Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 15 de noviembre de 2012
Este artículo analiza el
concepto de patriotismo, ampliamente utilizado estos días por las
fuerzas conservadoras tanto en España como en Catalunya, para movilizar a
la ciudadanía a favor de sus propuestas. El artículo define
epistemológicamente el significado de patriotismo, mostrando que el
criterio por el cual puede consensuarse el significado de este concepto
queda claramente violado por las políticas públicas que tales fuerzas
políticas están hoy imponiendo a la población española, incluyendo la
catalana.
Mark Twain, uno de los autores más
críticos de la sabiduría convencional que ha tenido EEUU, escribió
frecuentemente que el concepto de patriotismo, en cualquier país, es uno
de los más utilizados para esconder intereses de grupos sociales que
quieren mantener, por todos los medios, sus privilegios utilizando el
sentimiento patriótico como mecanismo de movilización popular,
identificando sus intereses particulares con los intereses de lo que
llaman patria. Antonio Gramsci, en Italia, uno de los analistas más
importantes que han existido en Europa de cómo el poder se reproduce en
las sociedades, subrayó con gran agudeza la función ocultadora de los
símbolos de la patria para defender los intereses de las clases
dirigentes.
España (y Catalunya dentro de ella) es
un ejemplo claro de lo que Mark Twain y Antonio Gramsci indicaron. Las
derechas han sido siempre las que se han presentado como las grandes
defensoras de la patria, defensa que requiere los máximos sacrificios de
los que están a su servicio. Uno de los eslóganes de la Guardia Civil
(el cuerpo de policía armado que históricamente ha tenido la función de
mantener el orden público y reprimir cualquier agitación social que
cuestionara las relaciones de poder existentes en España) era “Todo por
la patria”, lo que podía significar incluso la pérdida de la vida de
los guardias civiles aunque también, mucho más frecuentemente, la de los
represaliados. La Monarquía, el Ejército y la Iglesia han sido siempre
las estructuras institucionales que han defendido el poder de los grupos
dominantes en las esferas financieras y económicas (y, por lo tanto,
políticas y mediáticas) del país, utilizando el amor y el compromiso con
la patria como mecanismo de movilización popular en defensa de sus
intereses. Las pruebas históricas que avalan esta utilización de la
patria para dichos fines particulares son robustas y abrumadoras.
Tales instituciones de derechas son pues
las que se consideran a sí mismas como las defensoras de la patria.
Hace sólo unos días, el diario monárquico profundamente conservador ABC
ponía en portada a la Duquesa de Alba como la gran defensora de la
patria española acusando a los catalanes de ser poco patriotas (11 Nov.
2012). Tal personaje es una de las terratenientes más importantes de
España y está entre los que reciben mayores subsidios del estado español
y de la Unión Europea, a cargo del erario público. Su linaje familiar,
por cierto, ha jugado un papel clave, junto con otros terratenientes, en
reproducir una situación en el campo andaluz responsable, en gran
parte, de la pobreza de las poblaciones rurales de aquella parte de la
patria española.
Pero la credibilidad de tal tesis (de
que las derechas son las que sostienen el patriotismo) depende, en gran
medida, de lo que se entienda por patriotismo, el cual, como la mayoría
de sentimientos, no es fácil de definir. Después de todo, ¿qué quiere
decir amor a la patria?
¿Qué es patriotismo?
Pero, independientemente de las muchas
maneras mediante las que tal concepto y sentimientos puedan definirse,
sí que debería haber un componente que coincidiera en todas las
definiciones posibles. Y éste es que el amor a la patria debería incluir
amor a la ciudadanía de la entidad así definida. No se puede amar a
España (o a Catalunya) sin estar dedicado al bienestar de la población
que constituye tal país (España y/o Catalunya). Y, puesto que la mayoría
de la población pertenece a las clases populares, un indicador de
patriotismo debería incluir como elemento definitorio el compromiso y
dedicación a la mejora del bienestar de las clases populares. No se
puede amar a España (y a Catalunya) sin este compromiso, pues de lo
contrario se tiene una visión excesivamente esencialista, casi mística,
de lo que es la patria, una concepción poco coherente con la vida real
de las personas. En realidad, si la definición de patriotismo no incluye
un compromiso por mejorar la vida y bienestar de la mayoría de la
población, entonces hay que sospechar que el concepto de patriotismo
está siendo utilizado, confundiendo los intereses de la patria con los
de un sector minoritario de la población.
Parecería, pues, razonable aceptar,
incluso por las derechas, que un elemento común de tal patriotismo fuera
la dedicación de las fuerzas patrióticas al bienestar del pueblo, que
en términos cuantitativos, serían las clases populares, clases populares
que en cualquier país incluyen las clases trabajadores y las clases
medias de renta media y baja.
¿Son patriotas las fuerzas que se autodefinen como tales?
Pues bien, tal dedicación puede
evaluarse incluso numéricamente. Como decía Mark Twain, el amor no puede
cuantificarse, pero sus consecuencias sí. Veamos, pues, los datos. En
aquellos países de Europa donde las derechas (que se autodefinen como
las fuerzas patrióticas) han tenido más poder históricamente, tales como
el Sur de Europa (España, Grecia y Portugal), el nivel de desarrollo
económico, social y político ha sido el más bajo de la Unión Europea.
Los datos son abrumadores. Tanto el PIB per cápita como el gasto público
social per cápita, o el número de recursos públicos (desde
transferencias públicas, como pensiones, hasta servicios públicos, como
sanidad y educación, que contribuyen enormemente al bienestar y calidad
de vida de las clases populares) han sido, y continúan siendo, los más
bajos de la UE-15. Es también en estos países donde los ingresos al
Estado son los más bajos, donde la política fiscal es más regresiva y
menos redistributiva, donde hay más fraude fiscal y donde hay mayores
desigualdades y concentración de la riqueza.
Estos datos permiten, entonces, hacerse
la pregunta ¿dónde está el amor a España de los súper patriotas
españoles? Su compromiso con el bienestar de la población parece estar
muy sesgado hacia ciertos grupos y clases sociales, a costa de los
intereses de la mayoría de sus poblaciones. La evidencia de ello es
abrumadora. Así como es también abrumadora la evidencia de que este
sesgo clasista del patriotismo aparece en varios momentos de la historia
de este país. En todos ellos, cuando el gobierno elegido por la
ciudadanía a través de procesos democráticos llevó a cabo políticas
públicas que beneficiaron a las clases populares, reduciendo los
privilegios de los grupos y clases sociales antes mencionados, las
derechas superpatriotas se rebelaron militarmente para interrumpir tales
políticas. En España, los superpatriotas –la Iglesia, el Ejército, la
Monarquía, la banca y la oligarquía empresarial- establecieron un
régimen enormemente represivo (por cada asesinato político que cometió
Mussolini, Franco cometió 10.000, según el Catedrático Malefakis, de la
Columbia University, experto en el fascismo europeo) que dañó
enormemente a la mayoría del pueblo español. Cuando el golpe militar de
1936 ocurrió, el nivel de desarrollo económico español era casi idéntico
al italiano. Su PIB per cápita era semejante al PIB per cápita
italiano. Cuando la dictadura terminó, en 1978, España tenía un nivel de
riqueza que era sólo el 68% de la italiana. Este fue el coste que aquel
supuesto patriotismo significó para el pueblo español. El golpe militar
se realizó no para salvar la patria sino para que la Iglesia pudiera
continuar controlando la educación de los españoles y también la tierra
que poseía (la Iglesia era el terrateniente con mayor extensión de
tierra en España. Hoy es el segundo); para que la Monarquía continuara
siendo el sistema político que garantizara el dominio por parte de las
derechas de los aparatos del Estado, incluyendo las Fuerzas Armadas, la
Judicatura y las Fuerzas del Orden; para que el Ejército tuviera sus
privilegios, garantes de la unidad de la Patria (convirtiendo al
Ejército en instrumento de represión interna); para que la banca y la
oligarquía empresarial pudieran mantener sus escandalosos privilegios
(que todavía se mantienen hoy, como queda claro con la excesiva
protección de la banca frente a los desahuciados); y así un largo
etcétera.
La oposición popular a tales medidas
regresivas del sistema establecido por los supuestos patriotas explica
la enorme represión que caracterizó aquel periodo de dominio del estado
por las derechas supuestamente patrióticas. Su carácter nacional, por
cierto, quedó negado por el hecho de que su victoria se debiera
primordialmente a la ayuda que les prestó la Alemania nazi y el fascismo
italiano. Sin esta ayuda extranjera, el golpe militar no podría haber
conseguido parar la oposición a tal golpe.
¿Dónde estaba y dónde está ahora el amor a España de los supuestamente patriotas?
Esto podría también preguntarse hoy al
gobierno de derechas español, que está llevando a cabo el ataque (y no
hay otra manera de definirlo) más feroz al bienestar de las clases
populares. Hoy se están haciendo reformas que afectan muy, pero que muy
negativamente al bienestar de la población, y muy en particular de las
clases populares. La evidencia de ello es contundente. Nunca antes en el
periodo democrático, el ya insuficientemente financiado Estado del
Bienestar español ha estado bajo un ataque tan frontal. Y este ataque se
está haciendo para el beneficio de los mismos intereses económicos de
siempre: el capital financiero español y el mundo empresarial de las
grandes corporaciones, a costa del bienestar de todos los demás. De
nuevo, la evidencia de ello es robusta y convincente.
Y todo ello se hace justificándose con
la necesidad de aplicar tales políticas de austeridad que son –según el
establishment español- las únicas posibles, lo cual es fácil de
demostrar que no es cierto. Podrían aplicarse otras que no afectarían a
los intereses de las clases populares, afectando, en cambio, a los
intereses de los grupos que, de nuevo, se presentan como superpatriotas,
defensores de España. Esta desfachatez (y no hay otra manera de
definirlo) se hace violando la soberanía de la Patria que dicen amar
tanto, obedeciendo dócilmente al gobierno alemán, como lo hicieron
también en los años treinta. Es la repetición de la historia. Ahora,
como entonces, los superpatriotas utilizaron la bandera para defender
sus intereses de clase. Así de claro. Y haciéndolo así están
traicionando, una vez más, al pueblo español.
Hoy, en España, los movimientos de
protesta social que salieron a la calle ayer, en la Huelga General, en
defensa de los derechos de las clases populares y de la soberanía de
España son los auténticamente patriotas, entendiendo como tales a los
que defienden a la mayoría de la ciudadanía frente a una minoría que
defiende sus propios intereses y los de sus aliados internacionales,
incluyendo las elites financieras que dominan el gobierno alemán.
Una última observación. Le ruego al
lector que haya considerado de interés este artículo, que lo distribuya
ampliamente, pues los medios de mayor difusión no publican jamás este
tipo de artículos. La dictadura mediática exige una respuesta
movilizadora que permita presentar otros puntos de vista distintos y
críticos de la sabiduría convencional del país que se reproduce a través
de tales medios.
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