Publicado en Público.es el 30de noviembre d 2012
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)
acaba de presentar su nuevo informe sobre la economía española en el que
hace previsiones sobre nuestro futuro inmediato y presenta propuestas,
según dice, para salir de la crisis.
Las previsiones vienen a echar un jarro de agua fría sobre el
gobierno puesto que prevé que no se van a cumplir las más optimistas con
las que elaboró sus presupuestos y que la recesión va a ser más dura y
prolongada de lo que nos quieren hacer creer Don Mariano y sus
ministros, algunos de los cuales incluso afirman que ven signos de
recuperación en un horizonte cercano.
Sobre los datos concretos que ofrece ahora la OCDE no vale la pena
detenerse. Es, junto al Fondo Monetario Internacional, el organismo que
menos acierta a la hora de hacer previsiones así que sea lo que sea lo
que ahora prevé, con toda seguridad será equivocado, como le ocurre
prácticamente siempre.
Es normal. Los informes que realiza no están destinados a
proporcionar un análisis riguroso y veraz de la realidad que ayude a los
gobiernos a tomar decisiones correctas.
Estos organismos son la punta de lanza con que se abren paso los
intereses de las grandes potencias y, particularmente de los grandes
grupos financieros y empresariales de todo el mundo. Y por eso que las
predicciones y datos que proporcionan en sus informes estén orientados
en realidad a crear un clima de opinión que favorezca la posterior
adopción de las medidas liberales que apoyan y ayudan a imponer.
Solo así se puede explicar la acumulación de tanto error de
predicción, de tantas equivocaciones, el cúmulo tan grande de fiascos
que contienen sus informes.
En el FMI o en la OCDE trabajan los analistas quizá mejor pagados del
mundo institucional, los que disponen de mejores medios de análisis. Y,
sin embargo, son los que más se equivocan a la hora no ya de señalar lo
que puede ocurrir en el futuro, sino incluso cuando se trata de
reflejar lo que sucede en el momento presente.
Se podría decir que la OCDE y el FMI son maestros consumados del
error pero lo curioso es que eso no les amilana y periódicamente
presenten a la opinión pública mundial sus informes como si fuesen la
voz de unos dioses que lo saben todo y que tienen la fortuna de poder
decir al común de los mortales lo que mejor les conviene y lo que deben
de hacer inexcusablemente.
Mejor, pues, no hacer caso de los números y escenarios que presentan.
Prácticamente no han acertado nunca y no cabe pensar que ahora se vaya a
dar el milagro que les permita dar en el clavo.
Hablan de un futuro inmediato muy deteriorado para provocar la
paralización que siempre produce el miedo y para crear así el ambiente
que asuma como irremediable las propuestas sesgadas y solo favorables a
los grupos oligárquicos que realizan.
La prueba de ello es que -salvo algunas medidas concretas que la OCDE
sabe perfectamente que no se van a adoptar, como la eliminación de las
ayudas fiscales a las pensiones privadas- lo que ahora vuelve a proponer
en el nuevo informe son prácticamente las medidas que a lo largo de los
últimos años han ido promoviendo y que han ido creando las condiciones
para que la crisis se desencadenase con inusitada virulencia, sobre
todo, haciendo que aumente extraordinariamente la desigualdad.
En el ámbito que titula como Políticas laborales y de mercados las
“soluciones” que ofrece son las mismas de siempre, las que reclamaba
antes de la crisis, las que dice que son las oportunas haya un roto o un
descosido: disminución de salarios sociales, limitación del poder de
negociación de los trabajadores acabando con la extensión legal de los
acuerdos de negociación colectiva de nivel superior, reducir el coste
del despido y, en suma, insistir en la flexibilización de las relaciones
laborales. Una estrategia que incluso investigaciones de la propia OCDE
han mostrado que no son determinantes de la mejora del mercado laboral y
de los niveles de empleo.
Por otro lado, en el campo de las que llama Políticas para
estabilizar la economía y apuntalar el sector bancario, no se puede
decir que esté fino este informe de la OCDE.
Quienes lo han redactado no tienen más remedio que reconocer que las
medidas de austeridad van a suponer un recorte muy grande de la
capacidad de crear actividad y empleo y que, por tanto, ni van a poder
aliviar el problema de la deuda ni van a proporcionar estabilidad o
crecimiento en los próximos tiempos. Pero, al mismo tiempo, el informe
no renuncia a la querencia neoliberal y establece que el gobierno debe
mantener el objetivo de reducir el déficit y que, por tanto, hay que
seguir adoptando medidas de consolidación fiscal. O sea que no es bueno,
pero que hay que hacerlo.
Y respecto a la situación del sistema financiero, la OCDE se limita a
recurrir al mismo y único recurso de quienes simplemente se están
dedicando a modificar las condiciones de mercado con el principal
objetivo de que los grandes bancos se queden con el mayor porcentaje
posible del mercado: el latiguillo de que si se hace lo que ellos dicen
volverá fluir el crédito. Lo mismo que se viene diciendo desde la
primera reforma financiera de las característica propuestas por la OCDE,
y justamente lo contrario de lo que ha ocurrido en la realidad.
En materia fiscal, a la OCDE se le ocurre que lo prioritario es crear
una autoridad fiscal independiente para imponer el cumplimiento de la
política de estabilidad y austeridad. Pero sin poner sobre la mesa
posibles fórmulas que pudieran recaudar de forma más equitativa y
eficiente.
La misma perorata de siempre: más mercado, más libertad para los de
arriba, mayor concentración de capitales y más indiferencia ante la
desigualdad, ante la falta de incentivos para poner en marcha
actividades productivas. Y ello, a pesar de que tenemos mucho más que
indicios que demuestran que allí donde se han impuesto medidas de este
tipo, las economías se han deteriorado en mayor medida.
El fundamentalismo ideológico de la OCDE no da para mucho más. Ni una
sola medida para restaurar la demanda a gran escala, que es lo que se
necesita; ni un solo procedimiento (que no sea el milagro que venden los
ministros) para restaurar con urgencia la financiación a empresas y
consumidores; ni una palabra sobre cómo cambiar la especialización
perversa de nuestra economía; silencio sobre el fraude fiscal, sobre la
fuga de capitales, y sobre el papel de la banca en la crisis que hace
tan difícil confiar en ella misma para salir adelante.
Tampoco ofrece la OCDE un análisis riguroso de cómo ha crecido la
deuda en los últimos años como consecuencia de no disponer de
financiación del banco central o de las reformas estructurales que la
propia OCDE promovió.
El informe de la OCDE es más de los mismo. Y más de lo mismo
significa avanzar por el camino (propuesto igualmente por la OCDE) que
nos ha llevado a donde estamos, es decir, al desastre.
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