Después de la tormenta papal que ha dejado a Madrid como si aquello hubiera sido un festival de heavy, parece que ahora se queda el agujero de la ausencia tras la huída por toriles de toda esa inmensa manada de chavales que vinieron a intentar sacarse la foto con el papa.
Tremenda la estampa de la vigilia de la última noche, donde una tormenta casi perfecta provocó el derrumbe de varias carpas e instalaciones diversas donde se acogía la chavalería, y el propio Benedicto tuvo que suspender parte de su discurso, como si el propio Dios le estuviera diciendo al papa que se callase, por favor. No me digan que no. Suena como cuando en la biblia salían esas historias que de crío me impresionaban enormemente, y que tanto salían en la peli de los sábados por la tarde en la tele en blanco y negro de nuestra infancia. Me refiero a las diez plagas de Egipto, esa suerte de calamidades con que Dios castigó al faraón y a Egipto por no dejar marcharse a la comunidad hebrea esclavizada, pastoreada por un magnífico Charlton Heston como Moises, que a los ojos de los niños hacía la magia más fascinante que se pudiera uno imaginar. Pobre Harry Potter. El nunca habría podido convertir el agua del Nilo en sangre con su varita; ni llenar toda la ciudad de ranas que salían por debajo de las piedras; ni de un golpe contra la arena del desierto, convertir cada grano en una plaga de mosquitos; ni hacer que aparecieran por doquier manadas de animales salvajes que arrasaron a los egipcios, dejando tranquilos a los israelitas (tu si tu no); ni un ataque por la vía de la pestilencia que acabó con todos los ganados; ni una epidemia de úlceras incurables para toda la población; ni una destructiva tormenta tipo la del papa, que acompañada de fuego y granizo acabó con todas las cosechas; ni una nube de langostas que acabó por asolar por completo toda la vegetación que quedaba; ni la condena a la oscuridad más densa que durante tres días pesó solo para los egipcios, sin que los israelitas dejaran de recibir el sol (tu si, tu no); ni, ya por último, como brillante colofón, la muerte de todos los primogénitos de todos los egipcios, que fue por fin la puntilla que ablandó al faraón.
Uno se pregunta cómo pudieron salir de esa, si solo con dos o tres plagas ya tienes que acabar bien jodido, porque las diez una tras otra no las aguantan ni los japoneses con toda su paciencia.
La pregunta que se cierne sobre nosotros ahora es cual será la próxima plaga que dios nos envíe:¿Una tormenta de primas de riesgo? ¿La insoportable pesadez de la campaña electoral de las próximas elecciones generales? ¿La consumación matrimonial de Epi y Blas como pareja?
Jesús Cifuentes