lunes, 20 de septiembre de 2010

JAMÁS PERDIDA LA ESPERANZA (A JOSE ANTONIO LABORDETA DE JOSÉ LUIS RODRIGUEZ ZAPATERO)

Cuando dejaste el Congreso de los Diputados y, como Presidente del Gobierno pero, sobre todo, como compañero en las Cortes, te agradecí tu labor y tu entrega sincera, estaba dándote las gracias por algo que difícilmente puede explicarse si no es desde el silencio de la admiración verdadera.
Porque, hace ya unos cuantos años, mi querido Labordeta, siendo un adolescente, leí un poema tuyo (o quizás lo escuché cantado por algún amigo, eso no puedo asegurártelo) que evocaba una conversación con tus alumnos del instituto aragonés donde eras profesor de Historia. Les decías lo que sentí que también podías estar diciéndome a mí entonces: cuando ellos llegaban, cuando nosotros llegábamos, tú ya estabas volviendo. Y, sin embargo, tus palabras estaban lejos de cualquier rasgo de escepticismo o de la condescendencia que, a veces, la edad se arroga.
Si me impresionaron aquellos versos era porque intuí en ellos la mano amiga de un maestro, de alguien que regalaba su experiencia, que venía a unirse a los que empezábamos a ir, y que lo hacía sin merma alguna de su ilusión y fe en las propias creencias, sino al contrario.
Así te he visto desde entonces, así te he visto en el hemiciclo, distinguiéndote con tu franqueza, con tu pasión, con tus convicciones indeclinables, tozudo y bondadoso. Por eso, la gente te quería tanto, por eso desde ayer se te llora tanto.
¡Cuánto me alegro de que, en vida, y con plena justicia, se te otorgara, en 2009, la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, y, de nuevo, hace apenas unos días, el Ministro de Educación y la Ministra de Defensa del Gobierno de España te entregaran la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio! Sabiduría, pasión, profundas convicciones...
Esos eran algunos de los méritos que se señalaban para premiarte. Las razones están en tales méritos y en la obligación de ser agradecidos, de reconocer cuánto ha ayudado José Antonio Labordeta a lograr la convivencia madura y pacífica de un país que él recorrió como un peregrino, llenando su mochila de mil y una historias anónimas a las que les daba casa y voz, "atravesando el tiempo".
Alguien me anotó un fragmento de tu pregón en las fiestas patronales de Zaragoza del año pasado. Lo copio yo ahora, en este día triste que te despide: Vamos a hacer con el futuro / un canto a la esperanza / y poder encontrar tiempos / cubiertos con las manos / los rostros y los labios / que sueñan libertad.
Por ti, por tantos como tú, amigo mío. Como en uno de tus últimos poemas: ...y una lágrima / por lo que nunca fue / aunque jamás perdida la esperanza.

Que la tierra te sea ligera.

José Luis Rodriguez Zapatero

LABORDETA, EL AMOR POR LA GENTE (LUIS ALEGRE)

José Antonio Labordeta no se acababa nunca. Dentro de él cabían muchas personas: el poeta, el novelista, el periodista, el profesor, el activista cultural y político, el presentador de televisión, el diputado, el autor de algunas canciones pegadas a la memoria colectiva o el líder moral de una generación decisiva en la historia de Aragón. Pero, sobre todo, dentro de él había un tipo emocionante al que la gente siempre sentía como uno de los suyos.
En el Teruel de los sesenta, Labordeta, con 30 años, fue profesor, con Eloy Fernández Clemente o José Sanchís Sinisterra, de alumnos luego tan relevantes como Manuel Pizarro, Federico Jiménez Losantos, Joaquín Carbonell, Gonzalo Tena o Carmen Magallón. Jiménez Losantos era un crío de Orihuela del Tremedal que acababa de perder a su padre y que, de inmediato, encontró en Labordeta un refugio sentimental y una inapreciable referencia cultural y política. El paso del tiempo situó a Labordeta y a Jiménez Losantos en dos Españas ideológicamente remotas. A Labordeta le preguntaban todo el rato por Jiménez Losantos, a menudo, con la esperanza de provocarle. Pero nunca nadie logró arrancarle una mala palabra sobre su antiguo discípulo. José Antonio siempre decía: "¿Federico? Un gran poeta". Como suele suceder, el afecto era correspondido: yo fui testigo de un encuentro de Labordeta y Jiménez Losantos en el bar del palco del Santiago Bernabéu, antes de un Real Madrid-Zaragoza. Se fundieron en un abrazo muy afectuoso y se pusieron a reír recordando los viejos tiempos. Los encorbatados que había en el palco, que no sabían de la misa la media, miraban la escena, perplejos. Vivimos en un mundo tan malvado que reivindicar la bondad de alguien puede sonar raro, un poquito cursi y hasta revolucionario. Pero eso es lo que era, esencialmente, José Antonio Labordeta: alguien que hizo de la bondad una obra de arte.
Desde hace unos años, una asociación de empresas cerveceras realiza una encuesta para conocer los personajes -nacionales e internacionales- preferidos por los aragoneses para irse de cañas. Hasta el año pasado José Antonio Labordeta siempre salió el primero. El resultado de la encuesta era de lo más revelador: los aragoneses, realmente, sentíamos total devoción por él. La irrupción de Labordeta en la vida pública aragonesa supuso un subidón de autoestima para nuestra tierra: gracias a él nos aprendimos a querer mucho más y mejor. Los aragoneses nos sentíamos muy orgullosos de "El Abuelo" porque nos devolvía una imagen de nosotros mismos que nos hacía sentir muy bien.
Labordeta sentía debilidad por la España olvidada, como dejó bien claro en el programa Un país en la mochila o en sus años en el Congreso. José Antonio se metió en el bolsillo a muchos ciudadanos que compartían muy pocas de sus ideas pero a los que inspiraba una confianza personal absoluta. Labordeta era el antiarribista y el anticorrupto. No sé si habrá habido algún político en la historia de España en el que se haya percibido tanta integridad y tanta nobleza.
La gente sabía que el amor de Labordeta era verdadero. Por eso la gente lo quería de esa maravillosa manera.

Luis Alegre

LA VOZ DE NUESTRA MEMORIA (A JOSE ANTONIO LABORDETA POR VICTOR MANUEL)

Nos encontramos por vez primera en 1975, en el barrio de Torrero (Zaragoza), al amparo de una asociación de vecinos que agitaba las aguas cuando el viejo régimen agonizaba. Ya sabía de ti, de Andalán, de tu hermano Miguel al que había leído. Encontrarte fue como estar frente a un amigo al que conoces de toda la vida, cariñoso a lo aragonés, cercano, tierno...
Te dije cuanto me gustaba tu trabajo, como te admiraba y de un manotazo cambiaste de conversación temiendo que aquello se convirtiera en un merengue. Unos meses después nos encontramos en el Festival de los Pueblos Ibéricos, en la Universidad Autónoma de Madrid, donde 50.000 cantamos contigo el Canto a la libertad.
Te he conocido siempre igual, vertical, inquebrantable. Plantado en el escenario o defendiéndote como gato panza arriba, en el Congreso, frente a las provocaciones de aquellos diputados que aplaudían la intervención en Irak como un solo Aznar.
Tardará en nacer, si es que nace, alguien más pegado a un territorio, Aragón, más resuelto a cargar sobre sus hombros la historia grande y la intrahistoria; empotrado en su paisaje, hombro con hombro con el paisanaje. Indisolublemente unidos para siempre.
Te vi por última vez en tu casa el 28 de mayo, de la mano de Luis Alegre. Había buscado un libro que quería regalarte, Sous le signe de l?étoile rouge, lo hojeaste brevemente y dijiste "Me va a gustar".
En este oficio de cantar nuestro, ya sabes, uno encuentra de todo, meteoritos de una sola canción que desaparecen como el humo; cantamañanas dispuestos a transar pagando el gasto de su propio bolsillo; ambiciosos con la ambición dibujada en el rostro; mentirosos compulsivos; envidiosos corroídos por la envidia... Y tú, al que nunca escuché hablar mal de un compañero, con la sabiduría del que sabe escuchar porque siempre está dispuesto a saber algo que desconoce; al hombre libre que no necesita renunciar a nada para tener el afecto de sus contemporáneos. De mayor quiero ser como tú, querido José Antonio.

Víctor Manuel

CIUDADANO LABORDETA (DE LUISA FERNANDA RUDI)

Conocía a José Antonio Labordeta de habernos cruzado por las calles de nuestra Zaragoza por las que él gustaba pasear o por coincidir en algún acto institucional, pero nunca se me pasó la idea de que pudiéramos encontrarnos como compañeros de escaño en el Congreso de los Diputados.
Su paso por el Congreso se correspondió con su necesidad de elevar la voz y el tono de su compromiso
Fue en esos años cuando tuve la oportunidad de descubrir a un Labordeta inédito para muchos hasta entonces, que con determinación y con ese punto de vehemencia que solo unos pocos pueden exhibir sin faltar a su coherencia, reivindicaba desde la tribuna de oradores al Gobierno de turno un mejor trato para Aragón al tiempo que proclamaba sus creencias de hombre de izquierdas siempre que se le brindaba alguna oportunidad.
Es cierto que José Antonio ya actuaba en clave política desde hacía tres décadas, cuando escribió Cantar y callar o también con su Canto a la libertad, y seguramente su paso por la Carrera de San Jerónimo se correspondió sobre todo con su necesidad vital de elevar la voz y el tono de su compromiso y la defensa de sus ideales. Y lo hizo con constancia -en los Diarios de Sesiones quedan registradas sus numerosas intervenciones-, con naturalidad, con sentido común, con pasión, y hasta con visibles y encendidos enfados pero, sin lugar a dudas, con la intención última de quien busca lo mejor para aquellos a los que representa.
Muchas veces, desde el sillón de la Presidencia de la Cámara, tuve la sensación de escuchar a un ciudadano común que, sin más ataduras e intereses que su amor por Aragón y por España, trasladaba a sus señorías los argumentos sencillos y cotidianos que con él podían compartir millones de españoles. Un ciudadano como cualquier otro, ni más ni menos, hablando en la tribuna del Congreso de los Diputados. Por eso Labordeta caía tan bien.
Ayer por la tarde fui a ofrecer un último adiós a José Antonio en la capilla ardiente instalada en las Cortes de Aragón -la que fue su primera casa política durante unos años- y viendo a los cientos de personas que en silencio aguardaban en las inmediaciones para despedirse comprobé, una vez más, que mereció la pena conocer a Labordeta.

Luisa Fernanda Rudi

LA VOZ DEL ERIAL (DE MIGUEL MORA A JOSE ANTONIO LABORDETA)

Labordeta fue la voz de una tierra callada. La voz de Aragón, lugar de miseria, emigración y soledad, tierra baldía y náufraga que con él, que como Buñuel fue un aragonés de mirada muy larga, volvió al mapa por la puerta grande de la libertad.
Sin mediterráneo ni flamenquería que llevarse a la boca, tirando de pueblos vacíos, viudas, trompetillas y oficios desaparecidos, Labordeta labró con la tosca cólera de la periferia desierta una obra emocionante, un conjunto de canciones de contagioso aliento poético y vindicativo.
Poeta y cantautor, agitador y genial comunicador, resucitó con esa música directa y sin costuras el mejor pasado anarco y libertario de Aragón, y lo puso al día con poemas de una economía y sencillez deslumbrantes.
Desde la nostalgia por los muertos y los vencidos, pero siempre intentando construir un presente distinto, El Abuelo convirtió la derrota de tantos en una educación sentimental y política; era el solista del erial, y por tanto no tenía doblez y era seco y terco, pero jamás se olvidó de la ternura.
Con su chorro de barítono baturro, sus palabras rurales, y unas consonantes que sonaban a portazos abrió inesperados caminos de esperanza. Esa sinceridad desarmaba a abuelos y adolescentes. Hoy que se ha ido he visto a mi padre, Emilio, comprando de noche sus vinilos en el viejo 'drugstore' de la calle Fuencarral de Madrid. Y la emoción de escucharlos por primera vez, aquella piel de gallina, ese extraño fulgor identitário: "Coño, si resulta que soy aragonés...".
Más allá de eso, Labordeta legó a los huidos, los asesinados y los muertos de cualquier parte una narración lógica, un final decente y más presentable. Su memorable "a la mierda" a los escaños de la derecha incivil fue solo el razonable epílogo a sus canciones y principios.
Su vida cumplida fue también un homenaje a la prematura desaparición de su hermano mayor, Miguel, poeta maravilloso y raro, activista literario, dramaturgo de una sola obra (montó 'Oficina del Horizonte' con Agustín Ibarrrola) y alma de la tertulia del café Niké de la calle Requeté Aragonés, donde expendía carnés de ciudadano del mundo y dirigía la OPI (Oficina Poética Internacional).
Habrá un día en que todos agradezcan a Labordeta los servicios prestados a este país de sordos voluntarios. Entretanto, los jóvenes que no le hayan oído todavía deben saber que hubo pocos cantautores menos plastas que él, porque sumaba a la hondura de sus himnos la gracia irresistible del pop agrícola pirenaico.
Mismamente de 'Evaristo el cuchillero', un juguetillo ejemplar que decía así:

Arremójate la tripa
que ya viene la calor,
que luego en el mes de agosto
no suelta el agua ni dios.
Evaristo el cuchillero
se ha comprado ahora un camión
y pasando el puente en Fraga
desde arriba lo midió.
Los hijos de la María
se han marchao a Nueva York
uno trabaja de negro
y otro de indio en un salón.
Marcelino y la Miguela
se han ido a la emigración,
ahora dicen gutentajen,
aufidersen, chuli jo.
De cien vecinos que éramos
ya solo quedamos dos:
don Florencio que es el amo
y un seguro servidor.
Don Florencio vive en Huesca,
aquí solo quedo yo
con una cabra mochales,
una gaita y un tambor.
Un día cojo la cabra,
la trompeta y el tambor
y me voy a Zaragoza
y que pregone el patrón.
Arremójate la tripa
que ya viene la calor,
que luego en el mes de agosto
no suelta el agua ni dios.