Acaba de caer el telón en Durban y, una vez más, los espectadores han quedado defraudados ante el estreno de una obra que, como viene siendo habitual en esta directora, no ha satisfecho las expectativas de gran parte de la crítica. El último trabajo de Naciones Unidas, COP17, (el cartel promocional ya dice muchas cosas...) ha dejado pasar otra oportunidad para que el teatro del clima adquiera la trascendencia que, desde el ámbito científico, se viene reclamando hace años.
Una vez más, el drama al que puede verse abocada gran parte de la humanidad se ha tornado en una comedia donde los actores principales, en vez de desenvolverse coralmente en un recital común, se enfrentan y sobreactúan para esconder su verdadera interpretación ante un público que empieza a estar cansado de esta serie de obras teatrales iniciada hace casi 20 años.
Naciones Unidas creó el movimiento Cumbre del Clima en 1992, iniciando una nueva línea de interpretación que, desde el principio, atrajo a multitud de actores interesados en combatir el cambio climático. Tras el estreno de COP1 en Berlín (1995) y COP2 en Ginebra (1996), COP3 supuso uno de los grandes hitos del género climático. Estrenada en Kioto (1992), el éxito de la obra fue tal que llegó a establecer un protocolo de reducción de emisiones que marcaría la tendencia a seguir por la comunidad de actores durante los siguientes años, condicionando además el guión y la trama del resto de obras que estaban por venir.
Aún sentando tales precedentes, para muchos COP3 es una obra sobrevalorada, pues a día de hoy es evidente que el protocolo de Kioto no ha logrado evitar que el incremento de emisiones desde 1990 se acerque al 50%. Entre bastidores, los escenógrafos del clima auspiciados bajo la marca IPCC llevan alertando años del riesgo que tal incremento conlleva, firmando hasta cuatro guiones centrados en esta temática (IPCC Assessment Report 1990, 1995, 2001 y 2007) que, por desgracia, apenas se han tenido en cuenta a la hora de interpretar las siguientes COP.
Tras el estreno sin trascendencia de obras como COP7 (Bonn, 2001) o COP10 (Buenos Aires, 2004), la prolífica carrera de Naciones Unidas se llevó su mayor batacazo en Copenhague (2009), donde se estrenó COP15. Esta obra, considerada como un auténtico fracaso, venía en principio a renovar y reforzar el protocolo de Kioto, pero los más de 34.000 asistentes, record histórico de público de todas las COP, vieron como los actores no fueron capaces de dar la vuelta a un texto no vinculante, sin objetivos cuantitativos, y sin plazos definidos.
La decepción de público y crítica generada por COP15 provocó que en Cancún (COP16, 2010) se estrenara una mera obra de transición que ha acabado por trasladar toda la atención a Durban, aunque sin generar tanta expectación como en Copenhague: este año la afluencia de público se ha reducido a casi la mitad, unos 15.000 espectadores. Muchas voces hablan del fin de un ciclo, de la necesaria renovación de Naciones Unidas, una directora teatral cuya credibilidad se ve cada vez más minada puesto que no es capaz de apropiarse de la autoridad que ejercen los principales actores de su compañía a la hora de hacer teatro.
Los grandes emisores como Estados Unidos o China, actores muy influyentes pero rebeldes, adheridos al movimiento climático de Naciones Unidas pero que nunca siguieron Kioto, apenas se han sentido a gusto en las obras de Naciones Unidas, y en Durban han pasado de puntillas sin llegar a ejercer un papel tractor sobre el resto de actores participantes para establecer un acuerdo vinculante de reducción de emisiones.
Los actores de la escuela BRIC, con un destacable potencial interpretativo, van adquiriendo cada vez más relevancia pero en COP17 ha vuelto a quedar de manifiesto que no están dispuestos a interrumpir su desarrollo a cualquier precio. Por su parte la Unión Europea, actriz de método, ferviente defensora de Kioto, pierde caza vez más peso específico, aunque su estrategia de reducción de emisiones, casi una obligación por sus escasas reservas energéticas propias, está dando sus resultados.
Considerando el repaso expuesto sobre la carrera de Naciones Unidas en el género climático, podemos concluir que COP17 ha resultado ser, de nuevo, una obra presuntuosa que debe hacer recapacitar a su directora sobre el método bajo el cual se desarrolla la interpretación de los actores. Unos actores cuyo papel es realmente modelado por sus intereses en materia energética, hecho enmascarado al público en general provocando que, como espectadores, asistamos a la representación de una pantomima en vez de a una una obra dramática,seria y trascendente.
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