Si fuera la primera vez que se concede un Premio Nobel de la
Paz a quienes lejos de impulsarla instrumentan la división social y la
violencia, me sentiría sorprendido. No lo estoy por eso ahora, cuando se
concede a la Unión Europea.
Por supuesto creo que contribuir “al progreso de la paz y la
reconciliación, de la democracia y los derechos humanos”, que es lo que
justifica el galardón, es un empeño político que en el mundo en el que
estamos merecería los reconocimientos más elevados. Y me alegraría mucho
que los recibiese la Unión Europea si de verdad ese fuese el empeño que
persigue. Pero creo que no lo es.
A mi juicio, la Unión Europea no ha contribuido como debiera y como
es necesario a la conquista de la paz, de la democracia y los derechos
humanos, ni en su propio territorio ni a escala internacional. Por el
contrario, la Unión Europea forma parte del club de fuerzas más
poderosas del planeta que imponen las políticas y normas que vienen
empobreciendo a millones de personas e impidiendo que disfruten de forma
efectiva de los derechos humanos y de la democracia.
La política comercial europea ha sido egoísta y ha llevado consigo la
ruina de países enteros. Sus subsidios agrarios y a la exportación han
hundido la producción en los países más atrasados, disminuyendo allí los
ingresos de sus productores de forma artificial y violentando en
provecho propio las reglas del “libre mercado” que luego dicen defender
sus dirigentes.
No creo que se contribuya mucho a la paz concediendo protección a las
grandes empresas y productores europeos mientras que se obliga a los
países más pobres y débiles a que se abran de par en par y a que
renuncien a proteger sus intereses comerciales, haciendo así que aumente
la desigualdad y la pobreza que producen dolor y muertes. Ni tampoco
imponiéndoles la liberalización más absoluta mientras que les cierra las
puertas de sus mercados o establece cuotas a la exportación de los
productos de los países más pobres.
La Unión Europea ha basado el bienestar de sus productores más
privilegiados en las ayudas que puede concederles gracias a su riqueza,
mientras que persigue y hace que se impongan condenas severas a los
países que simplemente han tratado de protegerse de esas prácticas
desiguales. Y ha hecho todo lo posible para conseguir que las normas
internacionales amparen ese comportamiento asimétrico e inmoral.
Las consecuencias de la política comercial europea (unida a la de
Estados Unidos y Japón) han sido el abandono de la producción autóctona
en multitud de países de África, América Latina o Asia, la pérdida de
millones de empleos, la sustitución de cultivos que satisfacían
necesidades básicas de su población por los que mejor convienen a las
cadenas de producción o distribución europeas, todo lo cual ha traído
consigo desarraigo, miseria e incluso hambrunas. Y todo ello lo ha
hecho, además, promoviendo en muchos casos gobiernos corruptos que
facilitaran la salvaguarda de sus intereses comerciales (Ver el informe
de Oxfam, La hipocresía de Europa. Por qué la UE debe reformar sus políticas comerciales con el mundo en desarrollo).
No se favorece la paz en el mundo cuando lo que se está haciendo es crear hambre.
Como ha denunciado la organización Oxfam, la Unión Europea no ha
querido regular los mercados financieros europeos para evitar que los
inversores que especulen haciendo subir el precio de los alimentos y
enriqueciéndose cada vez más pero dando lugar a que millones de personas
no puedan alimentarse. Su política de biocombustibles produce la
expulsión de miles de agricultores de sus tierras y el acaparamiento por
parte de los grandes propietarios (normalmente empresas o
bancos multinacionales), que además desvía el cultivo desde los
productos que alimentan a la población hacia los que se destinan a
producir combustible. Y la falta de convicción y decisión de sus
dirigentes (o su complicidad con los grandes poderes insensibles al
destrozo que provocan a nuestro planeta) en las negociaciones
internacionales sobre el cambio climático impide resolver la principal
amenaza que tiene la seguridad alimentaria en el mundo (Oxfam, Evitar
la próxima crisis alimentaria mundial. El papel de la Unión Europea
para alcanzar justicia alimentaria en un mundo con recursos limitados).
Por otro lado, la forma en que la Unión Europa se empeña en hacer
frente a la crisis, solo con el fin de salvar así los intereses de las
grandes empresas y de los bancos, tampoco contribuye ni mucho menos a la
paz.
Todos los estudios y evidencias científicas muestran que las
políticas de recortes sociales como las que se vienen aplicando producen
muertes y el aumento de enfermedades de todo tipo, como hemos mostrado
Vicenç Navarro y yo en nuestro último libro Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero.
Ya se ha empezado a comprobar que el ajuste impuesto a Grecia ha ido
acompañado de un aumento de los suicidios (un 40% más en el primer
semestre de 2011 respecto al mismo periodo de 2010), de los homicidios,
de problemas de salud mental y de las infecciones por VIH. Y también es
posible prever ya los efectos que tendrá sobre la mortalidad y la
aparición de enfermedades en Europa la reducción del gasto social que ya
han empezado a llevar a cabo los gobiernos, como el español. Varios
estudios empíricos de David Stuckler y colaboradores estiman que por
cada 80 euros recortados por persona en ayudas a desempleados,
discapacitados, jubilados, familias y niños, la mortalidad general puede
incrementarse casi un 1% (0,99%), la debida a problemas relacionados
con el alcohol un 2,8%, la ocasionada por tuberculosis un 4,3% y la
cardiovascular un 1,2% (David Stuckle, et al. The public health effect of economic crises and alternative policy responses in Europe: An empirical analysis. Lancet 374 (9686), 2009).
Los ajustes de la Unión Europea no traen la paz sino que matan,
literalmente hablando, y van a seguir matando a millones de personas al
detraer recursos de los servicios públicos para dárselos a la banca y a
las grandes corporaciones, y eso no es precisamente contribuir al
disfrute por todos de los derechos humanos y la democracia.
Estamos viendo día a día que la Unión Europea impone constantes
renuncias a la participación democrática de la ciudadanía para permitir
que los gobiernos apliquen las medidas que le reclaman los financieros y
las grandes patronales. Tampoco creo yo que se contribuya a la
democracia acabando con los gobiernos representativos y elegidos por la
voluntad popular para sustituirlos por otros de tecnócratas, llevando a
las más altas instancias de decisión a quienes tuvieron la más directa
responsabilidad en las estafas que han dado lugar a la crisis, o
amparando y justificando a los gobiernos que traicionan lo prometido a
sus electores. De hecho, en lugar de desarrollar la democracia y
fomentar el ejercicio de los derechos humanos la Unión Europea los está
limitando por doquier, o es la excusa para que ese trabajo sucio lo
hagan los gobiernos nacionales. Hasta una europeísta tan poco sospechoso
como el ex canciller alemán Helmut Schmidt da la razón a Habermas
cuando éste afirma que en Europea se está desmantelando la democracia
(ver mi artículo Al capitalismo no le sienta bien la democracia).
Que den un Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea en estos
precisos momentos, cuando se empeña en aplicar recortes dramáticos y
cuando la torpeza y la incapacidad de sus dirigentes para sacar a flote
el proyecto europeo sin lesionar la democracia y los derechos humanos es
tan evidente, no es solo un sarcasmo vergonzoso. Muestra también que
los grandes poderes en la sombra saben lo que hacen, que trabajan al
unísono y perfectamente orquestados, sin dar una puntada sin hilo. Por
eso, desde luego que sí que merecen un buen premio. Por cierto, justo lo
contrario de lo que sucede con las fuerzas políticas, sindicales y
sociales que se le oponen, y que a pesar de estar en situación de
emergencia siguen con disputas entre ellas y no logran ponerse de
acuerdo para darles la batalla de la única manera en que sería eficaz,
todas unidas.