Publicado en publico.es el 22 de mayo de 2012
Desde los primeros momentos de la crisis sorprendió que nuestras
autoridades afirmaran que los bancos españoles eran los más solventes
del mundo, que estaban, decía Zapatero, en Liga de Campeones. Era
chocante que los nuestros tuviesen tan buena salud cuando la inmensa
mayoría de la banca mundial estaba literalmente quebrada. Se decía que
era debido al magnífico papel de supervisión desempeñado por el Banco de
España, pero eso tampoco casaba con las denuncias de pasividad que
habían hecho pocos años atrás sus inspectores ante el gobernador Caruana
y el Ministro Solbes. Y, desde luego, con el hecho evidente que
cualquiera conocía, por muy poco experto que fuese en temas financieros:
la salvaje financiación que nuestra banca había realizado a una de las
mayores burbujas inmobiliarias de la historia.
¿Cómo era posible que no les hubiera dejado créditos sin cobrar
cuando todo se vino abajo? ¿Cómo se explicaba que no tuviese problemas
un sistema bancario que en 2007 solo recibía 0,76 euros en depósitos por
cada euro de crédito que concedía (casi la mitad de lo que recibía en
2000, 1,43 euros)? ¿Cómo podía creerse que estaba, o que podría
mantenerse en Liga de Campeones un sistema bancario que en ese mismo
periodo había multiplicado por nueve el crédito a una actividad
inmobiliaria que se estaba volatilizando, y que había pasado de recibir
78.000 millones de euros de financiación interbancaria europea a 428.000
millones, también entre 2000 y 2007? ¿Cómo se podía creer que no tenía
problemas o que no los tendría pronto un conjunto de bancos que había
financiado miles de préstamos hipotecarios a más del 100% del valor de
la vivienda (en época de subida artificial de precios) o de préstamos a
empresas también a más del 100% del valor de la inversión?
Y, sobre todo, ¿cómo podía creerse que estaban en buena situación si a
la hora de la verdad habían dejado de dar créditos a las empresas y
consumidores, dejando así que se hundiera nuestra economía?
La respuesta a estas paradojas es esencial para comprender lo que ha ocurrido en España y lo que nos va a suceder muy pronto.
La respuesta a estas paradojas es esencial para comprender lo que ha ocurrido en España y lo que nos va a suceder muy pronto.
Los banqueros tienen un poder extraordinario en Europa, en donde
hacen y deshacen normas a su antojo, pero los españoles tienen en
nuestro país una influencia política, mediática y social incluso mucho
mayor que en otros lugares. Perdonan desde hace años los créditos a los
partidos políticos, dominan la política editorial de los medios,
influyen en las universidades y mantienen contratados a docenas de
investigadores que difunden las tesis que les convienen. Así, no les
debió resultar difícil convencer a los principales líderes políticos y
de opinión de que su situación era buena. Sobre todo, cuando podían
disimularla gracias a los cambios contables aprobados por la Comisión
Europea, precisamente a instancias de la patronal bancaria. En
particular, la “mentira piadosa”, como la califica el catedrático de
Contabilidad Oriol Amat, que les permitía seguir valorando los activos
dañados a su precio de adquisición y no al mucho menor del mercado en el
momento de la valoración.
Esos trucos contables, las inyecciones de liquidez que los grandes
bancos españoles recibieron en otros países y las demás ayudas que les
dio el Estado permitieron manipular y disimular su situación patrimonial
hasta el punto de aparecer como los más rentables del mundo. Lo dicho:
Liga de Campeones.
Pero la realidad era otra y mucha gente lo sabía. Los bancos, todos, y
no solo las cajas, estaban tocados del ala y en el fondo de sus
balances había un deterioro estructural gravísimo como consecuencia de
la crisis del ladrillo que ellos mismos habían provocado facilitando el
endeudamiento explosivo de toda la economía. Un deterioro que tenía dos
caras: la acumulación de activos (títulos de préstamos y créditos y
propiedades inmobiliarias) que no ya no tenían ni mucho menos el valor
que se les asignaba, y unas deudas con otros bancos extranjeros que sí
seguían valiendo lo que inicialmente se había registrado: muchos cientos
de miles de millones.
Si se hubiese puesto en claro esta circunstancia a medida que iban
apareciendo activos con pérdida de valor, los bancos españoles se
tendrían que haber ido declarando en quiebra porque las provisiones de
las que tan orgullosos estaban los reguladores del Banco de España eran
totalmente insuficientes. Y para evitar esa situación (que los banqueros
sabían -o debían saber- ya en 2007 que antes o después se iba a
producir) lo que trataron de hacer fue ganar tiempo para ir creando las
condiciones que les permitieran finalmente quedarse con todo el mercado.
Gracias a su gran poder político consiguieron que el PP y el PSOE
asumieran una estrategia de reforma que poco a poco iba a permitirles
que recobrasen el dominio de la situación y el equilibrio patrimonial.
Se trataría de ir quitando de en medio a las cajas de ahorros, a quienes
era mucho más fácil hacerlas culpables de todo lo que había ocurrido,
en gran parte con razón, por la lamentable gestión de los políticos
responsables de sus órganos rectores (aunque en realidad se debía a que
habían dejado de ser auténticas cajas de ahorros para convertirse en
clones de los bancos privados).
Si casi la mitad de los operadores del mercado que competían con los
grandes bancos privados desaparecían o eran poco a poco absorbidos, los
dos, tres o cuatro mayores de estos últimos quedarían reforzados sin
necesidad de mostrar su insolvencia ni de pagar por sus
irresponsabilidades. De este modo y a base de recibir ayudas del Estado,
como ahora, es como ha ido evolucionando siempre el sector bancario
español, cada vez más concentrado.
Pero la intranquilidad y los problemas han empezado a agravarse por
lo que era previsible que sucediera: el proceso de fagocitación del
mercado como estrategia para salvar a la gran banca privada sin que se
le vean sus vergüenzas es muy lento, inseguro y a veces, como ha
ocurrido con Bankia, incluso escandaloso.
Además, hay que tener en cuenta que el partido no solo se juega en
campo nacional. ¿Se iban a conformar los acreedores europeos de la banca
española con esta estrategia? ¿Estarían dispuestos a esperar? ¿Se van a
arriesgar sabiendo que la política de austeridad va a deprimir por
largo tiempo a nuestra economía y que eso va a acelerar el deterioro
patrimonial de los bancos españoles y a dificultar el pago de su propia
deuda?
Hasta ahora, los banqueros españoles han conseguido que todos nos
creamos su gran mentira. O, al menos, que actuemos como si nos la
creyésemos (porque basta hablar con responsables políticos y directivos
económicos de cualquier ideología o tendencia política para oír a muchos
de ellos decir que el rescate es inevitable por el gran agujero de los
bancos). El gobierno de Zapatero se limitó a seguir el protocolo marcado
por la gran banca incluso en los detalles más pequeños, desde el
indulto final al decreto de vergonzosos nuevos privilegios aprobado
también estando su gobierno ya en funciones. Pero el de Rajoy ha querido
mover ficha jugando a mostrar la verdadera situación de la banca y está
precipitando las cosas, porque su estrategia de reformas en unidosis y
muy improvisadas solo ha servido para mostrar que la del sector
financiero es mucho peor que la que se venía diciendo, y para hacerla
quizá ya indisimulable.
Ahora solo queda saber lo que ocurrirá tras la auditoría solicitada y que, como todas, proporcionará resultados “por encargo”. Solicitar una evaluación objetiva a Oliver Wyman (que se “equivocó” cuando auditó a los bancos irlandeses considerándolos ejemplares poco antes de que tuvieran que ser nacionalizados, o que fue una de las garantes de los derivados de las hipotecas sub prime como productos muy seguros) es como es como pedir auxilio en el naufragio a quien no sabe nadar.
Ahora solo queda saber lo que ocurrirá tras la auditoría solicitada y que, como todas, proporcionará resultados “por encargo”. Solicitar una evaluación objetiva a Oliver Wyman (que se “equivocó” cuando auditó a los bancos irlandeses considerándolos ejemplares poco antes de que tuvieran que ser nacionalizados, o que fue una de las garantes de los derivados de las hipotecas sub prime como productos muy seguros) es como es como pedir auxilio en el naufragio a quien no sabe nadar.
Así que para qué nos vamos a engañar: aunque la gente normal y
corriente no sepamos el final, las autoridades ya lo han negociado
porque en cuestión de banca nadie da puntada sin hilo. Pueden ocurrir
dos cosas. O bien que hayan acordado ya que se siga mareando la perdiz
porque las autoridades europeas (que posiblemente sepan la magnitud real
del agujero) admiten que el rescate sería impagable para España y que
quizá levantaría una auténtica polvareda social. O bien que se concluya
que hasta aquí hemos llegado y que hay que tirar por fin de la manta que
cubre las miserias de los bancos españoles.
Me parece a mí que esto último va a ser lo más probable porque, al fin y al cabo, los bancos españoles y extranjeros serían los beneficiados. Los auditores, como tantas veces, serán los que se encarguen de hacer la representación necesaria para que todo se nos presente de la forma más fácil de asumir.
Me parece a mí que esto último va a ser lo más probable porque, al fin y al cabo, los bancos españoles y extranjeros serían los beneficiados. Los auditores, como tantas veces, serán los que se encarguen de hacer la representación necesaria para que todo se nos presente de la forma más fácil de asumir.
Y aquí es donde estamos. Botín y compañía han dejado atrapada a
España a base de irresponsabilidades y de mentiras. Van a terminar
obligando a que España, como le ocurriera a Irlanda, tenga que asumir su
rescate; haciendo que éste -que en realidad es la recapitalización de
lo que los banqueros irresponsables han perdido jugando en el casino- se
presente como la salvación de España; y obligando a que los españoles
tengamos que sufrir nuevos recortes en derechos sociales y bienestar
para que los ellos nos sigan gobernando y obteniendo beneficios a
nuestra costa.
Espero y deseo, sin embargo, que las cosas no terminen ahí y que los
banqueros no puedan respirar tranquilos en ese momento, como si se
hubieran acabado entonces sus problemas. Lo espero y deseo en la
confianza de que un buen número de españoles, ojalá su gran mayoría,
sean dignos y patriotas y que no perdonen a quienes han arrastrado a
España a la ruina a base de mentiras para salvar sus privilegios
políticos y económicos.
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