En el azar de la vida nunca sabemos a ciencia cierta por dónde nos van a venir los tortazos. Vivimos hacia delante con tantas facturas sin pagar, con tantos rincones ocultos en nuestro pasado, con tantos fantasmas aleteando en nuestros sueños y tantos pánicos vitales sin resolver, atrapados por el acelerador incansable de una existencia devoradora, que echar el freno para encarar todas estas sombras se convierte hoy en todo un ejercicio de valentía que no todo el mundo está dispuesto a realizar.
El problema es que vivir esclavizado por ese acelerador no nos ayuda a ser más felices. Solo sirve para mantener la pose de que estás a la última en una actitud que regala sonrisa en público y llanto en privado, cuando uno se mira al espejo en la soledad de su propia verdad.
El fin de semana pasado ha saltado la noticia en todos los medios de comunicación británicos de la muerte de una joven de 15 años, Isobel Clara Reilly, que falleció en una fiesta por tomar éxtasis y otras drogas en una “party” de quinceañeros organizada por Beatriz, anfitriona del evento que vive en una mansión victoriana de la zona VIP del norte de Kensinton, en Londres.
El caso es que la absurda muerte de esta niña, acompañada de otros tres colegas hospitalizados, se convirtió en una triste realidad porque el padre de la anfitriona, Brian Dodgeon, de 60 años de edad, era el dueño de semejante mercancía en su casa. Se conoce que su hija Beatriz ya tendría alguna noción de sus existencia, porque si no es difícil que se pongan los chavales a hurgar buscando drogas en casa de todo un laureado profesor universitario en el ámbito de la educación, y especialista en la técnica Alexander, que es un método de reeducación psicofísica orientado a la higiene postural de músicos, deportistas, bailarines…El caso es que tanto este señor como su esposa se fueron de forma asombrosa dejando a su libre albedrío a toda una manada de adolescentes, que al cuarto de hora de comenzar la “fiesta” ya estaban con un pedo del trece a base de birra y ginebra, y embroncándose por parte del sector gorilero, que siempre busca un macho dominante.
El caso me habría pasado totalmente desapercibido si no fuera porque el azar de esta gente se ha cruzado con mi entorno familiar más cercano, motivo por el cual el susto se convierte en algo mayúsculo, y uno se pregunta qué clase de monstruitos estamos fabricando. No hay más que ver a esas adolescentes contaminadas por su propio entorno ilustrado pero vacío, aparentando todas ellas ser Rihanna y todos ellos Justin Bieber, sometidos a la presión y el vendaval de ese acelerador absurdo en que la competitividad, el afán de figurar, el aspecto físico y el maquillaje, hacen el más estrepitoso vacío a la razón, a las ideas y al esfuerzo que supone alcanzar la felicidad.
Jesús H. Cifuentes - el norte de castilla -