miércoles, 9 de noviembre de 2011

TEBEOS (ISMAEL SERRANO)

   Como en la canción de Sabina, el diario no hablaba de nosotros. Y pudiera parecer que los ultracuerpos subidos a estrados tampoco. Leían su guión ya conocido, trastabillándose y sobreactuando ante un auditorio presa de los bostezos. Como en los teatros en los que los ataques de tos rompen la trama y el sueño del actor, las promesas de los políticos quiebran el sueño del ciudadano, que ya no quiere salvadores sino futuro que cristalice en las manos, tendidas a la lluvia, como los plátanos pelados de los bulevares.            Van a cerrar mi tienda de cómics de toda la vida. Aquella de la que salía cargado de tesoros, historias con más color que la vida atravesada en nuestros párpados, declaraciones de amor y de guerra en un bocadillo suspendido sobre la cabeza del superhéroe siempre alerta, tu amistoso vecino, la implacable flecha verde que se escapa del tedio y de la muerte, la increíble Patrulla-X, Mortadelo y Filemón, Joe Sacco arrancándole la piel a una realidad malherida, los ratones de Maus en el pozo más oscuro, Carlos Giménez y sus huérfanos eternos, yo mirándome al espejo de la infancia, en el que, ya sabes, las ventanas siempre parecían más grandes.             Cierra El Aventurero, junto a la Plaza Mayor. Otra víctima de la crisis global, implacable, que no entiende de luces prendidas junto a la cama, releyendo el último tebeo, de la mirada de niño que tiembla ante el olor a papel brillante coloreado, ante el final feliz que casi nunca acompaña a la tinta roja de la actualidad.             A veces un niño grita en nuestra garganta y el diamante que fuimos brilla y nos quema dentro del pecho, como un mal tequila tomado de hidalgo, de un solo trago, evitando el gesto que la llama nos provoca, sin más sal que la de esta lágrima, sin más limón que el recuerdo del tiempo que todo era más fácil y la brisa más dulce nos acariciaba a la salida del colegio.            Como en la canción de Sabina,el diario no decía nada de mi tienda de tebeos. Y el otoño, como el transatlántico en la película de Amarcord, atravesaba la niebla del tiempo como un lamento, lejano, con la apariencia sepia de una foto vieja y maltratada, con el cielo lleno de canas y la gente sonámbula, con ojos de pijama y luz de mediatarde.

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