Este jardín baldío que será el paisaje que habitamos
necesita de tu camino sin ortigas ni avisperos.
Cuánta melancolía entre el rumor
de furgones policiales y de escudos,
cuántas ganas de estrellar el cántaro en el suelo,
abandonar el surco que lleva hasta la fuente
y rodear con antorchas el palacio de otoño.
La casa está incendiándose y ellos señalan la cama sin hacer
y recuperan el blanco y negro de los nodos y los cuervos.
Dónde está el poeta aquel que señale al rey desnudo,
dónde las canciones y las crestas coloreadas,
melodías de los clash como un adaggio
nocturno de tierras subterráneo.
Nueva York sin Lorca es una estatua sin antorcha ni pasado
y un registrador de la propiedad sonríe desde la tribuna
y habla de una España inventada: silenciosa y silenciada.
“Quiero felicitar a los cuerpos de seguridad del estado”
dices tan rubia y tan lejana,
tan miércoles de ceniza y vivaespaña,
tan tarde de pilates y barrio Salamanca.
Neptuno atlético, vencido, acorralado
regala su tridente al indignado
y así estamos rezando al dios del mar
para que sople las velas de tu barco
y te salve del exilio que elegiste
al comer la fruta del árbol Loto.
En tu ausencia te diré
que cíclopes y dioses asediaron nuestra casa,
que tratamos de salvar los muebles y la vida,
que este jardín baldío
que será el paisaje que habitamos
te espera con la lluvia de este otoño.
Un otoño de comienzos y bigbanes
en que el mundo entero está mirando
tu regreso, tus dudas, tu lamento,
tu hueco en el jardín abandonado.
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