lunes, 8 de abril de 2013

HASTA SIEMPRE, JOSÉ LUIS SAMPEDRO



De la asamblea del 15-M de Chamberí (su barrio madrileño), al Ministerio de Cultura (que en 2011 le concedió el Premio Nacional de las Letras); de los vecinos anónimos de Mijas (donde pasaba parte del invierno) a sus ilustres colegas de la Real Academia Española (que en 1991 le vieron ocupar el sillón F), pocas veces un intelectual español habrá sido tan llorado en sitios tan distintos como José Luis Sampedro. Novelista y economista, referente para los críticos del capitalismo salvaje y profesor de varios ex ministros de Hacienda, el autor de Octubre, octubre y Realidad económica y análisis estructuralmurió en su casa de Madrid el domingo pasado, pero la noticia solo se ha conocido hoy, cuando sus restos ya habían sido incinerados.
Sampedro tenía 96 años y ninguna gana de protagonizar “el circo mediático en torno a la muerte de los famosos”, según explicó Olga Lucas, su viuda y colaboradora en los últimos años y en los últimos libros —de Escribir es vivir a Cuarteto para un solista, su despedida de la ficción, publicada en 2011—, la mujer que, decía el escritor, hizo que su moribundez fuera “muy satisfactoria”. “Nos dijo que quería beberse un Campari”, contó Lucas sobre los últimos momentos del escritor, “así que le hicimos un granizado de Campari. Me miró y me dijo: ‘Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos’. Se durmió y al cabo de un rato se murió”.
En 1991, durante su discurso de ingreso en la RAE, José Luis Sampedro afirmó que su dios era Jano —“el de un rostro a cada lado”—, y su vida tuvo siempre más de una cara. Nacido en Barcelona el 1 de febrero de 1917, el escritor vivió hasta los 13 años en Tánger, “un mundo que debería ser la tierra entera”, decía. “Los chicos llegábamos al colegio con diversas lenguas maternas, comprábamos golosinas con monedas diferentes, celebrábamos varias fiestas nacionales e incluso nuestro descanso semanal se repartía entre los días sagrados de tres religiones”. Así describía su infancia en ese discurso que le sirvió tanto para subrayar su calidad de “escritor furtivo” como para reconocer que el hecho de haberse dedicado a la literatura en las horas que le dejaba libres su oficio de economista había favorecido que, en su caso, marginalidad y autenticidad fueran más que una rima.
Cuando se estrenó como novelista con Congreso en Estocolmo (1951) Sampedro había escrito ya dos novelas que tardarían 40 años en ver la luz. También una obra de teatro. No en vano, el hombre que en 1977 entró en el Senado por designación real, pasó parte de la posguerra escribiendo con pseudónimo para espectáculos de revista protagonizadas por actrices que dormían en las butacas del teatro. Necesitaba el dinero, pero tuvo que dejarlo cuando le amonestaron en el ministerio de Comercio. Sampedro había llegado a Madrid en 1940 para estudiar económicas. Pensaba que la Economía sería útil para un funcionario de Hacienda y él lo era como “aduanero por oposición”. Había sacado la plaza siendo “un niño” después de dejar Tánger por Soria —”casi antes de la electricidad”— y Aranjuez —”un paraíso” con ventanas al jardín del Príncipe— para recalar en Santander poco antes de que estallara la Guerra Civil. Movilizado en el bando republicano, con la toma de la ciudad por los sublevados en agosto de 1937, el precoz funcionario fue reclutado por los franquistas. “No cambié de bando, me cambiaron”, decía. Por tradición familiar estaba más cerca de las posiciones conservadoras, pero pronto descubrió que la guerra no la habían gando los suyos.
José Luis Sampedro siempre dijo recordar la nobleza de los anarquistas con los que compartío batallón fugazmente, y durante toda su vida mantuvo una actitud lateral respecto al mundo literario y crítica respecto al financiero. Cuando miles de lectores se rindieron en los años ochenta y noventa del pasado siglo a obras como La sonrisa etrusca (1985), La vieja sirena (1990) o Real sitio (1993), su favorita, muchos descubrieron que el autor era un reputado Catedrático de Estructura Económica por cuyas clases habían pasado alumnos con apellidos como Boyer, Sochaga o Solbes.
“Solo los ingenuos y algún premio Nobel de economía llegan a creer que nuestro mercado encarna la libertad de elegir, olvidando algo tan obvio como que sin dinero no es posible elegir nada”, afirmó también en su ingreso académico alguien que reconocía que al capitalismo “le debemos el gran progreso que nos trajo desde las monarquías absolutas hasta las democracias surgidas de la Revolución francesa” pero que deploraba que la libertad no hubiera ido acompañada de la igualdad ni la fraternidad.
Fue su malestar con un tiempo cuyo libro sagrado, decía, es “el Evangelio según san Lucro” lo que acercó a Sampedro al movimiento del 15-M. En los últimos años, ni las cataratas ni la sordera consiguieron aislarlo del mundo. Ya nonagenario recordaba los versos de un poema que había escrito con 14 años y los puestos aduaneros de Hanoi y de Chile, que recitaba con la música de La casta Susana (versión de Marujita Díaz). Su lucidez estuvo siempre a la altura de su memoria. Cuando el periodista Jordi Évole le preguntó en su programa de televisión si antes de la crisis los españoles habían vivido por encima de sus posibilidades, José Luis Sampedro negó rotundo: también el crédito es una posibilidad, dijo. Si como economista sabía deslindar valor y precio, como escritor sabía desactivar con una sola frase cualquier lugar común.

OBRAS ECONÓMICAS

Principios prácticos de localización industrial (1957)
Realidad económica y análisis estructural (1959)
Las fuerzas económicas de nuestro tiempo (1967)
Conciencia del subdesarrollo (1973)
Inflación: una versión completa (1976)
El mercado y la globalización (2002)
Los mongoles en Bagdad (2003)
Sobre política, mercado y convivencia (2006)
Economía humanista. Algo más que cifras (2009)
El mercado y nosotros

NOVELA

La estatua de Adolfo Espejo (1939) -no publicada hasta 1994-
La sombra de los días (1947) -no publicada hasta 1994-
Congreso en Estocolmo (1952)
El caballo desnudo (1970)
Octubre, octubre (1981)
El amante lesbiano (2000)
La senda del drago (2006)
Cuarteto para un solista (2011) -escrita en colaboración con Olga Lucas-

CUENTO

Mar al fondo (1992)
Mientras la tierra gira (1993)

OTRAS OBRAS

Escribir es vivir (2005) -libro autobiográfico escrito en colaboración con Olga Lucas-
La escritura necesaria (2006) -ensayo-diálogo sobre su obra novelística y su vida. Edición y diálogo: Gloria palacios. Ed.Siruela.
La ciencia y la vida (2008) -diálogo junto al cardiólogo Valentín Fuster ordenado por Olga Lucas-
Reacciona (2011)

NUESTRO SAMPEDRO (MARUJA TORRES)

No es verdad que los que se van nos dejen huérfanos. Tenemos estos días dos ejemplos muy claros. Thatcher puso la primera piedra del mundo despiadado que ahora conocemos: imposible no tenerla presente, como igualmente imposible resulta no sentir el peso de su correligionario Reagan. También Clinton, el día que se muera, nos dejará con su ectoplasma flotando alrededor, porque fue él quien, en 1999, al derogar la ley de 1933 que ponía límites al poder financiero, dio alas a la actual crisis económica mundial, de la que sus causantes se han ido de rositas.
Contra estos aniquiladores del bien se alzó y se alza el segundo ejemplo, nuestro José Luis Sampedro. Y escribo nuestro con toda la boca y todo el corazón, precisamente porque representa lo opuesto a aquellos a quienes debemos este mundo cruel y aplastante. Él nos dijo que el poder lamina a los débiles porque se ha ensoberbecido. Mientras a nuestro alrededor se inflaban los pulmones quienes proclamaban las bondades del libre mercado, nos aclaró: “El mercado está en manos de los poderosos. Dicen que el mercado es la libertad, pero a mí me gustaría saber qué libertad tiene en el mercado quien va sin un céntimo. Cuando se habla de la libertad hay que preguntarse inmediatamente: ¿la libertad de quién?”.
Nos espoleó a ponernos en pie, a rechazar el dogma y a recuperar la dignidad, por eso digo que lo de José Luis tampoco desaparecerá, porque incluso cuando ya no se le recuerde, incluso si sus libros desaparecieran, en la corriente sanguínea de muchos de nosotros, de muchos muchos muchos de nosotros, navega aquello tan hermoso que también nos dijo: “ Tenemos el deber de vivir la vida, de ser lo más que podamos en compañía de los demás, porque solos somos muy poca cosa”.
Arriba, amigos.

LA PALABRA NECESARIA (ÁNGEL GABILONDO)

Es difícil olvidar aquella conversación radiofónica de primeros de noviembre de 2005 en la que José Luis Sampedro dialoga sobre la muerte con un rector de una universidad madrileña. En ella subraya cómo nos vamos muriendo, cómo nos vamos viviendo, y su preferencia de la mortalidad sobre la insoportable inmortalidad. La voluntad de hacer de cada instante algo irrepetible viene a ser una verdadera pasión por la vida. En última instancia, lo más decisivo no es tanto que le oímos hablar sobre la muerte, cuanto su modo de hacerlo como un mortal. Vivamente, con esa libertad de saber que lo determinante no es el hecho de morir, sino cómo hacerlo. Y resulta extraordinario hasta qué punto todo su decir, que es más que el conjunto de todo lo que ha dicho y dice, está tejido por esta forma de hablar y de vivir propias de un mortal.
José Luis Sampedro es alguien pleno de palabras, que siempre suenan con el sabor de ser otras. No simplemente nuevas. Y ello obedece a que ha comprendido que, en cierta medida, el lenguaje más propio nos viene de los otros. Y es cuestión de hablar no solo de ellos, sino desde ellos. Y, más aún, de crear condiciones de posibilidad para su propia palabra.
De esta manera, su solidario decir no es simplemente una forma de acompañamiento, antes bien un modo de escucha y de respuesta. Y muy singularmente desde la equidad y desde la mirada, con los más necesitados, los más débiles, los más desfavorecidos o, como él señala, los más pequeños. Esa es su orilla y en ella se ha embarcado para siempre.
Este hombre de valor, de valía, de valentía dice lo que ni siquiera tal vez nos atrevemos a pensar, atrapados en el temor que supone habitar lo convencional. Cuando el hogar son los demás, la humanidad de los otros, cuando el propio decir se sustenta en ellos, va por ellos, la ética ya no es otra palabra que la que se dice con la forma de vivir. Y la de Sampedro atractivamente interpela nuestra indiferencia y nuestra pasividad.
Para quien siempre supo que la economía era una ciencia social y humana, y que, por tanto, solo cabe comprenderse como un modo de gobierno de la casa, de gobierno de la nave, de gobierno de sí mismo y de los otros, pronto la palabra vino a ser escritura, la de una literatura como forma de transformación, la de una lectura que nos hace ser diferentes.
La calle, la gente, y tantas diversas y genéricas denominaciones encuentran en su palabra y en su corazón la frescura y la higiene de la búsqueda de mejores condiciones de vida, de equidad y de justicia. Nunca su palabra suena más apropiada para cada cual que cuando es propiamente la más suya. Y la precisamos, como modificación del actual estado de cosas. La sencillez y la bondad se ofrecen en él con la contundencia de quien ve y dice con su vida que no le parece bien, de quien muestra con su verdadera palabra que hay formas evidentes, aunque aparentemente disueltas en múltiples complejidades y estructuras, en las que unos son sometidos al servicio de otros. Este apasionado mortal y generoso ser viviente ha sabido estar con nosotros y no podemos ignorar hasta qué punto le seguimos necesitando.

 ECONOMÍA DESDE EL CORAZÓN (LUIS PERDICES DE BLAS)

Jovellanos, Clarín, el premio Nobel de Literatura Echegaray, Valentín Andrés Álvarez y José Luis Sampedro comparten un mismo perfil biográfico: fueron economistas y literatos. Con cierto sarcasmo le oí decir en varias ocasiones a Sampedro que esto de dedicarse a dos campos tan opuestos era una desventaja porque los economistas pensaban que debía ser un excelente novelista y los literatos un buen economista. No obstante, este doble perfil, técnico y humanístico, marcó toda su obra docente y profesional. Sus libros de temática económica cautivan, incluso a aquellos que no suscriben sus ideas, porque están bien escritos y, por si no fuera poco, además fue un excelente orador que exponía sus ideas sin necesidad de leer ningún papel. Una vez jubilado cada vez que impartía una conferencia en su facultad, la de Económicas y Empresariales de la Complutense, siempre llenaba el Aula Magna y el público, principalmente el más joven, salía encantado.
No solo dominaba la palabra, sino que fue estudioso, lector empedernido y muy trabajador desde su adolescencia. Con tan solo 16 años ingresó en el Cuerpo Pericial de Aduanas. Tras obtener el Premio Extraordinario de Licenciatura en la primera promoción de la Facultad de Económicas de la Complutense, desarrolló una fructuosa carrera docente en esta universidad que compaginó con su trabajo en el Banco Exterior. Sampedro, a pesar de iniciar su carrera en plena autarquía franquista, fue un economista que siempre estuvo en contacto con el extranjero, y de hecho llegó a impartir clases en el Reino Unido. Uno de sus primeros y más importantes trabajos fue la traducción del Curso de economía moderna en 1950, el manual del keynesiano y premio Nobel de Economía Paul Samuelson, con el que se han formado numerosas generaciones de economistas hasta bien entrado el siglo XXI. Las fuerzas económicas de nuestro tiempo (1967) se tradujo a seis idiomas; asimismo, Conciencia del subdesarrollo (1973) tuvo amplia influencia entre sus alumnos y aquellos especializados en desarrollo y crecimiento económico. En esta monografía, en contra de Adam Smith, prefirió hablar de la “ciencia de la pobreza” y se declaró “economista de los pobres”. En todos sus libros realizó un enfoque social de la economía y por ello entendía el estudio de “una entidad social y colectiva” que implica un nivel de complejidad muy alto. Tal complejidad no se podía reducir a unas cuantas fórmulas matemáticas y por ello mostró su descontento por el nuevo rumbo que había tomado la disciplina “muy rica en ciencia” y “muy pobre en sabiduría”. Fue extremadamente crítico con la economía de mercado porque esta institución en realidad era imperfecta y estaba dominada por los más fuertes. En definitiva, el Estado debía regular la actividad económica debido a que, como expuso en un libro de divulgación titulado El mercado y nosotros (1989), no se podían dejar las decisiones en manos de unos cuantos poderosos que solo se guían por su beneficio privado. No profundizó en los fallos que puede tener el Estado, dirigido por políticos y burócratas que también siguen sus propios intereses.
Parafraseando el título de una recopilación de artículos de Samuelson, el profesor Sampedro intentó hacer una economía desde el corazón. Sus raíces humanísticas calaron profundamente en sus ensayos económicos.

AQUEL AMIGO QUE SILBABA (JUAN CRUZ)

Era aquel amigo que silbaba; si veía a alguien triste, cariacontecido o enfermo, lo buscaba, le daba la mano, lo invitaba a hablar, y él escuchaba; poca gente escuchaba como él: asintiendo con la cabeza, mirando; de vez en cuando se lanzaba hacia la cara del interlocutor, su amigo, como si quisiera abrazarlo, o como si quisiera animarlo a seguir.
Hace años, durante días lo vi al atardecer hacer la labor mayor de un samaritano. Estaba recién operado el doctor Alberto de Armas, un médico benemérito que estuvo entre sus grandes amigos canarios. Este hombre que silbaba y abrazaba y escuchaba a sus amigos como si él quisiera confundirse con sus problemas o sus esperanzas se sentaba junto a Alberto, éste debía permanecer echado boca abajo, recuperándose de la cirugía que le habían hecho en los ojos. Y el fabulador que silbaba le contaba historias, las historias que sabía, las que inventaba; de lo que se trataba era de tener al amigo animado y risueño, sin ver, sin poder mirar, pero seguro de que allí estaba aquel hombre poderoso silbando si hiciera falta para recuperar el ánimo del amigo doliente.
Reunía ritualmente, cada año, a sus amigos de Madrid, o de donde vinieran, para hacer la celebración de los años. Como era un hombre que regalaba y al que le hacían regalos (sería una tarea bellísima relacionar los que intercambió con su gran amiga Carmen Balcells), esa fiesta de cumpleaños era también un regalo mutuo, una ocasión para recibir su abrazo y para reír. Él cantaba, silbaba zarzuelas, lo hacía con una maestría extraordinaria, era un maestro del silbo, se regocijaba.
A veces se hartó de ser de un mundo que iba por veredas que no quería transitar
Muchas veces en la vida se indignó, se puso serio, se hartó de ser de un mundo que iba por veredas que él no quería transitar; pero en esos momentos, cuando había amigos, se regocijaba como un niño, y silbaba. A veces, también, actuaba, y pedía a los demás que actuaran, de modo que aquellas noches de los 1 de febrero eran happenings en los que él oficiaba de gran orfebre de la amistad. Él, a veces, hablaba o cantaba en el árabe que le venía de niño. Reía.
Con Olga Lucas, en los últimos años fructíferos de su vida, buscó la luz, el mar; fue a Tenerife, a Mijas, a Denia. Para recuperar el mar, esa energía que buscó siempre, se fue a Denia días antes de su muerte. Allí siguió recibiendo las llamadas de la amistad que fue guía de su celebración de la vida. “Ya sabes cuánto te quiero”, decía a quienes quería. Nunca dejó de querer José Luis Sampedro.

LUCIDEZ Y EXIGENCIA ÉTICA (ALFREDO PÉREZ RUBALCABA)


Probablemente, la palabra que más se va a emplear hoy para describir a José Luis Sampedro es la de humanista; a mí no se me ocurre otra mejor. Sampedro fue un humanista casi arquetípico, alguien que respondía a la perfección al principio clásico: nada humano le fue ajeno. No es fácil conciliar espíritu crítico y tolerancia, inteligencia y respeto cómo él lo hizo. Como tampoco lo es ser fiel a unas convicciones y permitir que nuevos puntos de vista vengan a enriquecerlas. Hay personas para las que la erudición es poco más que el adorno de una existencia mezquina, y otras que gracias a su sabiduría mejoran la vida de los demás; José Luis Sampedro era de estas últimas.
La Economía fue el instrumento que eligió para actuar sobre la realidad, y siempre tuvo muy presente que el objeto de esta ciencia es el bienestar de los seres humanos. Algo que algunos economistas parecen haber olvidado. Sampedro fue un economista brillante, de una enorme solidez técnica, pero que trascendió los límites de su disciplina y que puso la ética por encima de cualquier otro requerimiento. Una exigencia moral que le llevó a plantar cara a la realidad en los muchos aspectos de esa realidad que no le gustaban. Y exigente fue también en su actividad creativa, que completa el perfil de humanista. Borges dijo que desconocemos los propósitos del universo, pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos propósitos. José Luis Sampedro razonó con lucidez y obró con justicia. No sé si ayudó a los designios del universo, pero nadie puede poner en duda que fue muy valioso para sus semejantes.

EL PROFESOR DE ESTRUCTURA (JOAQUÍN ESTEFANÍA)

 
Me lo dice con delicadeza mi hija, también economista, sabiendo que me va a doler: “Ha muerto Sampedro”. Otro maestro nonagenario desaparecido. ¡Qué fuerza la de esa generación tan castigada por las guerras y los conflictos! Pienso inmediatamente en tipos como Paul Samuelson y John K. Galbraith, ya que se trata de economía, aunque sé que Sampedro, por pudor, hubiera rechazado cualquier comparación, cualquier analogía. Los tres pusieron punto final a la vida en su novena década. Samuelson, de quien Sampedro tradujo a mitad de los años sesenta su Curso de economía moderna, uno de los libros de la materia más influyentes y más vendidos de todos los tiempos; Galbraith, con quien coincidió Sampedro en la vinculación irrenunciable entre el poder y la técnica económica, y que pese a no haber conocido la profundidad de la actual Gran Recesión ya había denunciado a los economistas que o bien por ignorancia no tienen en cuenta los factores clave de lo que está ocurriendo (los animal spirits keynesianos) o, lo que es peor, los excluyen intencionadamente por motivos ideológicos para favorecer una determinada agenda política favorable a la desregulación de los mercados, con el fin de distribuir regresivamente la riqueza.
Ha muerto Sampedro. Tomo de mi biblioteca la Estructura económica. Teoría básica y estructura mundial (Ariel, 1969, con portada de Alberto Corazón), firmada por él como catedrático de la Universidad de Madrid, y por Rafael Martínez Cortiña (también fallecido) como profesor adjunto y encargado de la asignatura. De sus 630 páginas subrayadas a lápiz rojo (no había rotuladores) se desprenden unas hojitas con las lecturas complementarias que había de hacer el estudiante: Sweezy, Mandel, Theotonio dos Santos, Vidal Villa, Rojo, Sunkel, Gunder Frank, Bettelheim, Robinson..., todos parte de la educación sentimental de varias generaciones de estudiantes rojos de Económicas. También está la descripción de lo que pretende el profesor de Estructura: “Este libro ha nacido por la misma razón común a tantos otros de autores dedicados a la enseñanza: la necesidad docente. Pocas veces podrá esgrimirse esa necesidad con tanta verdad como ahora, pues cuando en 1947 el más viejo de nosotros inició sus cursos universitarios de Estructura Económica, no existía prácticamente ningún manual sobre la materia y, menos aún, adecuado a la enseñanza (…). Ello obligó a recurrir a los clásicos e insatisfactorios apuntes, progresivamente acrecentados y mejorados gracias a la experiencia de clase, hasta que en 1964 pareció posible publicar un breve resumen de ciertas ideas centrales bajo el título de Introducción de los sistemas económicos”.
En el prólogo de su fecunda Estructura, Sampedro y Cortiña se sienten solo enseñantes, y como tales proponen “informar, orientar, formar: tales han sido nuestras intenciones nada menos, pero ¿acaso podían ser otras?”. Dicen que se darían por contentos si, al menos, contribuyesen con sus páginas a sembrar en los lectores la tendencia a ordenar la contemplación de la realidad económica según una perspectiva estructural; es decir, en términos de totalidad y de interdependencia, “pues esa perspectiva [estamos solo en 1969] es cada día más ineludible en el ámbito de las ciencias sociales”.
Sampedro ha muerto. Se podría hablar de su lucidez como economista, de su elegancia como escritor, de su compromiso como intelectual de los perdedores. Pero hoy toca recordarle como profesor universitario.

LÚCIDO CONOCEDOR DEL ARTE NARRATIVO (ERNESTO AYALA-DIP)

 
Entre 1981 y 1990, José Luis Sampedro publica tres novelas que para mí resumen el meollo de su arte poética. En 1981 sale a la luz Octubre, octubre; en 1985, La sonrisa etrusca; cinco años más tarde, La vieja sirena. Novela total, podríamos llamar a Octubre, octubre. O novela polifónica también, toda vez que su materia narrativa es sustancialmente el cruce de voces, las distantes y las más cercanas en el tiempo. Sampedro tardó casi 20 años en darle forma literaria a esa masa de experiencias humanas y místicas de sus personajes. La estructura polifónica, por tanto musical de su novela, acercó probablemente a Sampedro a concebir su personal Cuarteto de Alejandría. Sampedro no rehuyó la estructura compleja cuando un tema (o los temas en una sola novela) lo hacía necesario. No había pose vanguardista ni manierismos injustificados. Sabía, desde su lúcido conocimiento del arte narrativo, el valor de los símbolos y el valor de simbolización de una época lejana para comprender los tiempos actuales. Sobre todo si el uso de ese mecanismo servía para matizar un realismo, en no pocos novelistas españoles, más cerca de la fotografía color sepia que de la verdadera representación.
No menos vigentes siguen siendo La sonrisa etrusca y La vieja sirena. La primera es el compendio perfecto para entender qué quería José Luis Sampedro de la novela: abrazar la vida y reivindicarla. La vida total, sin fronteras de espacio y tiempo. La antigua Etruria que sale en la novela, civilización misteriosa pero que desde su pétreo silencio nos ofrece una sonrisa indescifrable, como suspendida en la eternidad entre los avatares de los hombres de ayer y de hoy, no es un dato histórico para adornar, es la metáfora de un esplendor pasado y lleno de esperanzas hasta su desaparición total de la faz de la Tierra. De la misma manera que en La vieja sirena nos adentra Sampedro en otro pretérito histórico: la Grecia helenística. La crónica social y política de la Grecia del siglo III, el periodo de los poemas vanguardistas de Calímaco y los textos enigmáticos de Licofrón, le sirven para confraternizar (que no confrontar) lo real (histórico) con la fantasía. Su elección de la era helenística no podía ser inocente. Un periodo de crisis, de transición, de incertidumbre en la vida, el arte y las ciencias.
José Luis Sampedro concibió la praxis de la ficción con un sentido humanístico. Mezcló la historia de los hombres con la historia de los usos que esos hombres hicieron de sus cuerpos. Tuvo en su carrera literaria lectores y críticos que agradecieron y valoraron en mucho su obra. Otros pusieron reparos, entre los que me cuento cuando se trató de una obra determinada, La senda del drago (2006). Y sobre todo, como escribió el profesor José María Martínez Cachero, fue un escritor “lento y minucioso y honradamente inseguro a veces de su capacidad narrativa”.