Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario PÚBLICO, 27 de octubre de 2011
Este artículo señala que el
elevado nivel de concentración de las rentas y de la riqueza en los
países a ambos lados del Atlántico Norte (incluyendo España) representa
un obstáculo para la eficiencia económica del país, para el bienestar
social de la ciudadanía, y para el desarrollo democrático de tales
países. El artículo señala que la ciudadanía no es plenamente consciente
del elevadísimo grado de concentración de las riquezas, resultado de
políticas públicas que han beneficiado a una minoría de la población a
costa de la gran mayoría.
En la mayoría de países de ambos lados
del Atlántico norte no existe plena conciencia entre la población de la
extraordinaria concentración de riqueza existente en estos países,
resultado de la aplicación de políticas neoliberales por parte de sus
gobiernos en los últimos 30 años. La desregulación de los mercados,
incluyendo los financieros (que ha significado que las rentas superiores
de tales sociedades y sus instituciones financieras no tengan
limitaciones en sus comportamientos especulativos) y los laborales
(forzando una disminución de los salarios y de la protección social, lo
que conlleva un descenso de las rentas del trabajo con el consiguiente
aumento de las rentas del capital, del cual derivan sus rentas los
sectores más pudientes de la sociedad), así como las bajadas de
impuestos (que han beneficiado predominantemente a tales sectores más
pudientes), han facilitado una concentración de las rentas y de la
propiedad que ha alcanzado un nivel que no se había visto desde
principios del siglo XX, y que afecta negativamente la vida económica y
política de tales países.
En EEUU, el investigador que ha
estudiado más este fenómeno es el profesor George William Domhoff, que
ha documentado cómo en aquel país el 1% de la población (los superricos)
posee el 43% de todos los activos financieros, es decir, acciones
(38%), valores (60%) y participaciones (62%). En realidad, si añadimos
los ricos a los superricos, vemos entonces que el 10% de la población
posee el 90% de tales activos y más del 80% de las propiedades
inmobiliarias (excepto la vivienda habitual de los propietarios). Un
indicador de esta concentración de la riqueza y de las rentas que de
ella derivan es el enorme crecimiento del consumo de lujo. Las ventas de
la versión más cara del automóvil Mercedes-Benz y Cadillac en EEUU y
Porsche en Europa han alcanzado niveles nunca vistos antes. Mientras,
las rentas del trabajo han ido disminuyendo en ambos lados del Atlántico
como porcentaje de las rentas totales del país y, paralelamente, la
pobreza ha ido aumentando.
El incremento en la polarización de la
sociedad no está pasando desapercibida. Pero la población no es
plenamente consciente del elevado grado de concentración de la riqueza.
Así, cuando el canal de televisión público de EEUU (PBS) emitió el
documental Land of the Free, Home of the Poor (16-08-11) mostrando la
enorme disparidad de la propiedad, hubo una sorpresa generalizada. Según
una encuesta entre una muestra representativa de la población
estadounidense, el 90% creía que el 20% de la población (los superricos,
los ricos y los grupos de profesionales de renta alta) poseía el 60% de
la riqueza de aquel país. La concentración de la riqueza, sin embargo,
es mucho más acentuada de lo que la población asume: el 10% (ricos y
superricos) tiene más del 90% de la riqueza. Un tanto semejante ocurre
en España.
La justificación de las políticas
públicas neoliberales que favorecen a los superricos y ricos es que
ellos son los que invierten y crean riqueza y empleo. Ahora bien, como
señala acertadamente el economista de la Universidad de Cambridge
Ha-Joon Chang en su libro 23 things they don’t tell you about
capitalism, el nivel de riqueza y bienestar de un país no depende de la
concentración de la riqueza, sino de cómo se utiliza esta. Cuando son
los propios ricos y superricos los que deciden primordialmente cómo se
utiliza la riqueza, la sociedad tiene problemas graves. El superrico y
rico invierte, no para crear empleo, sino para conseguir más dinero. Y
como puede sacar más dinero de las actividades especulativas (que no
crean empleo) que de las inversiones productivas (la economía real que
produce bienes y servicios), resulta que se crea muy poco empleo. De ahí
que Ha-Joon Chang señale que quien debe guiar la utilización de tal
riqueza, evitando sus usos no sociales, es la ciudadanía a través del
Estado. Y la prueba de ello es evidente. Cuando el capital estuvo
altamente regulado (1945-1980) y las diferencias de renta y riqueza
entre las clases sociales eran mucho menores que ahora, resultado de
políticas redistributivas realizadas por los estados, la riqueza global y
el bienestar social crecieron mucho más rápidamente que durante el
período neoliberal (1980-2011) cuando el capital, y muy en especial el
financiero, pudo hacer lo que quiso. La Gran Recesión es resultado de
ello.
Esta concentración a favor de una
minoría –los ricos y superricos– se hace a costa de la mayoría, tal como
muestran los siguientes hechos: las rentas del capital han aumentado a
costa de la reducción de las rentas del trabajo; los recortes de
impuestos que han beneficiado primordialmente a los ricos y superricos
han supuesto reducciones muy notables de los servicios públicos del
Estado del bienestar tales como sanidad, educación y otros servicios
utilizados por las clases populares; su enorme influencia sobre los
estados y sobre las instituciones internacionales (como el FMI, el Banco
Mundial, la Comisión Europea, el BCE y la OCDE) explica también que se
estén imponiendo políticas que, favoreciendo sus intereses, están
dañando enormemente el bienestar de la población, reduciendo derechos
sociales y laborales; y su influencia sobre los estados explica también
las enormes ventajas fiscales y ayudas públicas que reciben de los
estados (como el rescate de los bancos realizado con dinero público), a
la vez que se oponen al aumento del gasto público, incluyendo el gasto
público social, que beneficia a las clases populares.
En otras palabras, tales sectores
pudientes (que representan minorías muy reducidas de la población) viven
mejor a costa de que otros, la mayoría, vivan peor. Esta es la
definición de lo que se llama explotación. Así de claro.