Publicado en publico.es el 2 de mayo de 2012
Mariano Rajoy ha inventado el Bálsamo de Fierabrás. Lo ha dicho claro y sin tapujos: de aquí al final de legislatura, una reforma todos los viernes; como Dios manda, con la misma disciplina estricta que requiere el cumplimiento de las fiestas de guardar de las personas de bien.
Si el mal de todos los males es que la gente se de cuenta de adónde nos lleva cada una de ellas, el agua milagrosa que puede curarlo no puede ser mejor que el hacerlas una detrás de otra, sin solución de continuidad, de modo que el dolor de la nueva haga olvidar el daño de la anterior. ¿Quién se acuerda ya de las primeras subidas de impuestos si luego han venido, ay Dios, los Presupuestos, el hachazo suplementario posterior en educación y sanidad, y ahora, poco a poco, su concreción y las privatizaciones que conlleven aumentos de tarifas, la subida del IVA y vaya usted a saber qué otras más?
Además, ¿qué mejor forma de tener contento al Gran Jefe Alemán que la de presentarle un golpe de efecto cada semana, la de mostrar cada siete días que el gobierno está dispuesto a ir cada vez más lejos y a donde digan en cada momento que debe ir?
¿Que la Señora que todo lo puede manda a su Ministro de Hacienda a Santiago de Compostela para que revise nuestras cuentas? Pues aprovechamos para anunciar que privatizamos lo que haga falta, para que vayan preparando la cartera y nos compren otro más de los pocos recuerdos de familia que nos van quedando.
- ¿Qué quiere, Ministro Shäuble, dígame qué quiere? ¿Loterías?, ¿Renfe?, ¿AENA?, ¿ADIF?, ¿los puertos?, ¿gestión de hospitales, de colegios, o quizá también las universidades? Tranquilo, dígale a Frau Merkel que el viernes próximo están a su disposición y no se preocupe por la cuenta que ya haremos números cuando les venga bien. ¿Algo más? Sí, claro, algo de trigo para los pollos: que, por supuesto, como dice el alemán, que hemos de ir a una economía del conocimiento. Con menos maestros y escuelas, con perores universidades y cerrando centros de investigación, eso sí, ¡qué le vamos a hacer! ¡A ver!, los investigadores que aprovechen y aprendan de paso a emprender: a buscar por ahí unos miles de euros si quieren acabar sus proyectos. Y si no, que los anulen todos, eso, como la Cospedal, que lo cierren todo. ¿Investigar?… ¡qué sabrán de eso!
Se podría decir que la estrategia de Rajoy es pura improvisación, que si de verdad tuviese un proyecto reformista serio, profundo y consistente lo presentaría como se presentan siempre los auténticos proyectos de reforma, en un paquete y de una tacada y no a base de pildorazos cuyo contenido nadie conoce ni siquiera dos o tres días antes de que se anuncien.
Es posible que sea así pero hay que reconocer que Rajoy ha conseguido hacerlo como quien ejecuta un arte singular, como un maestro del ingenio y la creatividad capaz de distraer la atención y encerrar la realidad en unas cuantas frases que pueden con todo. Rajoy ha hecho un arte de la improvisación y del disimulo para aparecer cada viernes como el autor de una obra previamente trazada. No sé si lo está logrando del todo, ni lo que pensarán de él y de su gobierno los amos a los que intenta complacer o las gentes más corrientes a las que quiere engañar, pero en todo caso me recuerda mucho lo que nos enseñó uno de mis grandes clásicos preferidos, Thomas de Quincey. En unas pocas pero sublimes líneas de su opúsculo El asesinato considerado como una de las Bellas Artes (Alianza, 1994) nos indica lo que suele suceder a quienes abusan de lo malo, como, salvando todas las distancias que haya que salvar, quizá podría pasarle a nuestro Presidente si insiste en seguir improvisando con tanto denuedo como disimulo: “Si uno empieza por permitirse un asesinato -dice de Quincey-, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento”.
Es por ello, por cierto, que de Quincey subraya la importancia que tiene oponerse desde el principio a lo que no nos conviene (principiis obsta, nos dice recordando los Remedia Amoris de Ovidio). Deberíamos tomar nota porque, aunque conmueve el arte de Rajoy, preocupa mucho cómo puede terminar y adónde nos puede llevar.
Mariano Rajoy ha inventado el Bálsamo de Fierabrás. Lo ha dicho claro y sin tapujos: de aquí al final de legislatura, una reforma todos los viernes; como Dios manda, con la misma disciplina estricta que requiere el cumplimiento de las fiestas de guardar de las personas de bien.
Si el mal de todos los males es que la gente se de cuenta de adónde nos lleva cada una de ellas, el agua milagrosa que puede curarlo no puede ser mejor que el hacerlas una detrás de otra, sin solución de continuidad, de modo que el dolor de la nueva haga olvidar el daño de la anterior. ¿Quién se acuerda ya de las primeras subidas de impuestos si luego han venido, ay Dios, los Presupuestos, el hachazo suplementario posterior en educación y sanidad, y ahora, poco a poco, su concreción y las privatizaciones que conlleven aumentos de tarifas, la subida del IVA y vaya usted a saber qué otras más?
Además, ¿qué mejor forma de tener contento al Gran Jefe Alemán que la de presentarle un golpe de efecto cada semana, la de mostrar cada siete días que el gobierno está dispuesto a ir cada vez más lejos y a donde digan en cada momento que debe ir?
¿Que la Señora que todo lo puede manda a su Ministro de Hacienda a Santiago de Compostela para que revise nuestras cuentas? Pues aprovechamos para anunciar que privatizamos lo que haga falta, para que vayan preparando la cartera y nos compren otro más de los pocos recuerdos de familia que nos van quedando.
- ¿Qué quiere, Ministro Shäuble, dígame qué quiere? ¿Loterías?, ¿Renfe?, ¿AENA?, ¿ADIF?, ¿los puertos?, ¿gestión de hospitales, de colegios, o quizá también las universidades? Tranquilo, dígale a Frau Merkel que el viernes próximo están a su disposición y no se preocupe por la cuenta que ya haremos números cuando les venga bien. ¿Algo más? Sí, claro, algo de trigo para los pollos: que, por supuesto, como dice el alemán, que hemos de ir a una economía del conocimiento. Con menos maestros y escuelas, con perores universidades y cerrando centros de investigación, eso sí, ¡qué le vamos a hacer! ¡A ver!, los investigadores que aprovechen y aprendan de paso a emprender: a buscar por ahí unos miles de euros si quieren acabar sus proyectos. Y si no, que los anulen todos, eso, como la Cospedal, que lo cierren todo. ¿Investigar?… ¡qué sabrán de eso!
Se podría decir que la estrategia de Rajoy es pura improvisación, que si de verdad tuviese un proyecto reformista serio, profundo y consistente lo presentaría como se presentan siempre los auténticos proyectos de reforma, en un paquete y de una tacada y no a base de pildorazos cuyo contenido nadie conoce ni siquiera dos o tres días antes de que se anuncien.
Es posible que sea así pero hay que reconocer que Rajoy ha conseguido hacerlo como quien ejecuta un arte singular, como un maestro del ingenio y la creatividad capaz de distraer la atención y encerrar la realidad en unas cuantas frases que pueden con todo. Rajoy ha hecho un arte de la improvisación y del disimulo para aparecer cada viernes como el autor de una obra previamente trazada. No sé si lo está logrando del todo, ni lo que pensarán de él y de su gobierno los amos a los que intenta complacer o las gentes más corrientes a las que quiere engañar, pero en todo caso me recuerda mucho lo que nos enseñó uno de mis grandes clásicos preferidos, Thomas de Quincey. En unas pocas pero sublimes líneas de su opúsculo El asesinato considerado como una de las Bellas Artes (Alianza, 1994) nos indica lo que suele suceder a quienes abusan de lo malo, como, salvando todas las distancias que haya que salvar, quizá podría pasarle a nuestro Presidente si insiste en seguir improvisando con tanto denuedo como disimulo: “Si uno empieza por permitirse un asesinato -dice de Quincey-, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. La ruina de muchos comenzó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento”.
Es por ello, por cierto, que de Quincey subraya la importancia que tiene oponerse desde el principio a lo que no nos conviene (principiis obsta, nos dice recordando los Remedia Amoris de Ovidio). Deberíamos tomar nota porque, aunque conmueve el arte de Rajoy, preocupa mucho cómo puede terminar y adónde nos puede llevar.
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