La historia, que tanto gusta de repetirse, a veces ofrece nuevos matices en su continua reiteración. De un tiempo a esta parte asistimos en directo desde el sofá de casa y desde el salón de nuestras conciencias, a este levantamiento ciudadano del entorno del mundo árabe que empezó por Túnez (donde parece que empiezan a despertar con resaca con una mujer no tan amable como parecía) y que ha seguido por Egipto, emocionando la memoria histórica de los antiguos combatientes por la democracia europeos.
El escepticismo inoculado por los días en que estamos viviendo se lleva mal con la pasión de la utopía, esa esquiva diosa que perseguimos desde tiempos remotos como a un canto de sirena. En estos días inciertos las únicas sirenas que se oyen son las de las ambulancias y la policía. Es la desgracia de las sirenas de hoy cuando cantan, que suenan a muerte. Y así es cómo desde nuestra orilla vemos con regocijo la revuelta, por lo que llevamos de utópicos en la sangre, por ver florecer nuevas esperanzas, y sobre todo por presenciar un cambio sin precedentes en el complicado entramado islámico.
Ocurre que la estrategia de un cambio de esta envergadura plantea un enroque complicado al resto de los jugadores en la partida mundial. Por un lado está el vecino Israel, los torturadores del pueblo palestino que mantienen en la franja de Gaza un campo de concentración a cielo abierto, del que la comunidad internacional hace oídos sordos desde el pleistoceno, dado que los intereses económicos que el pueblo judío ha inoculado a nivel internacional desde Norteamérica a Europa tienen una garra muy profunda. A estos ahora parece que les toca salir “en defensa de la democracia” dado que ven las barbas de su vecino pelar, y están poniendo las suyas a remojar. Llevan en silencio décadas de dictaduras de estos países en connivencia con ellos, y es ahora cuando el clamor popular y la hartura insondable pone en guardia sus estrategias. Como siempre, llegando tarde y con las espaldas bien cubiertas.
Pero qué bonito sería soñar con un cambio real, en el que el pueblo que ha tomado la calle con su sangre y con su anhelo pudiera llegar por fin a una democracia que les convierta en timoneles de su destino. Otro gallo cantaría para millones de personas que ven y padecen a diario el yugo de los fusiles, la religión en su versión más talibana, y la incultura y la desinformación que mantiene paralizados los corazones.
En pocos días veremos si realmente después de esta fiesta, los platos y los cacharros que quedan por el suelo para recoger no están llenos de sangre, y si la verdad tiene alguna posibilidad de triunfar en estos tiempos de apatía y desencanto.
Jesus H. Cifuentes