La conclusión socrática de «sólo sé que no sé nada» es la que ilumina mi ignorancia cada vez mayor acerca de la realidad de nuestros días. Quizá sea este un pensamiento inundado de mis trastocados biorritmos otoñales, que me ponen el optimismo del revés, pero es que desde la patética realidad imperante no puedo ver el sol por ninguna parte, y eso, más que me disguste, es la realidad la en que vivimos. Porque en verdad soy un tipo positivo, y a veces, cuando se aclara la niebla, puedo llegar a ser optimista. Pero la realidad vigente, fuera de los efluvios efervescentes y de las motos que nos venden, está tan disonantemente maquillada que parece una prostituta yonqui después de recibir una paliza, con todos mis respetos para el gremio.
Y es que de espaldas a este aparentemente fatalista planteamiento es como vive la inmensa mayoría de la gente que nos rodea, pero la realidad imperante de la mayoría de la gente es la del «sálvese quien pueda», que encierra en sí mismo la querencia oculta del desprecio por cualquier tipo de valores que no vayan más allá de una cultura del pelotazo, de comerte la basura que te venden por la tele, de fagocitar todo tipo de mierda musical, cinematográfica o pictórica, echando rodilla a tierra, con la capacidad de alabar a un cubo de basura si es que ha sido laureado y promocionado con cualquiera de las campañas con las que la sociedad convierte la podredumbre en oro. Esta dinámica del despropósito será la que me haga ver tanta estupidez y tanto vacío a mi alrededor. Y es que la política se ha convertido en algo tan anodino y tan sucio, tan vacío, que me siento mucho más viejo de lo que soy, «viejo de repente», como los realmente viejos que se han sentido defraudados a lo largo de los años por la constante zanahoria con la que les prometieron el paraíso que nunca llegó.
En la placita donde vivo había seis bancos en el pequeño parque en los que la gente se sienta a tomar el sol, a controlar a los niños que juegan en los columpios, o a pasar el tiempo. La otra mañana han llegado unos operarios del Ayuntamiento, y han desmontado estos bancos, con años a sus espaldas, pero en perfecto uso y los han sustituido por otros idénticos pero con más lustre, recién salidos de la fábrica, probablemente la misma que hace años fabricó los que acaban de retirar. ¿Es ésta la metáfora absurda de nuestros días?.
Y es que de espaldas a este aparentemente fatalista planteamiento es como vive la inmensa mayoría de la gente que nos rodea, pero la realidad imperante de la mayoría de la gente es la del «sálvese quien pueda», que encierra en sí mismo la querencia oculta del desprecio por cualquier tipo de valores que no vayan más allá de una cultura del pelotazo, de comerte la basura que te venden por la tele, de fagocitar todo tipo de mierda musical, cinematográfica o pictórica, echando rodilla a tierra, con la capacidad de alabar a un cubo de basura si es que ha sido laureado y promocionado con cualquiera de las campañas con las que la sociedad convierte la podredumbre en oro. Esta dinámica del despropósito será la que me haga ver tanta estupidez y tanto vacío a mi alrededor. Y es que la política se ha convertido en algo tan anodino y tan sucio, tan vacío, que me siento mucho más viejo de lo que soy, «viejo de repente», como los realmente viejos que se han sentido defraudados a lo largo de los años por la constante zanahoria con la que les prometieron el paraíso que nunca llegó.
En la placita donde vivo había seis bancos en el pequeño parque en los que la gente se sienta a tomar el sol, a controlar a los niños que juegan en los columpios, o a pasar el tiempo. La otra mañana han llegado unos operarios del Ayuntamiento, y han desmontado estos bancos, con años a sus espaldas, pero en perfecto uso y los han sustituido por otros idénticos pero con más lustre, recién salidos de la fábrica, probablemente la misma que hace años fabricó los que acaban de retirar. ¿Es ésta la metáfora absurda de nuestros días?.
Jesús Cifuentes - el norte de castilla-