LÓGICAMENTE no paran. Empezaron a hacerlo hace mucho pensando en este país como si fuera el chocolate del loro, y la realidad va dejando un montón de muertos alimentando a los peces, que también están en vías de extinción. No dejan de llegar pateras con el agua al cuello, y la respuesta europea es tan aséptica y distante que parece que somos suizos, o sea, un fraude para los que tienen ilusión. Una ilusión que se queda bajo el agua a cualquier edad: da lo mismo que seas madre, que estés preñada o que seas un joven con más musculatura que Nadal. El mar tiene el mismo rasero impenitente para todos, y la muerte está tan afilada que parece normal el ahogo, la muerte o la desertización de esperanzas, como quien cambia de programa en su lavadora. La majadería de nuestros tiempos es así: la muerte se regala en la miseria, pero las vacaciones, la wii y el DVD son imprescindibles para la ceguera global, la que nos da la felicidad. Los festivales y el R&R se parecen a la cara B de una vida en la que el mundo se ha quedado ciego. Uno ya no sabe qué escribir, qué poner en el universo de las palabras para que las cosas cambien. Se te queda la desesperanza tan ahíta que parece que eso es lo normal, lo razonable, lo políticamente correcto. Iba a decir que ya todos entramos por el aro, pero es tan inasumible la opción, que las salidas de emergencia se convierten en las mejores aliadas.
Nos hemos convertido en críticos. Del tipo críticos de cine, de música, de teatro, siempre viéndolo todo desde la barrera. La realidad se ha distanciado tanto de la ideología que vivir se ha convertido en algo irrespirable. De la ideología ya no queda nada más que un cambio climático, impredecible, pero adaptado a las nuevas tecnologías. Nadie sabe nada. Nadie quiere saber de las muertes que llegan en patera, porque nadie asume los costes de producción de una masacre. El caso es que los muertos están ahí: el del futuro Nadal, el del futuro presidente, el del futuro pocero, el del futuro del país. Todos viven juntos en una esperanza que puede volcar un poco antes de llegar a su destino. La marea trae los cuerpos vivos o muertos y nadie sabe a ciencia cierta qué hacer con ellos. Tantas son las expectativas, tanta es la ilusión, que la arena de la playa es ya un regalo.
Nos hemos convertido en críticos. Del tipo críticos de cine, de música, de teatro, siempre viéndolo todo desde la barrera. La realidad se ha distanciado tanto de la ideología que vivir se ha convertido en algo irrespirable. De la ideología ya no queda nada más que un cambio climático, impredecible, pero adaptado a las nuevas tecnologías. Nadie sabe nada. Nadie quiere saber de las muertes que llegan en patera, porque nadie asume los costes de producción de una masacre. El caso es que los muertos están ahí: el del futuro Nadal, el del futuro presidente, el del futuro pocero, el del futuro del país. Todos viven juntos en una esperanza que puede volcar un poco antes de llegar a su destino. La marea trae los cuerpos vivos o muertos y nadie sabe a ciencia cierta qué hacer con ellos. Tantas son las expectativas, tanta es la ilusión, que la arena de la playa es ya un regalo.
Jesús Cifuentes (el norte de castilla)
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