Los recuerdos de la infancia que nos sobrevienen posteriormente vívidos como si acabasen de ocurrir hace un cuarto de hora, generalmente tienen en común el extremo de la bondad, del estado de bienestar o divertimento que nos provocaron, de lo sorprendente de una jugada, de aquél gol que se marcó de imprevisto, o de ese mar bondadoso con las charcas de las rocas llenas de peces. Por contra, en el otro extremo está el territorio de los pánicos, las oscuridades, las amenazas, los profesores temidos, los malos tragos del patio del colegio, los asaltos por los manguis de turno sobre tus propinas o tus almuerzos........
Yo no fui un crío que se achantara fácilmente. Al contrario. Pero no ando gastando condescencencia conmigo mismo si permito recordarme como alguien que, aunque cañerete, nunca fue un abusón ni le anduvo amargando la existencia al prójimo, aunque si me encontraba en la circunstancia de llegar a la confrontación, no sería yo quien diera un paso atrás.
Tengo clavada en la memoria una escena de uno de esos cabrones abusones de los que sí que convenía mantenerse alejado. Era el típico niño de papá no sé si repetidor o de esa estirpe de hijos de yuppies de aquella época que claramente venían de una saga de “mejor alimentados”, por lo que el tipo era el más alto de la clase con dos palmos de diferencia sobre la media. Recuerdo que estábamos en unas “convivencias” en Arcas Reales, y estaba la retahíla de chavales jugando a un billar que había en el patio, cuando este cabrón decidió que mi turno era el suyo, para lo que solo con agarrar un taco y darme dos “golpecitos” con él sobre la cabeza bastó para que la adrenalina del odio me subiera hasta lo más alto de la humillación. Allí no había mucho más que hacer que grabar en la memoria.
Al día de hoy para nada recuerdo cómo se llamaba ese mierda, pero ahora que lo pienso lo voy a investigar. Al día de hoy es facilísimo.
Con esto en realidad quería explicarles cómo se nos hincha la vena solo con el recuerdo de la injusticia, y todo esto viene a cuento de la expulsión que la cruzada francesa de la “libertad, igualdad y fraternidad” pretende llevar a cabo con la expulsión de los gitanos rumanos que no cometen otro delito mayor para ser expulsados que pertenecer a su etnia, porque de ser otra cosa lo que son es ciudadanos europeos con la misma libertad de tránsito y movilidad que cualquier otro, por más que sean diferentes y tengas costumbres diferentes.
O la otra realidad por la cual, el gobierno de EEUU ha decidido unilateralmente dejar de cumplir los acuerdos por los que se seguía un estudio y un desarrollo de la zona de Palomares, donde nos cayeron sus bombas nucleares por el artículo 43, de las que hoy aspiran a deshacerse por la vía del escaqueo y el silencio.
Es esa bendita manía de los cabrones grandes y abusones, tan poco acostumbrados a encontrarse con la pared de enfrente. Pero voy a enterarme de sus nombres. Al día de hoy es facilísimo, y ya no somos niños.
Jesús Cifuentes (el norte de castilla)