Un estudio, publicado el 8 de mayo en la revista Science, indica que la biomasa utilizada para generar electricidad podría ser la solución más eficaz.
En este estudio, Campbell, junto con Christopher Field, del Departamento de Ecología Global de la Carnegie Institution, y David Lovell, de la Universidad de Stanford, ambas en EE UU, encontró que la biomasa convertida en electricidad daba lugar a un 81% más de kilómetros recorridos y a un 108% más de bonos de emisiones, en comparación con el etanol.
La biomasa (materia vegetal que se cultiva y utiliza para generar energía) es una de las fuentes de energía alternativa a los combustibles fósiles que estudian los científicos. Existen dos tecnologías basadas en la biomasa en las que intervienen el etanol y la electricidad. La biomasa convertida en etanol, un combustible obtenido del maíz, puede alimentar vehículos de combustión interna. Pero por otro lado, la biomasa convertida directamente en electricidad puede propulsar un vehículo alimentado por una batería eléctrica.
En otras palabras, según Campbell, los vehículos propulsados por biomasa convertida en electricidad “llegaban más lejos en la carretera” que los propulsados por etanol. Como consecuencia, añade Campbell, “llegamos a la conclusión de que transformar la biomasa en electricidad en vez de en etanol es la solución más lógica a dos problemas de gran importancia política: el transporte y el clima”.
Los científicos han basado su estudio en dos criterios: los kilómetros recorridos por unidad de superficie cultivada y los bonos por emisión de gases de efecto invernadero por unidad de superficie cultivada. En ambos casos, los científicos tuvieron en cuenta distintas materias primas (maíz y mijo perenne) y distintos tipos de vehículo (turismo pequeño, turismo mediano, todoterreno pequeño y todoterreno grande).
Primero, observaron la cantidad de kilómetros que podían recorrer los distintos vehículos alimentados con etanol, en comparación con los propulsados con electricidad. Después, analizaron los bonos por emisiones de gases de efecto invernadero para el etanol y la bioelectricidad. El uso de la tierra es un factor importante a tener en cuenta cuando se evalúa cada método.
A escala mundial, la cantidad de terrenos disponibles para cultivar biomasa es limitada. Usar las tierras de cultivo actuales para los biocombustibles podría hacer que el precio de los alimentos aumentase, y la puesta en cultivo de nuevas tierras, o la deforestación, podría tener un impacto negativo en el medio ambiente.
Los autores son precavidos al señalar que su estudio ha evaluado dos criterios, el transporte y los bonos por la emisión de gases de efecto invernadero, pero no ha analizado el rendimiento de la electricidad y el etanol en cuanto a otros factores importantes desde el punto de vista político.
“También tenemos que comparar estas dos alternativas en otros aspectos como el consumo de agua, la contaminación del aire y los costes económicos”, dice Campbell.
El investigador, antes de entrar en la Universidad de California, adquirió notoriedad dentro de su país por otro estudio en el que llegaba a la conclusión de que Estados Unidos podría cubrir el 6% de sus necesidades energéticas con biocombustibles producidos en tierras de cultivo abandonadas o degradadas.
La preocupación por los precios de los combustibles derivados del petróleo y las consecuencias a largo plazo de las emisiones de gases de efecto invernadero han empujado a los científicos a buscar fuentes de energía alternativas renovables para los medios de transporte. Una de las preguntas que surgen es la de cuál debería ser la tecnología más apropiada, un tema en el que se enmarca el trabajo presentado ahora.
www.agrodigital.com
En este estudio, Campbell, junto con Christopher Field, del Departamento de Ecología Global de la Carnegie Institution, y David Lovell, de la Universidad de Stanford, ambas en EE UU, encontró que la biomasa convertida en electricidad daba lugar a un 81% más de kilómetros recorridos y a un 108% más de bonos de emisiones, en comparación con el etanol.
La biomasa (materia vegetal que se cultiva y utiliza para generar energía) es una de las fuentes de energía alternativa a los combustibles fósiles que estudian los científicos. Existen dos tecnologías basadas en la biomasa en las que intervienen el etanol y la electricidad. La biomasa convertida en etanol, un combustible obtenido del maíz, puede alimentar vehículos de combustión interna. Pero por otro lado, la biomasa convertida directamente en electricidad puede propulsar un vehículo alimentado por una batería eléctrica.
En otras palabras, según Campbell, los vehículos propulsados por biomasa convertida en electricidad “llegaban más lejos en la carretera” que los propulsados por etanol. Como consecuencia, añade Campbell, “llegamos a la conclusión de que transformar la biomasa en electricidad en vez de en etanol es la solución más lógica a dos problemas de gran importancia política: el transporte y el clima”.
Los científicos han basado su estudio en dos criterios: los kilómetros recorridos por unidad de superficie cultivada y los bonos por emisión de gases de efecto invernadero por unidad de superficie cultivada. En ambos casos, los científicos tuvieron en cuenta distintas materias primas (maíz y mijo perenne) y distintos tipos de vehículo (turismo pequeño, turismo mediano, todoterreno pequeño y todoterreno grande).
Primero, observaron la cantidad de kilómetros que podían recorrer los distintos vehículos alimentados con etanol, en comparación con los propulsados con electricidad. Después, analizaron los bonos por emisiones de gases de efecto invernadero para el etanol y la bioelectricidad. El uso de la tierra es un factor importante a tener en cuenta cuando se evalúa cada método.
A escala mundial, la cantidad de terrenos disponibles para cultivar biomasa es limitada. Usar las tierras de cultivo actuales para los biocombustibles podría hacer que el precio de los alimentos aumentase, y la puesta en cultivo de nuevas tierras, o la deforestación, podría tener un impacto negativo en el medio ambiente.
Los autores son precavidos al señalar que su estudio ha evaluado dos criterios, el transporte y los bonos por la emisión de gases de efecto invernadero, pero no ha analizado el rendimiento de la electricidad y el etanol en cuanto a otros factores importantes desde el punto de vista político.
“También tenemos que comparar estas dos alternativas en otros aspectos como el consumo de agua, la contaminación del aire y los costes económicos”, dice Campbell.
El investigador, antes de entrar en la Universidad de California, adquirió notoriedad dentro de su país por otro estudio en el que llegaba a la conclusión de que Estados Unidos podría cubrir el 6% de sus necesidades energéticas con biocombustibles producidos en tierras de cultivo abandonadas o degradadas.
La preocupación por los precios de los combustibles derivados del petróleo y las consecuencias a largo plazo de las emisiones de gases de efecto invernadero han empujado a los científicos a buscar fuentes de energía alternativas renovables para los medios de transporte. Una de las preguntas que surgen es la de cuál debería ser la tecnología más apropiada, un tema en el que se enmarca el trabajo presentado ahora.
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