A ti, que debutas
haciendo la vida eterna en quince minutos,
te escribo porque Madrid esculpe en las cariátides
de la Gran Vía tu rostro lleno de pecas.
El metro se detiene en mitad de un mar embravecido
y todo regreso lleva a la infancia.
Tengan cuidado de no introducir
- yo te espero en la calle, como entonces -
el pie entre coche y andén,
y el vagón se abre y la cama deshecha,
la ropa esparcida por el suelo
como la arena de un reloj estrellado,
cántaro que porta el soñador
lleno de lágrimas y peces voladores.
Neptuno alza su tridente y abre el mar
para que crucen las banderas de arcoiris
que desde Chueca celebran la vida y la honra.
La ciudad, más otoño que nunca,
dora el camino que lleva hasta el teatro
en el que arrancarás los pétalos metálicos
de una flor encontrada en el andén.
Hojeas un periódico gratuito
y las mujeres gigantes de los carteles publicitarios
vigilan llorosas el tránsito triste de hombres y mujeres
que navegan sin nada qué hacer ni qué decir,
con la mirada perdida
y fracasos que bañan en licor de mp3,
en planes para la tarde anaranjada,
para el fin de semana, ansiolítico y verbena,
atención, estación en curva.
Pero, hay quien, como tú, viaja,
como la Enterprise, en busca de planetas remotos,
con la sonrisa en el rostro, cediendo el asiento,
tarareando nuestra canción,
dispuesta a ser llama cuando el telón se abra
y yo te encuentre ahí.
Haciendo la vida eterna en cinco minutos.
Te esperaré en la calle como entonces,
hablaremos también de la obra,
iremos del brazo, y Madrid, más otoño que nunca,
será nuestro, como nuestro es el futuro,
las olas de Imbassaí, el sofá color arena,
punta de Ararat a salvo del diluvio.
ISMAEL SERRANO
No hay comentarios:
Publicar un comentario