Es la voz del contestador
la de un juez que dicta sentencia.
Como la de los megáfonos
de los aeropuertos arrancándome
de tu abrazo de luz de zafiro.
No sé de ti y aquí en Caracas
todos los arroyos que surcan el asfalto
desembocan en tus manos.
Mis pies dibujan coronas de agua
y los autos parecen bestias enfurecidas
que embisten la niebla
que baja de los cerros.
Me levanto tarde y con ganas
de levantarte en brazos,
y soy la espuma de la primera ola
arañando tu mañana,
la corteza del árbol primigenio
donde todos los amantes
tallaron sus nombres.
Te echo de menos
y busco tu rostro en el de todos los peatones
que sortean los charcos
y nadan entre anémonas de humo.
En los embotellamientos
la gente vigila al coche de al lado
y sueña con una mirada a través del cristal
que le arranque del tedio,
que le proponga una huida definitiva,
que le muerda los hombros,
el cuello y la vida,
hasta desangrar los cuerpos
que conducen cansados
y apagan las radios
para no sentir la espina
de esa canción que no habla de ellos.
La gente, ya te lo dije,
nada sabe del amor
si no se reconoce en nuestros pasos.
En cada esquina
encuentro tu acertijo
mientras llueve en Caracas
y el mundo grita la pregunta
que nos tiene por respuesta.
Es sólo que te echo de menos.
Ismael Serrano