Nunca sabe uno bien cómo enfrentarse a la noticia de una muerte. Cuando escribo esto Antonio Vega supuestamente está tomando la barca de Caronte que le hará llegar a la otra orilla, y la estela que nos deja su ausencia es silenciosa y conmovedora, pero sobre todo difícil de acomodar, porque uno no sabe nunca dónde colocar las ausencias, que a la postre se convierten en los espacios vacíos que más ocupan en nuestro espíritu. De esa manera, con ese espacio vacío recién adquirido, todo el sonido de la vida parece absurdo y distorsionado, y uno ve a Zapatero y a Rajoy con el Debate sobre el estado de la nación, y te hacen sentir como si te echaran de tu cama en pleno cólico nefrítico. Cuánto teatro sin arte ni razón por los cuatro costados. Dejadnos en paz, no tenéis ni idea ni nunca la tendréis, ni siquiera nos interesa que la tengáis, porque vosotros, mercaderes de manos vacías para ofrecer y huecas para robar, no sabéis otra cosa que levantar cimientos para la pobreza y para la incomprensión.
De la delicadeza en las palabras hay una frágil distancia a la vida salvaje, que es una vida que no es de este mundo, y ofrece una perspectiva que sorpresivamente luego nos hace vernos en un espejo al común de los mortales. Debe ser la manera en que todos nos asomamos a ese territorio en el que sin atrevernos a sobrepasar fronteras, nos vemos desnudos con nuestras miserias y con nuestras iluminaciones. Ese territorio que no nos atrevemos a reconocer fácilmente en público, pero que tan pegado tenemos a nuestra respiración, al pulso de nuestro corazón. Esa es la magia que ofrecen algunas de las buenas canciones que a veces surgen del imaginario de los fuera de serie, de los magos de las sensaciones, que con su varita mágica del aplomo y riesgo, se atreven a enfrentarse al lobo de la vida, ponerle un collar, y volver al mundo para contárnoslo a los demás, aun con los pulmones sofocados por el esfuerzo, aun con la sangre en las manos, con la sangre caliente y nunca fría.
Tengo la suerte de tener de mi padre una encina, un olivo y un peral en mi patio, a los que veo crecer cada primavera, y me nutren de nuevas esperanzas de cómo entender esta vida tan llena de barro y diamantes. Plantaré algún árbol por Antonio, que me siga contando qué tal le va.
De la delicadeza en las palabras hay una frágil distancia a la vida salvaje, que es una vida que no es de este mundo, y ofrece una perspectiva que sorpresivamente luego nos hace vernos en un espejo al común de los mortales. Debe ser la manera en que todos nos asomamos a ese territorio en el que sin atrevernos a sobrepasar fronteras, nos vemos desnudos con nuestras miserias y con nuestras iluminaciones. Ese territorio que no nos atrevemos a reconocer fácilmente en público, pero que tan pegado tenemos a nuestra respiración, al pulso de nuestro corazón. Esa es la magia que ofrecen algunas de las buenas canciones que a veces surgen del imaginario de los fuera de serie, de los magos de las sensaciones, que con su varita mágica del aplomo y riesgo, se atreven a enfrentarse al lobo de la vida, ponerle un collar, y volver al mundo para contárnoslo a los demás, aun con los pulmones sofocados por el esfuerzo, aun con la sangre en las manos, con la sangre caliente y nunca fría.
Tengo la suerte de tener de mi padre una encina, un olivo y un peral en mi patio, a los que veo crecer cada primavera, y me nutren de nuevas esperanzas de cómo entender esta vida tan llena de barro y diamantes. Plantaré algún árbol por Antonio, que me siga contando qué tal le va.
Jesús Cifuentes - El Norte de Castilla.
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