Hay a veces un halo mágico en las canciones que las hacen para lo bueno y para lo malo perdurar en el tiempo con una vigencia aplastante, a pesar del paso del tiempo. En 'Tranquilo majete', del año del señor de 1993 ya se decía «si en España el aumento del paro ya va por el tercer millón...» entre otras cosas, hace ya 16 años, al día de hoy hemos conseguido superarnos con creces, con un total de 3.128.963 inscritos en el paro, y según los pronósticos, subiendo.
A veces uno se asusta de que las palabras escritas en el tiempo se conviertan en profecía, pero es que la actitud de barrer hacia el propio ombligo es algo que permanece perdurable en la condición humana, tan escasamente fiable. Supuestamente salimos de unas vacas gordas que para variar han dejado cuantiosos beneficios en los bolsillos de los de siempre, los que han conseguido no ingresar en prisión a pesar del ejercicio de la corrupción, los que han toreado bien o han untado con propiedad y beligerancia a los vigilantes de la ley, los que en las vacas flacas pueden seguir echando toda la leña al fuego sin tener nada que perder, los que en definitiva, van a mirar hacia otro lado siempre, porque la cosa no va con ellos.
Y es que lo razonable no es lo que hace girar el mundo, sino los pensamientos cercanos a lo que ha dicho Sarkozy en una tertulia con Merkel y Blair en París: «En el nuevo capitalismo, ningún país puede decir a otro cómo actuar». O sea, «ya me intentaré sacar las castañas del fuego como sea, y en el intento déjame en paz que tu cacho me importa una mierda». Me pregunto cuál es el «nuevo capitalismo», porque a mi juicio el capitalismo es el de siempre, con la salvedad de que día a día aprende a ser más voraz, con un ego subido de tono como un niño pijo e impertinente el día de su cumpleaños, pero así toda la vida.
El caso es que sin perder la Utopía de vista, 'Las uvas de la ira', el doloroso raspón novelado de John Steinbeck, está más vigente en la actualidad que la letra de 'Tranquilo majete'. Se nos van amontonando miradas hambrientas de justicia ante la pasividad imperturbable de los bien alimentados, y sin embargo, la fiesta continúa.
La lotería de la realidad nos ha tocado a todos con el gordo.
A veces uno se asusta de que las palabras escritas en el tiempo se conviertan en profecía, pero es que la actitud de barrer hacia el propio ombligo es algo que permanece perdurable en la condición humana, tan escasamente fiable. Supuestamente salimos de unas vacas gordas que para variar han dejado cuantiosos beneficios en los bolsillos de los de siempre, los que han conseguido no ingresar en prisión a pesar del ejercicio de la corrupción, los que han toreado bien o han untado con propiedad y beligerancia a los vigilantes de la ley, los que en las vacas flacas pueden seguir echando toda la leña al fuego sin tener nada que perder, los que en definitiva, van a mirar hacia otro lado siempre, porque la cosa no va con ellos.
Y es que lo razonable no es lo que hace girar el mundo, sino los pensamientos cercanos a lo que ha dicho Sarkozy en una tertulia con Merkel y Blair en París: «En el nuevo capitalismo, ningún país puede decir a otro cómo actuar». O sea, «ya me intentaré sacar las castañas del fuego como sea, y en el intento déjame en paz que tu cacho me importa una mierda». Me pregunto cuál es el «nuevo capitalismo», porque a mi juicio el capitalismo es el de siempre, con la salvedad de que día a día aprende a ser más voraz, con un ego subido de tono como un niño pijo e impertinente el día de su cumpleaños, pero así toda la vida.
El caso es que sin perder la Utopía de vista, 'Las uvas de la ira', el doloroso raspón novelado de John Steinbeck, está más vigente en la actualidad que la letra de 'Tranquilo majete'. Se nos van amontonando miradas hambrientas de justicia ante la pasividad imperturbable de los bien alimentados, y sin embargo, la fiesta continúa.
La lotería de la realidad nos ha tocado a todos con el gordo.
Publicado por Jesús Cifuentes en el Norte de Castilla.