Como en la canción de Sabina, el diario no hablaba de nosotros. Y
pudiera parecer que los ultracuerpos subidos a estrados tampoco. Leían
su guión ya conocido, trastabillándose y sobreactuando ante un auditorio
presa de los bostezos. Como en los teatros en los que los ataques de
tos rompen la trama y el sueño del actor, las promesas de los políticos
quiebran el sueño del ciudadano, que ya no quiere salvadores sino futuro
que cristalice en las manos, tendidas a la lluvia, como los plátanos
pelados de los bulevares.
Van a cerrar mi tienda de cómics de toda la vida. Aquella de
la que salía cargado de tesoros, historias con más color que la vida
atravesada en nuestros párpados, declaraciones de amor y de guerra en un
bocadillo suspendido sobre la cabeza del superhéroe siempre alerta, tu
amistoso vecino, la implacable flecha verde que se escapa del tedio y de
la muerte, la increíble Patrulla-X, Mortadelo y Filemón, Joe Sacco
arrancándole la piel a una realidad malherida, los ratones de Maus en el
pozo más oscuro, Carlos Giménez y sus huérfanos eternos, yo mirándome
al espejo de la infancia, en el que, ya sabes, las ventanas siempre
parecían más grandes.
Cierra El Aventurero, junto a la Plaza Mayor. Otra víctima
de la crisis global, implacable, que no entiende de luces prendidas
junto a la cama, releyendo el último tebeo, de la mirada de niño que
tiembla ante el olor a papel brillante coloreado, ante el final feliz
que casi nunca acompaña a la tinta roja de la actualidad.
A veces un niño grita en nuestra garganta y el diamante que
fuimos brilla y nos quema dentro del pecho, como un mal tequila tomado
de hidalgo, de un solo trago, evitando el gesto que la llama nos
provoca, sin más sal que la de esta lágrima, sin más limón que el
recuerdo del tiempo que todo era más fácil y la brisa más dulce nos
acariciaba a la salida del colegio.
Como en la canción de Sabina,el diario no decía nada de mi
tienda de tebeos. Y el otoño, como el transatlántico en la película de
Amarcord, atravesaba la niebla del tiempo como un lamento, lejano, con
la apariencia sepia de una foto vieja y maltratada, con el cielo lleno
de canas y la gente sonámbula, con ojos de pijama y luz de mediatarde.
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