HOLLIWOOD LLORA LA MUERTE DE UN GENIO
Robin Williams nunca dejó un ojo seco entre el público. Su supuesto suicidio el lunes en su casa californiana no cambió las cosas. Pero en esta ocasión en lugar de provocar las carcajadas a las que nos tuvo acostumbrados con sus trabajos en Aladdin, Mrs. Doubtfire, El club de los poetas muertos o Good morning, Vietnam
su fallecimiento causó el asombro entre aficionados y profesionales por
igual. Incluso el presidente Obama se unió al lamento general por quien
describió como “uno de los pocos” genios de la comedia. “Robin Williams
fue un piloto, un doctor, un genio, una niñera, un presidente, un
profesor, un Peter Pan y todo lo demás”, resumió describiendo algunos de
los papeles que le dieron la fama a este actor de 63 años antes de
añadir eso de “nos hizo reír y nos hizo llorar”. Sus palabras resumieron
una de las carreras más populares de un Hollywood que no se acaba de
creer este último adiós.
El cuerpo de Williams fue encontrado en su casa de Tiburón, en Marine County, cerca de San Francisco (California, EEUU), supuestamente víctima de un aparente suicidio por asfixia. Según su portavoz, Mara Buxbaum, el intérprete luchaba recientemente contra la depresión. “Es una pérdida trágica e inesperada”, añadió pidiendo que se respete a la familia. Su esposa, Susan Schneider, recordó que con Williams había perdido un marido y a su mejor amigo mientras que el mundo “pierde a uno de los artistas más queridos y de los más maravillosos” seres humanos. “Es nuestra esperanza que la atención no esté en la muerte de Robin sino en los incontables momentos de alegría y risa que dio a millones de personas”, agregó.
Un repaso por la biografía del actor nacido en Chicago (EEUU), de sonrisa fácil, ojos chispeantes y una lengua tan rápida como su mente, capaz de sacarle punta hasta a sus propios defectos, da sobradas muestras de estos momentos. Titulado en Julliard, la escuela de los grandes intérpretes, Williams fue descubierto como cómico y en la televisión, en la popular serie estadounidense Happy Days donde nació ese personaje marciano que desarrollaría en Morky & Mindy. Si suena despectivo es porque así se veía en aquellos años el talento que surgía de la televisión, como algo menor no capaz de alcanzar las glorias de Hollywood. Ese no fue el caso de Williams, actor de una energía imparable que demostró a borbotones en esa interpretación que le ganó su primera candidatura al Oscar con Good Morning Vietnam. Le seguirían otras tres, por El club de los poetas muertos, El rey pescador y, finalmente, El indomable Will Hunting película que le conseguiría el galardón como mejor intérprete secundario.
Sin embargo esta inagotable fuente de ingenio por la que era conocido ocultaba un problema de alcoholismo y otras adicciones de las que habló abiertamente a lo largo de su carrera. “La cocaína se convirtió en mi escondite. La mayor parte de la gente busca en la cocaína un subidón. En mi caso, me echaba el freno”, admitió Williams a la revista People en 1988. En su opinión, la cocaína le daba una excusa para no hablar. “Necesitaba ese momento de calma”, añadió entonces.
Toda una ironía en un artista conocido no sólo por los personajes a los que dio cuerpo sino por aquellos a los que dio su voz. Especialmente el del genio de la lámpara en Aladdin, uno de los personajes más populares de la cantera Disney y que hizo apreciar por primera vez la importancia de un casting en un filme de animación. “Por cada línea escrita en el guión nos dio media hora de improvisaciones que dieron la riqueza visual de este personaje tan querido”, recuerda ahora el español Raúl García, encargado de animar al genio en Aladdin y que volvió a trabajar con él en Mrs. Doubtfire.
Quizá haciendo honor a los deseos de su viuda, todos tienen hoy su anécdota que contar de su trabajo junto a Williams, el hombre de una sola cara pero incontables personajes. Y para Steven Spielberg, con quién trabajó en Hook, sobre todo un amigo. “Una tormenta eléctrica. Un genio de la risa”, le recordó. Chris Columbus también subrayó sobre todo su amistad de 21 años con un hombre que amaba el ciclismo y al que era fácil ver en su bicicleta por los circuitos de San Francisco. “Uno de los pocos que merece la palabra genio”, comentó. Sarah Michelle Gellar prefirió recordarle en las redes sociales con los selfies que se tomaron juntos durante el rodaje de The Crazy Ones, su último trabajo en televisión, irónicamente cancelado por falta de audiencia.
Anna Kendrick, haciéndose eco de toda una generación marcada por la película, prefirió repetir en la red uno de los monólogos más recordados del actor y parte de El club de los poetas muertos, película que animaba a aprovechar todos y cada uno de los días de tu vida. “Nos enseñó como llegar al límite, sin miedo y brillar”, le recordó Jared Leto en su cuenta de twitter mientras que James Gunn, director de la exitosa Guardianes de la galaxia, aprovechaba este minuto de emoción para recordar “cuan seria es la depresión y la dependencia química”. Casado en tres ocasiones y padre de tres hijos, la muerte de Williams le suma tristemente a la de algunos de sus héroes que como Peter Sellers o Richard Pryor nos dejaron de hacer reír antes de tiempo.
El cuerpo de Williams fue encontrado en su casa de Tiburón, en Marine County, cerca de San Francisco (California, EEUU), supuestamente víctima de un aparente suicidio por asfixia. Según su portavoz, Mara Buxbaum, el intérprete luchaba recientemente contra la depresión. “Es una pérdida trágica e inesperada”, añadió pidiendo que se respete a la familia. Su esposa, Susan Schneider, recordó que con Williams había perdido un marido y a su mejor amigo mientras que el mundo “pierde a uno de los artistas más queridos y de los más maravillosos” seres humanos. “Es nuestra esperanza que la atención no esté en la muerte de Robin sino en los incontables momentos de alegría y risa que dio a millones de personas”, agregó.
Un repaso por la biografía del actor nacido en Chicago (EEUU), de sonrisa fácil, ojos chispeantes y una lengua tan rápida como su mente, capaz de sacarle punta hasta a sus propios defectos, da sobradas muestras de estos momentos. Titulado en Julliard, la escuela de los grandes intérpretes, Williams fue descubierto como cómico y en la televisión, en la popular serie estadounidense Happy Days donde nació ese personaje marciano que desarrollaría en Morky & Mindy. Si suena despectivo es porque así se veía en aquellos años el talento que surgía de la televisión, como algo menor no capaz de alcanzar las glorias de Hollywood. Ese no fue el caso de Williams, actor de una energía imparable que demostró a borbotones en esa interpretación que le ganó su primera candidatura al Oscar con Good Morning Vietnam. Le seguirían otras tres, por El club de los poetas muertos, El rey pescador y, finalmente, El indomable Will Hunting película que le conseguiría el galardón como mejor intérprete secundario.
Sin embargo esta inagotable fuente de ingenio por la que era conocido ocultaba un problema de alcoholismo y otras adicciones de las que habló abiertamente a lo largo de su carrera. “La cocaína se convirtió en mi escondite. La mayor parte de la gente busca en la cocaína un subidón. En mi caso, me echaba el freno”, admitió Williams a la revista People en 1988. En su opinión, la cocaína le daba una excusa para no hablar. “Necesitaba ese momento de calma”, añadió entonces.
Toda una ironía en un artista conocido no sólo por los personajes a los que dio cuerpo sino por aquellos a los que dio su voz. Especialmente el del genio de la lámpara en Aladdin, uno de los personajes más populares de la cantera Disney y que hizo apreciar por primera vez la importancia de un casting en un filme de animación. “Por cada línea escrita en el guión nos dio media hora de improvisaciones que dieron la riqueza visual de este personaje tan querido”, recuerda ahora el español Raúl García, encargado de animar al genio en Aladdin y que volvió a trabajar con él en Mrs. Doubtfire.
Quizá haciendo honor a los deseos de su viuda, todos tienen hoy su anécdota que contar de su trabajo junto a Williams, el hombre de una sola cara pero incontables personajes. Y para Steven Spielberg, con quién trabajó en Hook, sobre todo un amigo. “Una tormenta eléctrica. Un genio de la risa”, le recordó. Chris Columbus también subrayó sobre todo su amistad de 21 años con un hombre que amaba el ciclismo y al que era fácil ver en su bicicleta por los circuitos de San Francisco. “Uno de los pocos que merece la palabra genio”, comentó. Sarah Michelle Gellar prefirió recordarle en las redes sociales con los selfies que se tomaron juntos durante el rodaje de The Crazy Ones, su último trabajo en televisión, irónicamente cancelado por falta de audiencia.
Anna Kendrick, haciéndose eco de toda una generación marcada por la película, prefirió repetir en la red uno de los monólogos más recordados del actor y parte de El club de los poetas muertos, película que animaba a aprovechar todos y cada uno de los días de tu vida. “Nos enseñó como llegar al límite, sin miedo y brillar”, le recordó Jared Leto en su cuenta de twitter mientras que James Gunn, director de la exitosa Guardianes de la galaxia, aprovechaba este minuto de emoción para recordar “cuan seria es la depresión y la dependencia química”. Casado en tres ocasiones y padre de tres hijos, la muerte de Williams le suma tristemente a la de algunos de sus héroes que como Peter Sellers o Richard Pryor nos dejaron de hacer reír antes de tiempo.
Rocío Ayuso - El País -
EL ROBIN WILLIAMS AÚN POR VER
La posproducción, los distintos tiempos de estreno de las películas
en el planeta y la muerte conforman un juego entre macabro y conmovedor.
Así, a España llega justo este jueves y ya póstumamente una película
que Philip Seymour Hoffman dirigió antes de morir, y que se estrenó en EE UU hace ya cuatro años: Una cita para el verano. Por la misma razón, todavía habrá ocasión de ver (o escuchar) unas cuantas veces en la gran pantalla a Robin Williams, fallecido ayer a los 63 años.
Cinco, en concreto –y dando por hecho que todos esos trabajos lleguen a
las salas españolas- son las películas del célebre actor aún inéditas
por estas tierras. Aunque dos de ellas ya se pudieron ver en EE UU.
La única película de Williams que ya tiene fecha de lanzamiento en España es la tercera entrega de Noche en el museo. Con el subtítulo, al menos en la versión original, de El secreto de la tumba,
el filme llegará a las salas españolas el próximo 25 de diciembre para
meter una vez más al actor en la piel de Teodore Roosevelt en un museo
donde los ocupantes de las vitrinas toman vida mágicamente cada noche.
El tercer capítulo de esta saga cómica estará protagonizado de nuevo por
Ben Stiller.
Boulevard se pudo ver en el pasado festival de Tribeca pero
aún no ha tenido estreno comercial. De hecho, ni siquiera hay fechas
previstas, al menos por el momento. Dirigido por Dito Montiel, este
drama indie mete a Williams en la piel de un marido que tiene
que afrontar las consecuencias de su "vida secreta", según la sinopsis
oficial. Junto con él, Bob Odenkirk (Breaking Bad).
Protagonista de tantas comedias inolvidables, Williams deja atrás la enésima ocasión de reírse con y gracias a él. En Merry friggin’ Christmas,
el actor es un padre que visita a su familia caótica durante las
vacaciones de Navidad. Sin embargo, el hombre se da cuenta de haber
olvidado los regalos para su hijo, de ahí que se lance en un viaje
contrarreloj junto con su padre para arreglar su error y volver a tiempo
para las fiestas. El filme se encuentra en fase de posproducción y está
previsto que se estrene el 7 de noviembre, al menos en EE UU.
The angriest man in Brooklyn ya se pudo ver en las salas estadounidenses, pero no en España. Tanto su sinopsis como la crítica que hizo a la sazón Variety
dejan ahora un sabor amargo en la boca. La trama de la película se
centra en un hombre que es informado por su médico –y por error- de que
tan solo le quedan 90 minutos de vida. Así que el personaje,
interpretado por Williams, se vuelca en arreglar sus problemas con sus
seres más queridos. La célebre revista arrancaba así su crítica: “Noche
de cine. Puede usted elegir entre Robin Williams gritando enloquecido o
Robin Williams que le hace sentir bien lloriqueando. ¿Cuál prefiere?
Pregunta trampa. En The angriest man in Brooklyn puede tener a ambos. […] Aunque la mayoría del público preferirá no escoger a ningún Robin Williams”.
Finalmente, como muchas veces más en su carrera, Williams también prestó su voz a Dennis el perro, uno de los personajes de Absolutely anything
(estreno previsto en Reino Unido en 2015). En la película –la historia
de un profesor que descubre sus poderes mágicos- le acompañan otras
voces prestigiosas como la de Terry Gilliam, así como Simon Pegg y Kate
Beckinsale.
-El País-
LA TRISTEZA DEL CÓMICO
Quizá ahora es fácil decirlo, pero entre las mil muecas de Robin Williams
había una infranqueable: la del hombre de ojos profundamente tristes.
La depresión que, según todos los indicios, empujó al actor de Chicago a
suicidarse en la madrugada de ayer a los 63 años en su casa de San
Francisco, le acechaba desde hacía años. Williams se suma así al trágico
sino de tantos cómicos: la capacidad de hacer reír a todos menos al
tipo que vigila desde detrás del espejo. La velocidad mental, el
ingenio, la burla y los chistes boicoteados por un tozudo espectador:
uno mismo. Williams, que cargaba con la losa de una fuerte adicción al
alcohol y las drogas, de las que habló abiertamente en más de una
ocasión, se suma así al fatal mito de la famosa aria (Vesti La Giubba) de Ruggero Leoncavallo inmortalizada por Caruso y dedicada a la peor de las tristezas: la del payaso.
Mara Buxbaum, la representante del actor, apuntaba la causa del
suceso: “Ha estado luchando contra una severa depresión”. En el mes de
julio, incluso había estado ingresado. En 2006 ya había pasado por otra
fuerte crisis. Williams, hijo de un ejecutivo de la industria del
automóvil, no fue un chico popular sino solitario y gordinflón. Las
famosas mil caras del histriónico actor, su talento para transformarse
en cualquiera a través de su voz y mímica, probablemente nacieron en
esos años en los que no le quedaba más remedio que inventarse a los
demás en su cuarto de juegos. Tenía un talento innato para hacer reír,
también para un humor paradójico: blanco e irreverente. La mejor diana,
muchas veces, era su propia sombra.
Esa misma sombra que ha acechado a tantos genios de la comedia: de
Lenny Bruce (acosado por las autoridades y fundido a los 36 años por una
sobredosis de morfina) a John Belushi, amigo de trincheras de Williams
desde la juventud de ambos en Chicago hasta el mismo día de la muerte de
Belushi, el 5 de marzo de 1982, cuando Williams y Robert de Niro, según
recuerda John Woodward en su libro Como una moto. La vida galopante de John Belushi,
se sumaron a la fiesta terminal del bungaló 3 del Chateau Marmont.
Belushi cayó en combate mientras que a Williams le tocó la
responsabilidad de seguir viviendo. La muerte de su amigo fue un aviso a
navegantes que le llevó directo a su primera cura de desintoxicación.
La maldición del payaso, dicen. Esa que —con variantes y matices
médicos— afecta a cómicos de todas las generaciones. John Cleese, Jim
Carrey, Ruby Wax, Dave Chapelle, Hugh Laurie, Stephen Fry, Jonathan
Winters o Richard Pryor, por solo citar a algunos que han reconocido sus
problemas psicológicos. No solo humoristas: Jon Hamm (Mad men)
ha hablado abiertamente de la depresión que sufrió tras la muerte de su
padre y Catherine Zeta- Jones de sus problemas con la bipolaridad.
Genios como los de Michael Jackson, Heath Ledger o Phillip Seymour
Hoffman encontraron en las drogas ese último momento de paz para un
sueño que les era difícil de conciliar con su talento. Otros, más
afortunados, como Robert Downey Jr., han sabido rehacerse y encontrarse.
Incluso hombres de la talla de Charles Chaplin y Buster Keaton
admitieron en su día ser víctimas de insoportables bajones emocionales.
“Para hacer reír de verdad tienes que ser capaz de coger tu dolor y
jugar con él”, reconoció Chaplin apuntando hacia la idea nada gratuita
del permanente estado de fragilidad de un comediante. Como dijo Arsenio
Hall —uno de los cómicos a los que imitó Robin Williams en Aladdin— “el humor nace del dolor”.
Algo que el British Journal of Psychiatry tradujo este año
de forma algo quirúrgica cuando indicó que los cómicos presentan más
trazos de lo normal de una personalidad psicótica. Evidentemente, no
quiere decir que todos lo sean, pero sí que muchos padecen trastornos de
personalidad.
Lo ha descrito el británico Stephen Fry, diagnosticado bipolar a los 37 años y autor de The Manic Life of Manic Depresive.
O Spike Milligan, otro humorista británico, autor de libros y
documentales sobre la depresión. Milligan llegó a afirmar que el talento
de un cómico es a la vez “un regalo y una maldición”. Algo que la
australiana Felicity Ward ha llevado más lejos al convertir su lucha
contra la depresión y el alcoholismo en un monólogo que pasea por los
escenarios de los clubes de la risa.
Lo cierto es que hay algo excesivo y autodestructivo en muchos
malabaristas de la risa. Esa maldición que provocó a mediados de los
ochenta la voz de alarma de James Masada, el fundador del Laugh Factory,
la sala en la que debutaron muchos de los grandes cómicos que luego
triunfaron en Hollywood. Desde la páginas de Los Angeles Times,
Masada advertía del gran número de caídos que siguieron a la sobredosis
de Belushi y que culminó el día en que Richard Pryor se prendió
literalmente fuego en un grotesco capítulo que no quedó claro si estaba
provocado por un intento de suicidio o por un empacho de cocaína. Ahora
Masada recuerda a Williams como esa persona que “estaba siempre
interpretando a un personaje”, al que nunca conoció de verdad a pesar de
ser su amigo durante 35 años.
Y otra vez las mil caras de un cómico (“me encantó el Robin sobrio. Aprecié verle más calmado y más centrado cuando rodamos Dos canguros muy maduros”,
recordaba ayer en Facebook Rita Wilson, actriz y amiga de la familia
Williams) que en esa feroz batalla por conocer su verdadero rostro fue
el único capaz de hacer reír a Christopher Reeve tras la depresión que
le provocó el accidente que le dejó completamente paralizado. Compañeros
de habitación durante los años de estudios de arte dramático, Robin se
volcó con la enfermedad de su amigo, puso dinero para su fundación y
para sus carísimos tratamientos. La muerte en 2004 de Reeve fue otro
duro mazazo. Williams nunca llegó a superar la desaparición de otro
amigo. La sombra volvía al ataque.
Pese al desenlace final sería injusto negarle al actor su capacidad
de lucha. No ocultó sus problemas (“la cocaína se convirtió en mi
escondite, la mayor parte de la gente busca en la cocaína un subidón. En
mi caso, me echaba el freno, me daba calma”), bromeó con sus
debilidades, puso humor y distancia, superó una operación de corazón y
varios fracasos familiares. The New York Times aseguraba en una de sus últimas entrevistas
que ahora era un hombre más introspectivo, más tranquilo y que valoraba
mejor las cosas pequeñas. Pero no es fácil hacerse mayor. Tampoco lo es
dominar a tu díscola sombra. Todos, Williams también, olvidamos con
demasiada frecuencia la advertencia de J. M. Barrie al describir esa
cualidad única del pequeño Peter Pan (ese personaje con quien tanto
gusta comparar al actor estadounidense y cuya imposible madurez retrató
en Hook, de Steven Spielberg). Y es que por mucho que lo deseemos, absolutamente todos los niños “excepto uno” acaban creciendo.
Rocío Ayuso - Elsa Fernández-Santos -El País -
LAS MUCHAS VIDAS DE UN PERRO VERDE
En una escena de El mejor padre del mundo (2009), de Bobcat Goldwaith, uno de los trabajos más brillantes de Robin Williams,
su personaje, Lance —escritor que alcanza el éxito falsificando el
diario de su indeseable hijo adolescente fallecido en sórdidas
circunstancias—, es entrevistado en un late-show de la
televisión local. En el curso de la entrevista chocan sentimientos
encontrados: por un lado, la desolación por la pérdida —espoleada por
una presentadora que recurre a todos los golpes bajos de su oficio en
busca del sentimentalismo mediático—; por otro, la incontenible burla
por la impostura que le ha convertido, por fin, en foco de atención y
beneficiario de un inmerecido éxito editorial tras una vida de
humillaciones y manuscritos rechazados.
Robin Williams logra en esa escena algo casi imposible: reír y llorar
a la vez, en una auténtica cumbre de la comedia incómoda. Por sí sola,
esa escena podría dar medida del gran calibre de un actor que, a menudo,
fue subestimado por su facilidad para escoger trabajos que no
estuvieron a la altura de su talento —hay quien consideró a Williams un
paradigma de lo baboso en el seno del Hollywood mainstream—.
Desde su mismo título, la película de Goldwaith jugaba de manera
perversa con esa imagen pública de Williams y demostraba que, bajo ese
aparente Mejor Padre del Mundo, podían discurrir turbulentas corrientes
subterráneas. Lo complejo bajo lo engañosamente amable.
Nacido en Chicago en 1951, Williams destacó en el circuito de clubs
de comedia en los 70 como un auténtico castillo de fuegos artificiales
encarnado en un solo hombre: un tipo capaz de desplegarse en una
polifonía de voces y registros, atómico recital de continuos golpes de
efecto, disparando referencias culturales como una ametralladora sin
freno. Perteneció a la generación de cómicos que, con figuras como
George Carlin y Richard Pryor como modelos tuterales, introdujo una
sensibilidad contracultural en el monólogo humorístico norteamericano.
Se cuenta que la temprana muerte de su amigo John Belushi fue la señal
de alarma que le hizo abandonar tempranos flirteos con la cocaína, pero
ese modelo de comicidad cocainómana —estructurada bajo el aparente caos
del desplazamiento de un foco de atención a otro— sería su gran seña de
identidad en esos años de iniciación. Su avasalladora técnica de
improvisación y su facilidad para pasar, a la velocidad de la luz, de
una imitación a otra captó la atención del medio televisivo, que le dio
su primer papel inmortal en la telecomedia Mork y Mindy, en la que encarnó, de manera bastante significativa, a un extraterrestre en estado de perpetua sorpresa frente a lo humano.
Williams fue el imposible Popeye de Robert Altman, pero, en los
trabajos cinematográficos que le reportaron mayor fama en el primer
tramo de su carrera —Good Morning, Vietnam (1987) y El club de los poetas muertos
(1989)—, la pirotecnia expresiva de sus orígenes sobre el escenario de
los clubes de comedia se imponía a las exigencias dramáticas de sus
respectivos personajes. No obstante, cuando dobló al flexible y
polimórfico genio del Aladdin (1992), ese registró conquistó el
cielo: su voz capaz de funcionar como un sintetizador posmoderno de
posibilidades infinitas dio pie al equipo de animadores —del que formaba
parte el español Raúl García— a forjar insólitas soluciones visuales,
obteniendo una auténtica obra maestra en torno a las posibilidades
expresivas del cuerpo animado.
El Oscar por su papel en El indomable Will Hunting (1997)
fue el reconocimiento oficial a su solvencia como actor dramático, pero
aún quedaba un Robin Williams muy interesante por descubrir: el actor
contenido, ensimismado, capaz de sugerir una letal perturbación tras su
físico de hombre común. Retratos de una obsesión, de Mark Romanek e Insomnio,
de Christopher Nolan, ambas de 2002, muestran su dominio de la
sutileza, revelando a un inesperado Williams que lucha, con éxito,
contra su imagen previa y contradice los prejuicios de quienes
consideraban que una película como Patch Adams (1998) podía ser
la unidad de medida para rebajar, sistemáticamente, el nivel de un
intérprete excepcional. Su último trabajo en la gran pantalla ha sido el
de ponerle la voz a un perro en Absolutely Anything, película
de Terry Jones donde los miembros supervivientes de los Monty Python
doblan a un grupo de extraterrestres. Un broche final a la altura de una
trayectoria capaz de poner en cuestión todos los lugares comunes y las
miradas condescendientes que se apliquen sobre ella: un perro (¿verde?)
entre alienígenas como Mork, su primer personaje perdurable.
Jordi Costa - El País -
UN ROBIN WILLIAMS PARTICULAR
Tristemente hemos perdido a una persona como Robin Williams, alguien
singular que ha conseguido hacernos reír en nuestros malos momentos y
enternecer con papeles como el profesor de El club de los poetas muertos o Patch Adams.
El cine es el gran medio de comunicación mundial, y Robin era uno de
sus muchos presentadores. Era el cómico que todos querríamos tener casa
porque simplemente verle era motivo de alzar una sonrisa. El cine
siempre se ha utilizado para lanzar un mensaje subliminal, así Luis
García Berlanga se burló del régimen franquista cogiendo uno de sus
típicos eslóganes en Plácido y Robert Zemeckis ridiculizó de la mano de Tom Hanks el sueño americano en Forrest Gump. En la mayoría de sus papeles, Robin Williams nos inspiró amor y justicia, así nos dejó el Good Morning, Vietnam, tras haber visto cruda realidad en Apocalypse Now, o nos mostró ese crecidito Peter Pan en el Hook
de Spielberg después de que Disney nos hubiese encantado con ese niño
que no crecía. Ahora en nuestro salón, viendo cualquiera de sus
películas, podemos disfrutar de nuestro Robin Williams particular.— Patricio Alvargonzález Royo-Villanova.
Triste noticia el fallecimiento de este gran actor, que a mi me encantaba, nos quedan sus películas.
Anina.
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