El 2012 me saluda mientras grabo un nuevo disco. Un disco de estudio con 12 nuevas canciones. 12+1. Hay que sumar una vieja melodía rescatada de aquellos primeros bares que habitamos, días azules, sol de la adolescencia. Jugábamos a la rayuela en el suelo de aquel café, cubierto de serrín y colillas. Recuerdos del barrio de las Letras, iniciales para nombrarte y tu rostro eterno, inconcluso. Todo era relámpago en nuestras miradas.
Produzco el disco junto con Jacob Sureda. Viejo compañero de armas, es arreglista también de los temas. Hemos compartido largas charlas y algunas referencias, y viajes de ida que nos llevaron a penínsulas deshabitadas y viajes de vuelta cargados de melodías doradas como pieles en verano. Me gusta mucho cómo está quedando el disco.
Creo que va a ser el mejor. Sin desmerecer todo mi trabajo anterior. Un disco es un estado de ánimo. Y quizá por eso creo haber dado con el título.
Como en mi primer disco es el título de una de las canciones. Maldita sea no sé sintetizar. Quizá por eso siempre me gustaron los títulos largos.
Comienza un nuevo año. Y cada comienzo trae un horizonte, con líneas en fuga sobre las que crecen edificios que nunca habitaremos, que observaremos curiosos adivinando las curvas que visten la ropa tendida. Horizontes con chimeneas escupiendo el gris de los versos quemados, con una hilera de árboles cada vez más pequeñas, con mirlos blancos y bandadas de escandalosas cotorras burlándose de nosotros. Horizontes con bancos sobre los que olvidar un libro, ladridos de perro retumbando en el atardecer, un niño en bicicleta tarareando una canción, un candil, a lo lejos, temblando entre la nada.
Nuevos horizontes para un nuevo disco.
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