevancia. Desde el primer momento la ideología imperante ha dominado el debate público esparciendo la idea de que para solucionar el problema presupuestario hay que recortar el gasto público. Este discurso ha quedado claramente de manifiesto con la publicación del “Pacto por el Euro” de la mano de los dirigentes europeos, en el cual se considera totalmente necesario efectuar grandes recortes en las partidas de gasto. Y estamos también acostumbrados a ver en los medios de comunicación a los políticos nacionales más influyentes discutir sobre qué tipo de gasto hay que recortar, y nunca debatir cómo incrementar los ingresos. Ayer mismo el candidato a la presidencia del gobierno por el PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba mencionó que “prefiere quitar diputados provinciales antes que quitar maestros o médicos”. Como si no pudiese elegir otras opciones diferentes.
no tener ninguna relevancia. Desde el primer momento la ideología imperante ha dominado el debate público esparciendo la idea de que para solucionar el problema presupuestario hay que recortar el gasto público. Este discurso ha quedado claramente de manifiesto con la publicación del “Pacto por el Euro” de la mano de los dirigentes europeos, en el cual se considera totalmente necesario efectuar grandes recortes en las partidas de gasto. Y estamos también acostumbrados a ver en los medios de comunicación a los políticos nacionales más influyentes discutir sobre qué tipo de gasto hay que recortar, y nunca debatir cómo incrementar los ingresos. Ayer mismo el candidato a la presidencia del gobierno por el PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba mencionó que “prefiere quitar diputados provinciales antes que quitar maestros o médicos”. Como si no pudiese elegir otras opciones diferentes.
Apenas se dice nada de la posibilidad de aumentar los ingresos
públicos. Parece que esa posibilidad no existe. Se olvida o se quiere
olvidar que aumentar los ingresos públicos es otra alternativa para
solucionar el problema del déficit. ¿Pero por qué los gobernantes
actuales no se plantean dicha posibilidad? ¿Por qué se quiere evitar
hablar de esta alternativa?
Normalmente los argumentos más utilizados giran en torno a una idea
que parece obvia: para aumentar los ingresos públicos hay que aumentar
los impuestos, y esta acción deprimiría aún más la economía al reducir
la capacidad adquisitiva de los contribuyentes, que tendrían más
dificultades para consumir y para invertir. Sin embargo este
razonamiento aparentemente obvio no es del todo correcto porque está
incompleto. Hay muchas formas distintas de recaudar impuestos, y no
todas tienen el mismo impacto sobre la economía. De hecho, el factor más
importante es a quién se le recauda el impuesto. No es lo mismo aumentar los impuestos a las personas que tienen un sueldo de 800 euros al mes, que aumentárselos a los que cobran más de 800.000 euros al mes.
Resulta obvio que a ese segundo tipo de personas les afectará mucho
menos una mayor contribución con la hacienda pública. Aquí está la
trampa de este discurso. Cuando uno afirma que mayores impuestos
contraen la economía, hay que pedirle que matice a quiénes se les va a
imponer esos impuestos para revisar la veracidad de su declaración.
Con respecto a esto último, el discurso neoliberal (imperante en
nuestros días) ya se ha encargado de expandir y fortalecer la idea de
que aumentar los impuestos a los más ricos es un error. Los neoliberales
sostienen que las personas más adineradas son precisamente las más
capacitadas para invertir en la economía y, por tanto, generar empleo y
crecimiento económico. Sin embargo, no parece que ese razonamiento sea
muy cierto cuando estamos acostumbrados a ver cómo las grandes fortunas huyen del sistema tributario hacia oscuros paraísos fiscales y cómo se destinan a especular en los mercados financieros obteniendo ganancias ficticias que en absoluto generan empleo (de hecho, en ocasiones generan desigualdad, pobreza y hambre).
Además, incluso aceptando esa dudosa premisa de que los más ricos
generan oportunidades de negocio y con ello puestos de trabajo, hay que
recordar que esa misma labor puede ser igualmente realizada (incluso de
forma más eficaz y con mayor alcance) por los mecanismos del estado. Al
fin y al cabo, los fondos recaudados por los impuestos se terminan
destinando fundamentalmente a iniciar proyectos de inversión (como
construcción de carreteras, hospitales, colegios…) y a ofrecer servicios
a toda la población (como servicios sanitarios, de educación, de
ocio…); intervenciones que relanzan la economía al requerir trabajadores
e impulsar la demanda agregada de la economía.
Por lo tanto, la vía que pasa por aumentar los ingresos fiscales es
efectivamente una locura si los que van a pagar los impuestos son las
personas con menor renta. Esto es así por dos razones: 1) perderían
capacidad adquisitiva y disminuirían su consumo (lo que reduciría la demanda agregada de la economía) puesto que estas personas destinan una proporción elevada de su renta a consumir y 2) dada la distribución de la renta en nuestro país –donde la riqueza está concentrada fundamentalmente en pocas manos-
los afectados serían la mayor parte de la población, por lo que el
consumo total caería bastante y haría resentir intensamente la actividad
económica.
En cambio, la vía que pasa por aumentar los ingresos fiscales es todo
un acierto si los que van a pagar los impuestos son las personas con
mayor renta. Esto se explica por varias razones: 1) al disponer de una
elevada renta, un recorte en la misma no afectaría a su capacidad para
consumir, puesto que estas personas destinan una proporción muy pequeña
de su renta a consumir; 2) tendrían menos fondos para especular en los
mercados financieros y por lo tanto no se seguirían haciendo más ricos a
partir del dinero, no provocarían tantos desequilibrios en la bolsa o
en el mercado de derivados o en el de deuda pública, y no aumentarían
tanto los precios de los alimentos en el tercer mundo; 3) se produciría
un reparto más equitativo de la riqueza total; y 4) puesto que las
personas más adineradas representan una pequeña proporción de la
población, los afectados no serían muchos.
Una vez comprendido esto, ya se entiende mejor por qué en la agenda política actual no
aparecen propuestas para aumentar los ingresos del estado: simplemente porque estas medidas perjudicarían a las grandes fortunas, que son precisamente las que más poder tienen para influir en los círculos políticos, mediáticos y económicos.
aparecen propuestas para aumentar los ingresos del estado: simplemente porque estas medidas perjudicarían a las grandes fortunas, que son precisamente las que más poder tienen para influir en los círculos políticos, mediáticos y económicos.
No nos podemos dejar engañar. Nos mienten cuando nos dicen que no hay
dinero y que por lo tanto hay que realizar recortes en el gasto
público. Claro que hay dinero, lo que ocurre es que las personas que lo
tienen no quieren perderlo, y por eso influyen en los gobernantes para
que no les toquen su bolsillo. De ahí que nada se haga para recaudar
impuestos a los más ricos y mucho para realizar recortes sociales que,
al fin y al cabo, restan recursos a los que menos tienen. Por eso se
dice que la crisis la están pagando los más pobres.
El
déficit público se podría combatir poderosamente si los gobernantes no
estuviesen subyugados por el poder económico y financiero. Como veremos en el próximo artículo,
existen medidas muy fáciles de adoptar (técnicamente hablando) que
recaudarían millones de euros, que no deprimirían la actividad
económica, y que darían un respiro a las arcas del estado.
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ARTICULOS OPINIÓN - EDUARDO GARZÓN ESPINOSA
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