Estuvo cerca de la muerte en Australia -sufrió un derrame cerebral
hace tres años al terminar un concierto en Melbourne- y la tuvieron que
operar del corazón de urgencia en mayo del año pasado en París, pero al
final se ha despedido en su isla de San Vicente. La cantante
caboverdiana Cesaria Evora, "la reina de la morna" como la bautizaron algunos periodistas, falleció ayer sábado a la edad de 70 años en el hospital Baptista de Sousa. Ya en septiembre pasado anunció en París su retirada de los escenarios
por problemas de salud. Según Le Monde, había llegado al hospital
americano de Neuilly con la tensión por las nubes y una tasa de
colesterol capaz de tumbar a un elefante. Diabética, Cesaria Evora había
dejado la bebida, aunque seguía fumando y se había estado atiborrando
todo el verano de patatas fritas.
Tenía 47 años cuando los europeos la descubrieron. En 1998 grabó en
París el disco La diva aux pieds nus, al que iban a seguir grabaciones
conmovedoras como Mar azul o Miss perfumado, que le abrieron todas las
puertas. Siempre de la mano de José da Silva, un ferroviario que se
convirtió en su representante y productor, tras emocionarse hasta las
lágrimas al oirla cantar por primera vez, y que ha estado junto a ella
hasta el último suspiro.
Decía que empezó a cantar para ahuyentar a
la tristeza. Con 16 años lo hacía en bares de Mindelo, el puerto de la
isla de San Vicente donde había nacido en 1941. Los clientes la iban
llamando desde las mesas y cantaba a cambio de unos escudos o por un
vaso de aguardiente grog, ron o whisky. Se enamoró de un joven
compositor y guitarrista que la llevaba con él a cantar en barcos que
atracaban en el puerto cuando Cabo Verde era todavía ?lo fue hasta 1975?
colonia portuguesa.
Gracias a unas grabaciones recuperadas de
Radio Barlavento y Radio Clube se puede ahora escuchar su voz de
jovencita. Una voz más clara y fina en canciones que se grabaron en los
estudios de esas dos emisoras de Mindelo, entre 1959 y 1961, cuando por
la noche escuchaba a Amália Rodrigues y a Àngela Maria. En su casa
siempre hubo música: el padre, Justino, tocaba cavaquinho -instrumento
de cuatro cuerdas de origen portugués que recuerda a una pequeña
guitarra- y violín, y B. Leza, probablemente el más importante de los
compositores caboverdianos, era de la familia.
Se presentó en los
mejores teatros y auditorios, en Miami, Hong Kong y Monte Carlo, desde
China hasta Estados Unidos; ganó el Grammy y recibió la Legión de Honor
en Francia; compartió grabaciones con Compay Segundo, Erykah Badu, Goran
Bregovic o Ryuichi Sakamoto, cantó con Caetano Veloso y Mariza, vendió
más de cinco millones de discos, y sus canciones han sido remezcladas
por DJ.
Cesaria Evora recorrió el planeta con sus mornas
melancólicas y las alegres coladeras -en 1999 y 2000 dio dos veces la
vuelta al mundo-, pero siempre volvía a casa: necesitaba a los suyos
-tenía dos hijos y dos nietos- y el mar: ese mar que trae riqueza, pero
también la saudade de cientos de miles de caboverdianos -la mitad de la
población del país vive lejos del archipiélago- que tuvieron que partir
en busca de una vida mejor. A ella le gustaba pasar horas mirándolo,
aunque no se metía en el agua porque no sabía nadar. Aunque, como
explicó una vez, le hablaba "como si fuera una persona. Una anciana me
dijo que las olas crean una música que nosotros los humanos no
entendemos".
El pasado 27 de agosto, día de su cumpleaños, el
nuevo presidente de la República de Cabo Verde, José Carlos Fonseca, fue
a visitarla a su casa de Mindelo para entregarle un gran ramo de
flores. Era una mujer salida de la pobreza, de días de hambruna en las
diez pequeñas islas castigadas por la sequía, de unos tiempos en que los
colonizadores portugueses prohibían caminar por la acera a los
caboverdianos que no podían comprarse un par de zapatos: por rebeldía,
cantaba descalza. Y era auténtica, ajena a cualquier artificio de la
industria. Entrevistarla podía resultar una aventura. Uno se la podía
ganar olvidando el cuestionario que llevaba preparado a propósito de su
último disco, asunto por el que no solía mostrar demasiado interés, y
preguntándole en cambio por su receta de la catchupa -guiso tradicional a
base de judías, maíz... y, si hay dinero, carne-. Y entonces ella podía
contar historias como la de Paulino y Camuche, que es como, bromeando,
llamaba a sus ojos: "Dos hermanos que van juntos a todas partes. Uno es
ciego, pero camina; el otro ve bien, pero no puede andar".
Para
este último viaje, Cize, como la conocían sus familiares y amigos, ya no
necesitará el pasaporte diplomático de cubierta color rojo sangre, que
le facilitó hace más de diez años el Gobierno de Cabo Verde y que ella
enseñaba en los controles fronterizos con sonrisa de niña traviesa.
Tuve la suerte de asistir con mis padres a un concierto suyo en el Teatro Bergidum de Ponferrada, hace ya unos cuantos años, ¡me encantó! tan auténtica en su mesita, con sus pies descalzos y esa maravillosa voz ¡que nos quedará para siempre!
Anina
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