1. Europa en el abismo.
Las autoridades europeas, la Comisión y el Banco Central Europeo,
están llevando a Europa al borde del abismo. Se habla todos los días de
la situación extrema de Grecia, pero no es solo ese país el que está
siendo literalmente saqueado y arruinado por las desastrosas medidas que
se están aplicando para salvar los intereses de los grandes grupos
financieros y empresariales europeos. Son muchos más.
Las políticas “de austeridad” son meros recortes en el gasto social y
en los salarios directos e indirectos y diferidos (sanidad, educación,
pensiones…) orientados a limitar el disfrute de derechos sociales
conquistados hace décadas con gran esfuerzo por las clases trabajadoras
en beneficio de los grandes capitales. Y día a día estamos viendo que
de esa manera no solo no se sale de la crisis sino que, por el
contrario, están provocando una nueva recesión que incluso denuncian
organismos internacionales neoliberales como el FMI o Estados Unidos
porque no les conviene que Europa llegue a una situación de impago
generalizado como la que se nos viene encima.
Las autoridades europeas están siendo incapaces de asegurar la
financiación a las empresas a pesar de haberles dado cientos de miles de
millones a los bancos, de modo que miles de ellas siguen cerrando y
generando más desempleo y una situación de deterioro productivo que
pronto puede llegar a ser irreversible.
Sin reformas que garanticen una nueva forma de actuar del sistema
financiero y sin impulso público que sostenga a la actividad empresarial
y al consumo hasta que se recuperen por sí solos, las autoridades
europeas están generando un problema fatal de demanda.
Y cayendo día a día la actividad y por tanto los ingresos, la deuda
sigue aumentando sin cesar mientras que la complicidad del Banco Central
Europeo con los bancos privados deja a los gobiernos en manos de “los
mercados”, encareciendo la ya de por sí dificultosa y escasa
financiación y provocando una gigantesca amenaza que ya es prácticamente
una realidad: Europa no puede pagar la deuda que acumulan sus
gobiernos y empresas y familias. Es materialmente imposible que puede
hacerse y mucho menos con la pérdida de ingresos que se produce en los
países más endeudados como consecuencia de las políticas que se están
imponiendo.
Y para colmo, no solo no se resuelven los gravísimos problemas
económicos que se extienden como una mancha de aceite por toda Europa,
sino que las instituciones resultan impotentes, incapaces de coordinarse
con efectividad, de transmitir liderazgo y confianza a ciudadanos y
empresarios y de tomar decisiones con rapidez y eficacia. La inicial
crisis financiera se ha convertido finalmente en una auténtica crisis
política que paraliza a Europa que pone en peligro su estabilidad social
y que puede llevarnos a un conflicto de grandes proporciones.
2. No hay solución en el marco político en el que quieren moverse los dirigentes europeos.
El empecinamiento en mantener las políticas de recorte de gasto
social y los privilegios a la banca impide que los problemas económicos
de las economías europeas se puedan resolver, ni siquiera con los
sacrificios cada vez mayores que se les están imponiendo a la población.
Que nadie se engañe. Es materialmente imposible salir del agujero en
el que nos encontramos con las políticas que se están aplicando.
Estrujar hasta la extenuación a los países y a los pueblos, como en
Grecia, Irlanda, Portugal, Rumanía u otros muchos de la Unión solo están
produciendo una destrucción fatal y quizá permanente de sus aparatos
productivos y una quiebra social sin precedentes en nuestro continente.
Abortando sus mecanismos de generación de ingresos es una estupidez
pensar que los países endeudados puedan pagar la deuda y salir adelante.
Hablemos claro. No se trata solo de errores doctrinales. La
insistencia de los grandes grupos financieros en imponer a Grecia y
otros países medidas cada día más restrictivas y antisociales son ya
conductas sencillamente criminales que hay que repudiar por inútiles y
por salvajes. No hay derecho al ensañamiento vil de los poderes
financieros. No tienen derecho a destrozar las economías y a arruinar a
los pueblos de la manera en que lo están haciendo y las autoridades
Europas deben dejar ya de actuar como sus siervos para imponerlas sin
piedad.
Estas medidas no pueden resolver los problemas que hay sobre la mesa
sencillamente porque estos derivan de fallos estructurales en la
construcción de la unión monetaria, o mejor dicho de fallos
“estratégicamente” estructurales porque responden a un diseño
deseadamente imperfecto desde el punto del equilibrio y la justicia
global pero que garantizan unas condiciones inmejorables para el capital
europeo. Me refiero, por ejemplo, a la falta de mecanismos de
coordinación de las políticas económicas, a la ausencia de una hacienda
europea y de un presupuesto suficiente, a la renuncia de disponer de un
auténtico banco central que financie a los estados cuando estos lo
necesiten para no hacerlos esclavos de la banca privada, a la falta de
supervisión financiera centralizada que hubiera impedido los desmanes de
las entidades financieras, o de instituciones que garanticen la
gobernanza democrática y el control efectivo de los poderes informales
que se superponen sobre las instituciones representativas. Y eso por no
hablar de la falta de pluralismo y del fundamentalismo que guía las
políticas que se vienen llevando a cabo a pesar de que la realidad
muestra día a día que no son las adecuadas para mejorar el rendimiento
económico y mucho menos para aumentar la equidad y los equilibrios
territoriales y personales en los distintos países y en el conjunto de
la Unión.
3. El mal diseño del euro produce más inconvenientes que ventajas.
Los daños que está produciendo en los últimos años el defectuoso
diseño de la unión monetaria, o mejor dicho, su diseño orientado
simplemente a proporcionar un área de óptima rentabilización a los
capitales, están empezando a ser ya insoportables.
Es verdad que la pertenencia al euro ha conllevado muchos beneficios.
Ha proporcionado sinergias, ahorro de muchos costes, intercambios muy
fructíferos, empuje acelerado y modernidad a estados más atrasados,
referencias inexcusables para mejorar estándares de vida, de
emprendimiento e innovación, e ingresos para poder abordar en muy poco
tiempo transformaciones que hubiera costado decenios llevar a cabo sin
el euro. Y es cierto también que ha proporcionado un encuadre más seguro
a las economías más atrasadas que se han podido aprovechar de la
seguridad que da “viajar” de la mano de economías tan potentes como la
alemana o incluso la francesa en el seno de una zona que estaba llamada a
ser uno de los grandes ejes del desarrollo y la prosperidad mundial.
Pero la realidad es que esas ventajas palidecen si se tienen en
cuenta otros problemas derivados, como acabo de señalar, de haber puesto
la unión monetaria al servicio de los grandes capitales y de su
renuncia a avanzar hacia la conformación de un espacio auténticamente
integrado y equilibrado.
Los países de la periferia hemos perdido nuestros mejores activos y
el control de nuestras principales empresas y redes, que hemos tenido
que vender a los capitales europeos más potentes, y así, nuestras
economías son ahora mucho menos competitivas y está mucho más
concentradas en torno a grupos de poder y decisión cuyos intereses nada
tienen que ver con el desarrollo de nuestras capacidades productivas o
con el aumento de nuestros ingresos.
Nuestras grandes empresas se han beneficiado de formar parte del
espacio común que les ha dado alas para saltar al global pero eso ha
supuesto pérdida de empleos, extraversión de ingresos y renuncia a
nuestra capacidad de decisión sobre intereses nacionales estratégicos.
Hemos recibido muchos ingresos de Europa pero no han servido para
reducir significativamente nuestros deficits sociales ni para reducir
nuestras desigualdades. Todo lo contrario. Hemos perdido capacidad de
maniobra y ahora hemos de nadar con las manos y pies atados justamente
cuando las aguas se ponen más bravas y difíciles.
Es verdad que todo ello ha sido también por culpa nuestra. No podemos
responsabilizar de todo a Europa. Pero no lo es menos que en el marco
en el que actualmente se mueven las políticas europeas resulta muy
difícil hacer otra cosa. El discurso oficial precisamente se basa en
difundir la idea de que “lo impone Europa” y que es “imposible” llevar a
cabo otras políticas que nos sean las que dictan sus autoridades.
Por eso hay que acabar con aseveraciones que solo son verdades a
medias. Se podría haber avanzado por otros caminos sin necesidad de
haber roto con Europa: incrementando la justicia fiscal, modificando
nuestras prioridades y especialidades productivas, aumentando la
inversión en el gasto público y social necesario para impulsar la
actividad productiva y la vida empresarial creadora de empleo y, sobre
todo, se podría haber actuado con mayor independencia respecto a los
centros de poder de Europa levantando nuestra voz en lugar de limitarnos
a ser siervos obedientes de los grupos de poder económico y financiero
que dominan las instituciones europeos.
Dicho de otro modo: los dos partidos que se han alternado en el
gobierno en estos últimos años podrían haber sido más fieles a los
intereses nacionales y haberlos defendido en Europa en lugar de ceder
España al capital extranjero, como han hecho de la manera más explícita
mediante privatizaciones y aplicación de normas en su beneficio. Y el
resto de las fuerzas sociales deberíamos haber estado más acertados a la
hora de impulsar la lucha contra todas las injusticias y daños que ha
provocado nuestra inadecuada entrada en el euro y los efectos que hemos
venido padeciendo por culpa de ello.
4, Ha llegado el momento de hacerse oír.
La situación europea que está creando la crisis política que se añade a la financiera y económica es de emergencia.
A punto de entrar en otra recesión, con una deuda gigantesca que es
imposible pagar, como he señalado, y sin capacidad efectiva de decisión
política por parte de las autoridades europeas (como demuestran las
idas y venidas, las contradicciones y retrasos continuos en la toma de
decisiones y en su aplicación) solo queda como alternativa a corto
plazo para evitar el derrumbe definitivo de Europa tomar medidas
urgentes como las siguientes:
- Que el Banco Central Europeo se haga cargo de la financiación de la deuda de los estados. Que se organice una quita o reestructuración generalizada de toda ella y que se planee un plan de pagos a medio y largo plazo que no lleve consigo la ruina de Europa sino que garantice la generación de ingresos en todos los países. Dicho con palabras que todo el mundo entiende: tal y como salvaron antes a los bancos, tienen que salvar ahora a los pueblos, a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos que crean empleo y a las economías en general.
- Debe crearse una institución pública financiera en Europa que inmediatamente garantice recursos a empresas y consumidores.
- Ha de ponerse en marcha un plan urgente de reactivación de la actividad basado en el impulso de nuevas líneas productivas. Una especie de “Plan Marshall” europeo que posiblemente debería contar con el apoyo internacional en el marco de acuerdos globales sobre nuevos estilos de gobernanza, política y justicia global.
- Igualmente, es imperioso llevar a cabo un plan urgente de fortalecimiento democrático de las instituciones europeas y de coordinación de las políticas que permitan aplicar todo lo anterior, sobre todo, limitando el poder financiero y la influencia decisiva que viene teniendo las operaciones especulativas.
Soy consciente de la dificultad de poner en marcha planes como estos.
Mejor dicho, estoy completamente seguro de que no se van a llevar a
cabo mientras predominen los intereses que hoy día gobiernan Europa y
mientras que los poderes que la dominan no tengan enfrente, en la calle y
en las instituciones, contrapesos contundentes y de suficiente
envergadura.
Por eso creo que a estas alturas ya no basta con reclamar estas
medidas y ni siquiera con esperar o confiar en que la sensatez o el duro
enfrentamiento con la realidad obligue a modifique su actuación a las
autoridades europeas. No creo mucho en los milagros.
Hay que forzar la situación y al mismo tiempo hay que evitar que el
tsunami que están provocando las desastrosas políticas de los poderes
europeos nos arrastren. Por eso creo que la mejor alternativa para la
economía española es salir del euro. Se que se trata de una posibilidad
ni siquiera contemplada en los tratados pero que, en ese caso, se puede
adoptar sencillamente como una alternativa de facto. No es ninguna
opción irreal ni nos llevaría al desastre. De hecho, si no cambia la
orientación de las políticas actuales (y no cambiarán sin medidas de
presión como la amenaza de que países como España digan ¡Basta ya!)
terminaremos todos fuera del euro. Pero saliendo deprisa y corriendo,
con el rabo entre las piernas y huyendo de la quema.
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