Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 28 de julio de 2012
Este artículo señala que la
ideología existente en nuestras sociedades, que asume que el gradiente
social está basado en el mérito, está siendo cuestionada ampliamente,
con la aparición de movimientos tales como el 15M y el Occupy Wall
Street que cuestionan el orden establecido.
Una de las
consecuencias de la enorme crisis financiera y económica que estamos
experimentando es la pérdida de confianza en las élites gobernantes,
sean éstas financieras, económicas, mediáticas o políticas. La confianza
que un sistema político democrático requiere que exista entre el
establishment –las instituciones que gobiernan las distintas actividades
financieras, económicas, mediáticas y políticas del país- por un lado, y
las clases populares por el otro, se está perdiendo rápidamente. La
gente normal y corriente, que solía creer que “los que mandan” son
mejores y tienen más información sobre la cual toman decisiones, ya no
cree en ello. Más y más gente cuestiona que las élites que están arriba
mandando estén allí debido a su mérito. Según la última encuesta de
valores realizada por la Pew Foundation, la mayoría de las poblaciones
de los países en recesión incluyendo los países de la Eurozona, no
confían en las élites gobernantes. Y ello explica que tales élites estén
perdiendo no sólo la confianza sino su legitimidad para “mandar”, sea
en el sector que sea.
Hay muchas consecuencias de este hecho,
fácilmente evidenciables. Pero una de las más importantes es que además
del esquema político derecha-izquierda hay que incluir otra línea
divisoria que separa los que están arriba de todos los demás, que
constituyen la gran mayoría de la población. Esta mayoría percibe que la
línea ascendente en el gradiente social no la determina el mérito,
sino las conexiones y relaciones interpersonales determinadas en gran
parte por el origen social del individuo, definido este por clase social
y género. En realidad, la evidente incompetencia de los que están
arriba (tanto en los sectores financieros como en los políticos), que
aparece claramente en su continuo y persistente intento de seguir las
políticas de austeridad que han conducido a estos países al desastre,
muestra que el mérito tiene poco que ver con que estén donde están. Las
conexiones y redes de intereses (que los sociólogos llaman capital
social y la gente normal y corriente llama las conexiones y enchufes)
que les permiten trepar, explica que estén arriba. Ésta es la percepción
hoy generalizada.
Es lógico, pues, que la gran mayoría de
la ciudadanía cuestione el sistema que permite a las élites existir,
permanecer y reproducirse, sin ninguna justificación o responsabilidad
frente a los demás (lo que en inglés se llama accountability). La
meritocracia aparece como la ideología que las élites promueven en los
medios que controlan para justificar su poder. La pérdida de
credibilidad de esta ideología es clara y enorme. La gran mayoría de la
población en la citada encuesta Pew, no cree que las élites gobernantes
sean “mejores” que la gente normal y corriente. En realidad, comienza a
verse lo contrario. Unos porcentajes que están creciendo son los de los
que piensan que la gente de arriba es más corrupta que la gente normal y
corriente. Se han enriquecido, no a base de sus méritos, sino a base de
sus contactos y conexiones (repito, el llamado capital social).
Esta toma de conciencia lleva a una
situación que tiene un enorme potencial explosivo, pues el mayor grado
de conocimiento y mayor exigencia que ello conlleva, conduce a una
situación en que la falta de credibilidad de la ideología meritocrática
provoca el deseo de cambiarla o eliminarla. Y de ahí surgen los
movimientos contestatarios: de la concienciación de que los que tienen
gran poder en el país defienden, no los intereses generales de la
población, sino los particulares que representan, careciendo de
legitimidad para estar donde están y tener el poder que tienen.
Los movimientos contestatarios
No es, pues, por casualidad, que tales
movimientos hayan surgido en países como España y como EEUU, donde hay
mayor concentración del poder financiero, económico, mediático y
político, y donde la relación existente entre estos diferentes
establishments es más acentuada. La relación y conexión, por ejemplo,
entre el establishment financiero, el mediático y el político alcanza
dimensiones elevadas en España y en EEUU. De ahí el surgimiento del 15-M
y del Occupy Wall Street. Son movimientos de denuncia de la gran
concentración del poder y de las enormes limitaciones que ello determina
en el sistema democrático de tal país. En ambos países las limitaciones
del sistema democrático son enormes y evidentes. El “no nos
representan” del movimiento 15M es ampliamente entendido y compartido
por la mayoría de la ciudadanía, mayor en las personas de sensibilidad
progresista, pero también presente en personas de sensibilidad
conservadora.
Ello conlleva una distancia cada vez
mayor entre los gobernantes y los gobernados, que incluye a los
gobernados de distintas sensibilidades políticas. En ambos países, tales
movimientos contestatarios actúan como conciencia colectiva de la
mayoría de la población. Su gran poder deriva del gran apoyo popular que
reciben. De ahí el enorme temor que tales establishments han mostrado,
aumentando la represión, que ha alcanzado en España y en Catalunya un
nivel no visto desde tiempos de la dictadura.
Tales movimientos, en contra de una
imagen intencionada y sesgada promovida por los medios conservadores,
han sido altamente exitosos, pues han puesto en el centro del debate y
de la visibilidad mediática las enormes falsedades en las que se apoya
el sistema. En España, hay una escasísima representatividad del sistema
político (“no nos representan”), una enorme corrupción de las
estructuras políticas (“no hay pan para tanto chorizo”), una exigencia
del cambio (“si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”), y una
larga lista de eslóganes que reflejan gráfica y simbólicamente los
enormes déficits del sistema político-económico heredado de la
transición inmodélica, hecha en términos muy desiguales con gran dominio
de las fuerzas conservadoras en aquel proceso de transición,
determinando una democracia muy incompleta, con un bienestar muy
insuficiente (todavía hoy España tiene el gasto público social por
habitante más bajo de la UE-15).
Estos movimientos, con su estrategia de
ridiculizar al establishment (lo cual hacen con gran creatividad y
humor) están mostrando que el rey está desnudo. La manera como los “yayo
flautas”, un grupo de ciudadanos de edad avanzada, ridiculizan la
pomposidad del poder es digna de aplauso y apoyo. Al poder hay que
mostrarlo por lo que es: la mera defensa de intereses particulares para
el enriquecimiento de élites que han trepado hasta arriba a costa de
todos los demás.
No es su objetivo convertirse en un
partido político sino denunciar los enormes déficits democráticos, y
radicalizar a los instrumentos políticos y sociales que necesitan que se
les agite para que sirvan mejor a la ciudadanía. Y lo están
consiguiendo.
Una última observación. Este distanciamiento entre gobernantes y gobernados, resultado de las enormes insuficiencias del sistema democrático español, no debe llevar a un sentimiento antipolítico que conduce a un fascismo antidemocrático (Franco era el indicador máximo de la antipolítica) sino a un mayor nivel de exigencia democrática, pidiendo con toda contundencia, que se hagan las transformaciones profundas de lo que se llama democracia en España, para conseguir una democracia real y auténtica en la que sea la ciudadanía el origen de todo poder, expresado este, tanto en forma directa como indirecta, dentro de un sistema auténticamente proporcional el que cada ciudadano tenga la misma capacidad decisoria en el país, expresada a través de referéndums vinculantes (tanto a nivel central como autonómico y municipal) así como a través de instituciones auténticamente representativas. Y exigiendo también una pluralidad en los medios, hoy prácticamente inexistente en España, que represente la existente pluralidad que hay en la ciudadanía española.
Una última observación. Este distanciamiento entre gobernantes y gobernados, resultado de las enormes insuficiencias del sistema democrático español, no debe llevar a un sentimiento antipolítico que conduce a un fascismo antidemocrático (Franco era el indicador máximo de la antipolítica) sino a un mayor nivel de exigencia democrática, pidiendo con toda contundencia, que se hagan las transformaciones profundas de lo que se llama democracia en España, para conseguir una democracia real y auténtica en la que sea la ciudadanía el origen de todo poder, expresado este, tanto en forma directa como indirecta, dentro de un sistema auténticamente proporcional el que cada ciudadano tenga la misma capacidad decisoria en el país, expresada a través de referéndums vinculantes (tanto a nivel central como autonómico y municipal) así como a través de instituciones auténticamente representativas. Y exigiendo también una pluralidad en los medios, hoy prácticamente inexistente en España, que represente la existente pluralidad que hay en la ciudadanía española.
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