Poema para ayer:
Hoy cultivo mi odio y hundo mis uñas negras en el lodo,
maldigo al dios inexistente, le enseño mi dedo corazón,
escupo en la cara de los profetas que traen su palabra,
revelaciones sin alma escritas en las puertas de los retretes.
Hoy mi enojo es una astilla de cristal, la copa rota en el suelo,
la voz chirriante de trenes que frenan, estruendo de metro en el túnel.
Como quien encuentra rostros en las manchas de humedad,
trato de encontrar señales en estas heridas,
indicios de una tormenta de antorchas y aquelarres,
asalto a los palacios, saqueo a los armarios de las princesas,
coronas para borrachos que caminan descalzos.
Rastros, en definitiva, de una revolución que no llega,
por más que le rezo, como a una mujer escondida
en lo alto de la torre.
Harto de los tipos trajeados que ríen atronadoramente
en los trenes de alta velocidad, en los restaurantes y los parlamentos,
harto de la orfandad con que temblamos en mitad de la nada,
niños perdidos sin Peter Pan que nos salve la risa,
ni polvo de hadas, analgésico efervescente que nos calme el dolor de las alas.
Tanto puño alzado, tanto grito en la calle para nada,
para ser flor de plástico en la consola de la entrada,
estampita sepia marcando la página de un libro que dejamos de leer,
que encontramos por sorpresa ordenando recuerdos,
-fíjate que pintas teníamos- y ni un triste arañazo en los titulares.
Así se van los días, viendo como el agua crece,
y ni siquiera es Venecia quien se despide,
sólo un triste suburbio de sueños y quimeras,
construidas sobre el andamio pobre de los libros de Chomsky,
palestino al cuello, oenegé transatlántica y a casa que mañana madrugamos.
Pero aún estamos a tiempo. Aún suenan las sirenas,
la calle mojada, la sonrisa ancha, como en la vieja canción.
Aún a tiempo de cambiar las cosas.
Por eso te ansío, te deseo, te adoro con ira,
te espero como mascarón de proa, buscando el parpadeo de tu luz,
faro solemne, mi verdadero dios, alienígena nacido en esta Tierra,
hombre, mujer que sueña, zarza ardiendo que viaja en autobús,
que llora en la cola del paro, que cierra los puños,
que grita encolerizado exigiendo lo que es suyo:
el mañana.
Hoy cultivo mi odio y hundo mis uñas negras en el lodo,
maldigo al dios inexistente, le enseño mi dedo corazón,
escupo en la cara de los profetas que traen su palabra,
revelaciones sin alma escritas en las puertas de los retretes.
Hoy mi enojo es una astilla de cristal, la copa rota en el suelo,
la voz chirriante de trenes que frenan, estruendo de metro en el túnel.
Como quien encuentra rostros en las manchas de humedad,
trato de encontrar señales en estas heridas,
indicios de una tormenta de antorchas y aquelarres,
asalto a los palacios, saqueo a los armarios de las princesas,
coronas para borrachos que caminan descalzos.
Rastros, en definitiva, de una revolución que no llega,
por más que le rezo, como a una mujer escondida
en lo alto de la torre.
Harto de los tipos trajeados que ríen atronadoramente
en los trenes de alta velocidad, en los restaurantes y los parlamentos,
harto de la orfandad con que temblamos en mitad de la nada,
niños perdidos sin Peter Pan que nos salve la risa,
ni polvo de hadas, analgésico efervescente que nos calme el dolor de las alas.
Tanto puño alzado, tanto grito en la calle para nada,
para ser flor de plástico en la consola de la entrada,
estampita sepia marcando la página de un libro que dejamos de leer,
que encontramos por sorpresa ordenando recuerdos,
-fíjate que pintas teníamos- y ni un triste arañazo en los titulares.
Así se van los días, viendo como el agua crece,
y ni siquiera es Venecia quien se despide,
sólo un triste suburbio de sueños y quimeras,
construidas sobre el andamio pobre de los libros de Chomsky,
palestino al cuello, oenegé transatlántica y a casa que mañana madrugamos.
Pero aún estamos a tiempo. Aún suenan las sirenas,
la calle mojada, la sonrisa ancha, como en la vieja canción.
Aún a tiempo de cambiar las cosas.
Por eso te ansío, te deseo, te adoro con ira,
te espero como mascarón de proa, buscando el parpadeo de tu luz,
faro solemne, mi verdadero dios, alienígena nacido en esta Tierra,
hombre, mujer que sueña, zarza ardiendo que viaja en autobús,
que llora en la cola del paro, que cierra los puños,
que grita encolerizado exigiendo lo que es suyo:
el mañana.
ISMAEL SERRANO