Era
el cielo la trenza plateada de una anciana, un mar de mercurio surcado
por peces voladores, galeones piratas sin rumbo ni tesoro. Era invierno y
llovía. Sorteando la arista de algún paraguas despistado y los charcos
en los que tu paso dibujaba coronas de agua llegamos a Barcelona, Daniel
y yo, y presentamos su libro.
Lo
periódicos adornaban sus portadas con el apocalipsis habitual. Mientras
Europa asistía impasible a los golpes de Estado que permitían a los
mercados colocar a tecnócratas usurpando la soberanía que el pueblo
deposita en las urnas, nosotros jugábamos a reflexionar sobre este
tiempo que algunos llaman posdemocracia. Son urnas sí, pero cada vez más
funerarias.
Barcelona
vestida de frío es hermosa. Como todas las ciudades con mar cuando es
invierno y cada abrazo en un portal suena a despedida y los plátanos de
los bulevares parecen las manos crispadas del que reza o maldice.
Volvimos
a Madrid y el golpe de las ruedas del avión contra la pista me recordó
la cita del domingo. El avión estaba en penumbra y Madrid bostezaba.
El
domingo pensaré en ti. En tu grito como otro puño levantado en un
atardecer lleno de promesas, en la luz de este invierno de mercurio y
sol de domingo. Camino del colegio pensaré en las nuevas primaveras que
ha de parir este diciembre en el que ellos vestirán de gris y tú de
futuro.
Yo
este domingo iré a votar. Consciente de que participar en democracia no
es sólo introducir el sobre en la urna. También lo es ocupar la calle,
convertir las plazas en ágoras de debate efervescente, militar,
participar del tejido asociativo de la sociedad civil, comprometerse
cuando la ocasión lo exige, estar alerta, no sucumbir, soñar aunque todo
sea relámpagos y cuchillos.
Iré a votar pensando en ti. En tu exigencia de una democracia real, efectiva, voz de todos los ciudadanos.
Aunque el día sea gris, como lo es el hormigón con el que se hacen los cimientos sobre los que se construyen nuestros sueños.
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