¡Qué tiempos, señores! Nos tiene en ascuas en estos momentos de crisis el yugo de la incertidumbre en esta sociedad acostumbrada a la seguridad de tener todo en orden, de tener nuestros quehaceres y nuestro ocio programado, de pensar que las cosas van a seguir como “han sido siempre”, y es que esa continuidad en el territorio del sosiego hoy en día es un lujo solo accesible para los ricos que con sus elevadas cuentas tan poco corrientes pueden mirar al futuro sin la preocupación por el presente.
En ese orden de cosas cambiantes, asistimos algunos con regocijo a lo que me parece la repetición de la caída del “Imperio romano” , que en estos días inciertos es el de la iglesia de Roma. Tras la pasada visita de Benedicto XVI a nuestro país, al que ha venido con muy poco tacto a echarnos una bronca por nuestro “laicismo anticlerical”, a pesar de lo bien que le trata económicamente el gobierno de Zapatero que financia las actividades católicas con no menos de 6000 millones de euros al año (¡¡¡¡¡¡), se ha encontrado con que sus “bolos” (que es como llamamos los músicos a los conciertos) estaban “vacíos hasta los topes”, por darle un toque de falso optimismo.
Supongo que este hombre de vocecita afeminada casi infantil, pero que esconde bajo sus faldumentos un cabreo sempiterno con el mundo, se habrá ido bufando mucho más de lo que vino gracias a la falta apabullante del público esperado en las previsiones de la meteorología de su clientela, porque las 200.000 personas esperadas en Santiago de Compostela se reconvirtieron en unas tristes 6.000, lo que en el lenguaje de cualquier empresario de R&R es una palmatoria sublime. Pero claro, a diferencia de éstos, que son iniciativa privada, los gastos de “producción” que conlleva el “bolo” del Papa nos los comemos nosotros, nos guste o no, que con nuestros impuestos sostenemos la estupidez infinita de nuestros mandatarios, a los que poco les preocupa vaciar las arcas para ofrecer al mundo una buena imagen. Pero es que en este viaje del Rey de la Hostia consagrada, el hostiazo se lo ha llevado la administración regional, que esperaba una bacanal cristiana por la que había dado licencia de apertura por 24 horas ininterrumpidas a toda la hostelería gallega, para que la gente lo celebrara bien. Supongo que más de uno se habrá cogido una de esas moñas bien lloronas pensando que esto se acaba, y que para nada es lo que era: "Los únicos que me han comprado recuerdos de la visita son unos policías sevillanos y unos bomberos de Barcelona. Los peregrinos se han asustado", cuenta Óscar, encargado de la tienda de recuerdos en el centro de la ciudad. Aprendan señores con quién se juegan los cuartos.
Jesus H. Cifuentes