Volvimos al viejo café.
Era el grito despertando a Kavafis
con su mirada de óleo
sobre viejos cárteles anunciando conciertos.
Ahora que preparo una nueva huida,
que afilo la cuchilla y la voz
mientras el incendio escala la montaña,
volvemos al viejo bar
donde siempre somos jóvenes.
Ella entraba por primera vez,
y no sé si sos tú o eres vos,
pero la tarde brillaba como un diamante perdido,
o como el océano cubierto por una pátina de aceite,
o como el desastre en el que me sumerjo si trasnocho,
o como tu llamada en la tarde
bajando la escalera hasta mi estudio,
ya estás aquí, salgo a abrirte.
Volvimos, aunque quizá nunca nos fuimos,
y la guitarra, tornado de madera, gira:
es la manta de lana que crepita,
llena de chispas, en la oscuridad
de una habitación. Fuera llueve.
Monotonía de crisis financiera
tras los cristales.
Despertamos y el dinosaurio sigue ahí,
con sus gafas de concha y el bigotito de antaño.
Que no se te olvide,
aunque resuenen panegíricos
en blanco y negro,
la calle es nuestra.
Pero a lo que íbamos.
Volvimos. Y allí estabas.
Y la tarde era tan nuestra
que se marchó como sueles hacerlo tú:
silenciosa, sembrando jazmines,
dejándonos huérfanos,
y la rara sensación
de fin de vacaciones
y el recuerdo del mar
mientras paras un taxi.
Ismael Serrano
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