Artículo de Vicenç Navarro que se publicará el próximo lunes en el diario digital EL PLURAL, 12 de noviembre de 2012
Este artículo critica la
cobertura de los medios de mayor difusión españoles sobre las elecciones
en EEUU, proveyendo datos que cuestionan algunas de las
interpretaciones que se han dado de las últimas elecciones en aquel
país.
La cultura y comportamiento políticos de
EEUU no es siempre fácil de entender desde el punto de vista europeo,
pues sus símbolos, lenguaje y formaciones políticas –tales como los
partidos políticos- son diferentes a los existentes en este continente,
aún cuando la creciente americanización de la política en Europa está
desarrollando similitudes que considero, por cierto, preocupantes.
Pero veamos las
diferencias primero. Comencemos por los símbolos. El color rojo –el
color de las izquierdas en Europa-, es el color de las derechas en EEUU.
Y viceversa, el color azul, que es el color de las derechas en Europa,
es el color de las izquierdas en EEUU. Cuando en el día de las
elecciones el mapa electoral de EEUU se teñía de rojo, sobre todo en el
centro y sur de EEUU, parecía que “los rojos” habían tomado todas estas
partes del país. Los rojos, sin embargo, eran los azules en España, es
decir, las derechas.
También existen
diferencias en el lenguaje. Una persona definida como “liberal” en
Europa es un político o un economista que desfavorece políticas
redistributivas, minimiza las intervenciones gubernamentales y no quiere
ni oír hablar de aumentar los impuestos de los ricos y de las rentas
del capital. En EEUU, sin embargo, ser “liberal” es todo lo contrario.
Es un político o un economista que está a favor de políticas
redistributivas, favorece el intervencionismo gubernamental y ve con
buenos ojos el incremento impositivo de las rentas del capital y de los
súper ricos. En otras palabras, lo más próximo a un liberal
estadounidense es un socialdemócrata europeo. Los medios de información
españoles, sin embargo, al traducir literalmente el término “liberal”
estadounidense cuando se refieren a personalidades progresistas de aquel
país, crean unas confusiones tremendas. Referirse, como hacen muchos
medios en España, al político Jesse Jackson sénior, uno de los
dirigentes de la izquierda estadounidense, o al fallecido senador
Kennedy, uno de los senadores más progresistas de EEUU, como
“liberales”, desorienta en gran manera al público español que se informa
a través de tales medios, que traducen palabra por palabra lo que leen
en la prensa estadounidense. Tal confusión la he podido oír
frecuentemente en voces de tertulianos y periodistas poco conscientes de
este error.
Otra diferencia, esta
vez en los instrumentos políticos en ambos lados del Atlántico Norte, es
lo que se entiende por partido político. En Europa, un partido político
es un colectivo que (en teoría) decide colectivamente con un ideario
común compartido por la militancia que participa (en teoría) en el
desarrollo de su programa y en la elección de sus dirigentes. Aunque
esta militancia y el gobierno colectivo están desapareciendo en muchos
partidos (de ahí que utilice el término “en teoría”), las diferencias de
los partidos políticos europeos con los partidos estadounidenses son
todavía sustanciales. El sentido de militancia en estos últimos no
existe. El ciudadano se registra para votar como Republicano, como
Demócrata, o como Independiente. Y no hace nada más hasta el día que
vota en las primarias del Partido Republicano o Demócrata. Las primarias
son un buen sistema, pero es la única participación que el miembro del
partido tiene en la candidatura final. Por lo demás, los miembros
activos que participan y deciden son los cargos elegidos y los aparatos
de tales partidos. Se me dirá, con razón, que hoy la gran mayoría de
partidos de Europa están también evolucionando hacia este tipo de
prácticas. Pero sus raíces son distintas y sus prácticas todavía
recuerdan sus orígenes. En Europa, la mayoría de partidos de izquierda
eran la rama política de movimientos obreros que organizaban la vida
social así como la política de tales grupos. No así con el Partido
Demócrata, que es un aparato de representantes políticos y personas que
aspiran a ser representantes políticos. Que ello esté también ocurriendo
en muchos partidos de Europa (y España) no niega las diferencias
todavía existentes entre los partidos estadounidenses y los europeos.
En EEUU, los partidos son paraguas
que acogen una enorme variedad de sensibilidades. En el Partido
Demócrata hay desde sensibilidades próximas a los partidos socialista y
comunista hasta la derecha conservadora de los Estados del Sur, la parte
más conservadora de EEUU. El Partido Republicano, sin embargo, es hoy
menos diverso. El aparato del partido está controlado por el Tea Party,
que con su nacionalismo extremo, inspiración y fundamentalismo
religioso, sentido de superioridad, resultado de pertenecer a una nación
escogida por Dios para realizar su labor “civilizadora”, liberando al
mundo de comunistas y socialistas (que son todos los que no están de
acuerdo con ellos), con un estilo jerárquico, machista e intolerante de
la diversidad, tiene semejanzas con la ultraderecha presente dentro del
partido conservador que gobierna España.
La privatización del sistema electoral. El punto vulnerable de la democracia en EEUU
Pero la mayor
diferencia de las prácticas políticas entre EEUU y España es la
financiación de las campañas electorales, que es predominantemente
privada en EEUU. Las campañas electorales de los candidatos a cargos
representativos son financiadas con fondos privados procedentes de
donantes que en su gran mayoría son grandes empresas financieras y
grandes corporaciones que quieren influenciar las decisiones
legislativas que afectarán a sus intereses, y son los componentes de lo
que se llama en EEUU la Corporate Class, es decir, la clase de los
dirigentes de las grandes compañías que manejan la vida económica y
financiera del país (la imagen idealizada del proceso electoral, que
asume que los candidatos son financiados por las personas normales y
corrientes, que envían sus donaciones de 25 o 50 dólares a su candidato,
es profundamente falsa). Ello implica que las campañas electorales de
los congresistas que se sientan en Comités del Congreso de EEUU, que
tienen que tomar decisiones, por ejemplo, sobre el sistema sanitario,
están financiadas por las compañías de seguro sanitario privado, las
compañías farmacéuticas, el sector industrial sanitario, las grandes
asociaciones médicas, y un largo etcétera, que incluye los grupos de
presión que gestionan y actúan en el sector sanitario.
Esta situación no
existe en dimensiones comparables en Europa, cuya regulación del sistema
electoral no permite todas estas prácticas que se considerarían
corruptas. Ni que decir tiene que algo de ello ocurre, más en los
partidos conservadores y liberales, próximos al mundo empresarial, que
en los partidos de izquierdas. Pero incluso entre los primeros, tal
comportamiento es mucho menor que en EEUU, donde ni siquiera se
considera corrupción esta práctica de comprar favores del legislador.
Esta situación crea un
gran distanciamiento de la población hacia las instituciones
representativas. El 72% de la población no se considera representada por
el Congreso de EEUU, el cual se percibe como un instrumento de la
citada Corporate Class. Sólo el 52% del electorado vota en las
elecciones presidenciales, siendo este porcentaje incluso menor (30%) en
las elecciones de los Estados (equivalentes a las CCAA en España) y en
las elecciones municipales. Puesto que en EEUU hay una relación directa
entre nivel de renta y participación electoral (a más renta, mayor
participación), este dato implica que casi la mitad de la población, la
que está por debajo de la mediana, no vota. Este sector no votante es la
mayoría de la clase trabajadora estadounidense, que no vota por ser la
que se siente menos representada. El 72% de esta población (cuya renta
está por debajo de la mediana) se autodefine como clase trabajadora, y
un 28% como clase media (General Social Survey. 2008).
¿Qué pasó en las últimas elecciones a la Presidencia y al Congreso de EEUU?
La falta de
conocimiento de estas realidades ha dado pie a muchos malentendidos en
los reportajes de lo ocurrido en las últimas elecciones. Por ejemplo,
continuamente se presentan las propuestas de los candidatos ganadores
como representativas de las propuestas deseadas por el pueblo
estadounidense, sin clarificar que, en general, la mayoría de los
candidatos tienen posturas mucho menos progresistas que la población,
tanto votantes como no votantes. Se olvida, por ejemplo, que el
candidato vencedor, el presidente Obama, sostiene propuestas definidas
dentro de un marco condicionado por sus financiadores. La reforma
sanitaria de Obama, por ejemplo, aunque importante, no resuelve el gran
problema de la falta o insuficiencia de cobertura de los servicios
sanitarios para millones de estadounidenses. Aunque su reforma disminuye
el número de personas sin cobertura sanitaria o con cobertura limitada,
no resuelve el problema de falta de universalidad que asegure a cada
ciudadano el acceso a la atención sanitaria, y ello como consecuencia de
que la reforma Obama no se atreve a enfrentarse con las compañías de
seguro que controlan el sistema sanitario. Si, tal como hizo el partido
socialdemócrata canadiense, hubiera eliminado las compañías de seguro,
siendo el gobierno federal -junto con el gobierno de los Estados-, el
que contratara los servicios sanitarios para atender a la población, en
lugar de hacerlo a través de las compañías de seguros, como la mayoría
de la ciudadanía estadounidense desearía que se hiciera (extendiendo a
toda la población el programa Medicare, de financiación pública, que
ahora cubre sólo a los ancianos). EEUU podría proveer cobertura
universal –como ocurre en Canadá- a un costo mucho menor y con mayor
satisfacción ciudadana, como ya ocurre en Canadá. Ahora bien, las
compañías de seguro y la banca han financiado la campaña del Sr. Obama
(y también la del Sr. Romney), lo cual limita lo que Obama considera
factible en sus propuestas. Ni que decir tiene que el hecho de que los
dos candidatos estuvieran financiados por las mismas fuentes no
significa que adopten posturas semejantes. Obama es mejor que Romney en
la gran mayoría de propuestas, incluidas las sanitarias. Pero Obama no
se atreve a hacer los cambios que la mayoría de la ciudadanía desea por
no enfrentarse a tales compañías, que controlan los Comités del
Congreso, responsables de temas sanitarios. Y la población es consciente
de ello, lo cual explica la escasa popularidad del Congreso. Tal
institución es de las menos valoradas por la población estadounidense.
Otra información defectuosa que se
ha publicado en los medios de comunicación es su presentación de que los
dos candidatos estaban bastante equilibrados en su apoyo entre la
población. Se ha llegado a esta conclusión cuando se hacían encuestas
basadas en la población votante (las que, por cierto, fueron
frecuentemente erróneas). Pero si se hubieran hecho entre la mayoría de
la población, incluyendo la casi mitad de estadounidenses que no votó,
podrían haber visto que la mayoría de éstos (según la encuesta de Pew
Research Center), pertenecientes en su mayoría a la clase trabajadora,
eran más progresistas que los votantes, apoyando más a Obama (como mal
menor) que a Romney. También estaban más a favor de que el gobierno
aumentara los impuestos de las rentas superiores que los votantes (que
también favorecían tal aumento) y de que se interviniera más activamente
en la esfera económica y financiera del país. También favorecían más la
expansión de la cobertura sanitaria así como la retirada de las tropas
del Ejército, que los votantes (que también era favorecida por la
mayoría de votantes). Estas opiniones corresponden a la clase
trabajadora estadounidense cuya movilización puso a Obama en el poder,
lo cual tampoco apareció en los medios.
Tales medios dieron gran énfasis a
los componentes étnicos y raciales, señalando el gran apoyo que recibió
Obama entre afroamericanos e hispanos, sin subrayar que el elemento
común de estos grupos es que la mayoría son de clase trabajadora,
predominantemente no cualificada. Estos grupos votan menos que la
población en general, aunque la gran mayoría vota Demócrata y votó al
candidato Obama. Pero los sectores blancos de tal clase trabajadora que
vota, vota también Demócrata (en menores porcentajes que los
afroamericanos e hispanos). La gran abstención de esta clase es el mayor
problema que tienen los Demócratas. De ahí que, como señala Mark
Weisbrot, uno de los mejores analistas de la política y de la economía
estadounidense, en su artículo en The Guardian, (“Barack Obama’s
carefully crafted economic populism carries the day”, 07.11.12), Obama
centró sus esfuerzos en movilizar al votante potencial entre los no
votantes, la mayoría pertenecientes a la clase trabajadora y clase media
de renta media y baja. Obama pudo movilizar a los no votantes, con un
discurso (que los republicanos odian y llaman despectivamente “lucha de
clases”) en el que presentó a los Republicanos como el partido de los
ricos y a Romney como el representante del capitalismo de la banca que
se había hecho rico especulando y destruyendo puestos de trabajo, una
descripción como banquero especulador que definía bastante bien al
candidato republicano, cuyos comentarios despectivos hacia las clases
populares, en su famoso encuentro con sus financiadores, causó una
tormenta que animó a votar a sectores de la clase trabajadora que
probablemente se hubieran abstenido. Y fue esta movilización en Estados
claves, sobre todo industriales, lo que le dio la victoria.
La división de la
población en grupos raciales y étnicos, sin tener en cuenta su clase
social, llega a conclusiones erróneas, como vimos en los reportajes de
las elecciones. El que la mayoría de los votantes blancos no votaran a
Obama se debe en parte a que en la composición de la población votante
(la mayoría de clase media), los votantes blancos pertenecen a la clase
media de renta mediana alta, y su comportamiento electoral tiene muy
poco que ver con la raza. En realidad, aunque la mayoría de
estadounidenses blancos votaron a Romney, los que votaron a Obama en
este grupo aumentó. La clase social es una categoría raramente analizada
en EEUU. Y sin embargo, juega un papel determinante en explicar el
comportamiento electoral, tanto de los votantes como de los no votantes.
Y de esto, usted, lector, no tendrá información a través de los medios.
Espero que considere esta información útil y valiosa, y en este caso la
distribuya extensamente.