Traigo la camisa roja, tralaralará, lalará, de sangre de un compañero. Mirái, Maruxina, mirái, mirái como vengo yo...
Las
mujeres de los mineros cantaban mientras eran desalojadas del Senado.
Víctimas del enésimo recorte del gobierno los mineros luchan por su
futuro y el de sus familias. Piden que se respete la continuidad de las
ayudas públicas a la minería del carbón hasta el 2018 tal y como había
acordado la Unión Europea.
Pero
sus voces, como tantas otras, son desoídas. El sector del carbón en
España, al contrario que algunos sectores financieros, no parece tan
grande como para no dejarlo caer.
Así
que Maruxina, que vio a su hombre sobrevivir en el pozo María Luisa al
barreno y a la silicosis, ve ahora, expulsada del Senado, como los
mineros son acorralados por una política que encuentra en la crisis
financiera la excusa para acometer los recortes que el capitalismo más
despiadado siempre exigió.
La
prima de riesgo por las nubes y nosotros nos enamoramos, diría Rick
Blaine perdiéndose en la mirada oceánica de una Ilsa atormentada y
radiante. Ella de azul y a lo lejos Merkel vistiendo otro gris, de corte
siglo XXI, pero Hugo Boss como entonces.
Mientras, nosotros, como Hamlet, entre el delirio y la cordura, preguntándonos qué hacer.
“Si
es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera
Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el
encuentro. Morir: dormir, nada más.” Y sumidos en esa indecisión que nos
convierte en resignados espectadores, dormimos sin soñar, los ojos
inmóviles tras los párpados, sellados por el desconsuelo y el cansancio.
No hay fase REM en estos tiempos de derrota.
Te
diría que sigo luchando y te diría la verdad. Pero es cierto que suena a
palabra repetida, que me convierte en un abajofirmante más. Que a veces
sueño con ser otro para que me creas cuando digo que estoy harto, que
no me rindo, que te busco en cada barricada. Siento, a veces, que
malgasto las palabras, que el panfleto que lanzo desde cada azotea es el
rumor de una chicharra en la tarde, ruido de fondo, papel que adorna el
asfalto que pisan las ruedas de los taxis y las ambulancias que huyen
del invierno.
Te diría que estamos en lucha aún cuando me encuentro la mirada
condescendiente de compañeros de profesión que huyen de la definición
ideológica por comodidad o por pura insensibilidad. Músicos, artistas,
que riegan sus rosas como principitos habitando pequeños planetas
desiertos. Rosas pop, rosas luminosas como leds color cereza. ¿Dónde
estabais?, nos preguntarán cuando el agua alcance los tejados. ¿Qué
hacíais mientras el mundo temblaba?
Te diría todo esto aún cuando me encuentro con la mirada
condescendiente de aquellos que observan desde lo alto estas palabras,
aquellos, los puros, los santos de Nuevas Revoluciones, armados de
piolets y rígidas doctrinas, con sonrisa paternal, palabra revelada, tan
dados a la purga y la condena, tan solos y tan luz de octubre en un
domingo que se acaba.
Te
digo sigo en la lucha y ya me arrepiento de no haber elegido otras
palabras. Versos alejandrinos ABBA ABBA y dos tercetos encadenados. O
décimas como las de Violeta, marchitándose a las afueras de Santiago.
Querría escribir una canción llena de cólera, London Calling, the ice
age is coming, the suns zooming in, una melodía en la que vomitar todo
el asco que me produce la mediocridad de aquellos que dirigen nuestros
gobiernos. Quisiera convencerte de que estamos a tiempo, de que no
estamos condenados a ser ratones siguiendo a un flautista hasta el fondo
del río. Sé desobediente, no te resignes, exige tu sitio en el mundo,
estás aquí porque el futuro es tuyo.
No
sé qué decirte. Son viejas consignas ya desgastadas por el tiempo. Son
flores de papel en un jarrón en un café del centro de Madrid, leyendas
estampadas en una camiseta de una tienda en San Telmo. Nos robaron
algunas palabras, es cierto. Pero nos queda el resto, y el resto no es
silencio, contradiciendo esta vez a Hamlet. Quizá nos quiten las
palabras. Pero no el aliento. No las ganas de buscarte.
Habrá
que inventar nuevas palabras, nuevas melodías. O reinventar las ajadas
por el tiempo, por el roce de los acantilados en los que fueron
gritadas. Recuperar lo que fue nuestro: las banderas, las canciones, los
rostros que fuimos antes, las calles, los parlamentos. Reinventar las
palabras como quien canta después de tantos años una vieja canción de
mineros, mientras, otra vez, el mundo se derrumba.
Quizá ya lo haya dicho, espero que me perdones, pero seguimos en la lucha. Ahora más que nunca.