Artículo publicado por Vicenç Navarro, 17 de agosto de 2012
Este artículo señala la
distinción entre lo que instruye la Constitución Española (resultado de
una Transición Inmodélica) y lo que un elevado número de españoles
sienten sobre la representatividad de sus símbolos, tales como la
bandera borbónica y la Marcha Real.
A raíz de las declaraciones a un
rotativo catalán, ARA, del deportista catalán Àlex Fàbregas,
participante en las Olimpiadas de Londres, en las que declaraba que no
sentía el himno nacional español, ni tampoco, consecuentemente, la
bandera nacional española, como suyos, y sí en cambio sentía la bandera
catalana, La Senyera, y el himno catalán, els Segadors como suyos, se
movilizaron las predecibles voces insultantes en las que todo tipo de
epítetos se dirigieron a tal deportista y a sus defensores.
Tal reacción muestra, una
vez más, la escasísima cultura democrática que existe en algunos
círculos nacionalistas españoles que han expresado siempre gran
hostilidad hacia cualquier proyecto que difiera del suyo. En vez de
establecer un diálogo, la respuesta es siempre la misma. El insulto
tanto verbal como físico, incluido el militar. No en vano, la
Constitución española atribuye a las Fuerzas Armadas la garantía de lo
que llaman la Unidad de España, artículo de la Constitución que entra en
claro conflicto con el principio democrático de que la soberanía radica
en la ciudadanía. Por lo visto, bajo esta Constitución, si el pueblo
catalán decidiera separarse de España, ello sería impedido por el
Ejército, aun cuando el resto de la población española así lo aceptara.
En realidad, en tal Constitución no existe espacio para considerar tal
posibilidad. En otros países en los que he vivido por muchos años
durante mi largo exilio, tal posibilidad sí que existe. Así, en EEUU, el
Estado de Texas tiene la potestad, si así lo desea, de separarse de
EEUU, posibilidad que, por cierto, muchos estadounidenses de persuasión
progresista favorecerían debido a las posturas profundamente
conservadoras que tal Estado suele sostener y promover. En otro país
donde viví muchos años, Suecia, se vivió a principios del siglo XX, en
1905, una separación de parte de su territorio, Noruega, sin que hubiera
conflicto alguno. Un acuerdo sin más respondiendo al deseo de Noruega y
aceptado por Suecia.
En España, el enorme y
asfixiante centralismo del nacionalismo español, más presente en las
fuerzas conservadoras que en las progresistas (aun cuando estas últimas
comparten frecuentemente elementos importantes de este centralismo que
caracteriza el nacionalismo español), ha siempre respondido con
hostilidad y agresión (incluida la militar) a todo intento de redefinir
tal Estado, aceptando la descentralización (el llamado Estado de las
autonomías) precisamente para no reconocer la plurinacionalidad del
Estado español. Es ese nacionalismo español el que también ha mostrado
la Transición española de la dictadura a la democracia como módelica,
presentando la Constitución como un documento ejemplar que era mejor no
cambiar (excepto en nocturnidad y alevosía para obedecer el dictado del
gobierno alemán en aprobar el pacto fiscal).
Las consecuencias de la Transición Inmodélica
Como he escrito en varias
ocasiones, la Transición dejó mucho de ser modélica (ver mi libro
Bienestar insuficiente, Democracia incompleta. De lo que no se habla en
nuestro país). Se hizo en términos muy favorables a las fuerzas
conservadoras que controlaban el Estado español. Había un enorme
desequilibrio entre las fuerzas políticas que se sentaron en la mesa
para diseñar tal Transición. Por un lado, las conservadoras, herederas
de la dictadura, que continuaban teniendo un gran poder, controlando,
además del Estado, la mayoría de medios de información y persuasión,
mientras que las izquierdas, que lideraban las fuerzas democráticas,
acababan de salir de la prisión o de volver del exilio. Ni que decir
tiene que las movilizaciones obreras jugaron un papel esencial en
finalizar aquella horrible y sangrienta dictadura. Pero los partidos
políticos de izquierda que se sentaron en la mesa, tenían muy poco
poder. Ello dio como resultado una Transición y una Constitución
inmodélicas. El sistema democrático al cual dio lugar, fue muy limitado,
produciendo un bienestar muy insuficiente. Lo que está pasando con las
víctimas de lo que se llama en España “el franquismo” (que debería
llamarse fascismo) es un claro ejemplo de ello. Una juez de Argentina
tendrá que proteger sus derechos –respondiendo al Derecho internacional-
debido a que los que tenían que haberlo hecho en España no lo hicieron.
Y, España continua siendo el país con el gasto público social por
habitante más bajo de la UE.
En tal Constitución
aparece la bandera borbónica como la bandera española, y la Marcha Real
como himno nacional, frente al cual los súbditos tienen que cuadrarse en
silencio. Tales símbolos definen bien la España de la Transición. Pero
para millones de españoles –que perdieron la mal llamada Guerra Civil
(que fue un golpe militar fascista frente a un sistema democrático) y
sus sucesores, herederos que luchamos durante la dictadura por la
democracia-, ni la bandera ni el himno son los nuestros. Lo es por ley,
pero no lo sentimos nuestro. En realidad, aquel himno fue el himno de
los golpistas, y la bandera borbónica (con cambios mínimos) fue la que
los golpistas enarbolaron en su victoria en aquella rebelión
antidemocrática (que no hubiera ocurrido sin la ayuda militar de Hitler y
Mussolini). Este rechazo es muy acentuado en Cataluña (cuya cultura fue
brutalmente reprimida por los golpistas) y no solo entre los
independentistas (cuyo proyecto no comparto pero respeto) sino entre
gran parte de la población.
La bandera republicana
Mi bandera española (tan
querida como La Senyera), es la bandera por la cual mis padres y su
generación lucharon (perdiendo una guerra) y es la bandera que las
fuerzas democráticas, también en Catalunya, defendimos durante la
dictadura. La bandera republicana, que, por cierto, me alegra ver que
aparece cada vez más en las manifestaciones de protesta a lo que está
ocurriendo en nuestro país. Esta bandera liga las demandas presentes de
un mundo mejor con nuestras luchas y las de nuestros antepasados para
establecer otra España, la España de los distintos pueblos y naciones de
España, frente a esta España del establishment, cuyas políticas están
causando un enorme dolor sin que tengan ningún mandato popular para
llevarlas a cabo pues nunca estuvieron en sus ofertas electorales. En
esta España, que un número creciente sentimos que no es la nuestra,
hemos visto el intento desesperado de tal establishment liderado por la
Monarquía, de utilizar los Juegos Olímpicos, para movilizar el
sentimiento de apoyo a la Marcha Real y a la bandera borbónica,
presentándolas como las españolas (porque así lo dice la Constitución),
con la presencia activa de la Familia Real para conseguir crédito
político de las merecidas victorias de los deportistas españoles. Todo
ello como indicador de la necesidad que tal establishment siente de
legitimar su poder que está perdiendo apoyo popular rápidamente.
Mientras todo ello ocurre,
en España está prohibida la exhibición, incluso en las competiciones
deportivas, de la bandera española que mejor representa la España
democrática, ansiosa de libertad y solidaridad, por la cual millones de
españoles lucharon, siendo fusilados, encarcelados, torturados y/o
exilados por ello. A la vez que la Familia Real intentaba
oportunísticamente promover su imagen en los Juegos Olímpicos,
apareciendo siempre en los medios de información junto a los equipos
españoles vencedores, en Alicante, días después, un ciudadano era
sancionado en el estadio donde se jugaba el partido de balonmano entre
la selección española y la argelina, por querer mostrar su apoyo al
equipo español enarbolando la bandera española republicana. El gobierno
español justificó tal sanción bajo el argumento que tal gesto “incitaba a
la violencia” (Público, 16.08.12). Ello muestra, no solo el nivel de
intolerancia antidemocrática de las derechas en España sino su enorme
temor e inseguridad, conscientes de que hay la otra España que
derrotaron que, no solo continúa existiendo, sino que está creciendo.
La necesidad de recuperar nuestra bandera y nuestra cultura republicana
Se me dirá que estoy
despertando sentimientos que estarían mejor guardados a fin de facilitar
la convivencia. Pero los que utilizan tal argumentación ignoran que el
lado vencedor nunca adoptó ninguna medida conciliadora, que exigiría un
cambio radical en su comportamiento con los vencidos. El caso citado de
las víctimas de la dictadura es un ejemplo bochornoso de ello.
Reconciliarse con esta actitud es olvidar nuestro pasado, que es lo que
la izquierda nunca debería haber hecho. Fueron primordialmente las
izquierdas las que lucharon por la democracia y fueron primordialmente
las derechas las que primordialmente la destruyeron, como ahora están
destruyendo los pocos derechos sociales y laborales que se habían
conseguido en el periodo democrático.
Una última nota. Es muy
importante que en las manifestaciones de protesta luchando por otra
España, la España auténticamente democrática, se recupere esta memoria,
entre otras razones, para que la juventud sepa que son continuadores de
otras generaciones que lucharon y a veces vencieron. Y parte de ello es
no solo recuperar la bandera republicana, sino la cultura democrática
que caracterizó a las izquierdas, incluyendo las canciones de
resistencia antifascista. Sorprende que la multitud no cante en las
movilizaciones de protesta en España, una situación que es casi única a
los dos lados del Atlántico donde he vivido. En Italia y en Francia, las
canciones de la resistencia antifascista aparecen una y otra vez en las
manifestaciones. Y en EEEUU, los cantos de los movimientos sociales de
protesta son la norma, cantándose con frecuencia lo que es, en la
práctica, el himno de las izquierda americano, This Land is your Land.
En España, tenemos muchas canciones que millones de voces cantaron en el
pasado incluso en condiciones de clandestinidad y en su lucha por la
democracia canciones que también se están olvidando como parte de este
olvido histórico que las izquierdas han practicado. Reforzarían las
posibilidades de tener un futuro, si tales canciones y tal cultura
estuvieran también ahora presentes en tales manifestaciones que exigen
–con razón- otra España.