Merkel y Sarkozy no quieren ya cantar La Marsellesa y ambos entonan el Money, money, del musical Cabaret, que ya canturrean al unísono Zapatero y Rajoy vestidos de Liza Minelli. Nada más apropiado para los tiempos que corren. Liberté, egalité, fraternité y contención del déficit, claman las turbas camino de la Nueva Bastilla. Pero nadie parece dispuesto a decapitar las causas reales de este profundo Versalles sin salida.
Era un clamor popular. El pueblo soberano, por lo visto, no quiere que se mantengan las prestaciones de la Ley de Dependencia, ni que se destinen los presupuestos públicos al I+D+I. La gente se manifiesta en las calle para que los gobiernos no se excedan en el gasto con los parados ni con los indigentes pero exige que puedan criarse libremente tiburones en la pecera de los mercados al pairo de multimillonarios beneficios privados.
En lugar de darle a la maquinita de los eurobonos, ahora toca reformar las Constituciones a la baja, como el Ibex. ¿Por qué no aprovechamos la vez y colamos de rondón, en tales reformas, la prohibición taxativa de los Berlusconi, la obligatoriedad del crédito bancario, o que los notarios obliguen a colocar en cada hipoteca, al igual que en las cajetillas de tabaco, la leyenda de que su consumo puede provocar la muerte o el desahucio?
Media vida reclamando cambios en la Constitución Española, para ampliar las competencias autonómicas o permitir que voten los inmigrantes. Tararí que te vi. Ahora resulta, en cambio, que era fácil colar en nuestra Carta Magna a la peor Europa, a la del avaro de Moliere y la del Tío Paco de las Rebajas. Sin referéndum que valga, eso sí. Todo para el pueblo pero sin el pueblo.
Juan José Téllez
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