Supongo que me pasará como pasa cuando ves a algunos niños de ciento en viento, que un par de años los transforma en adolescentes y otro par en adultos, sin que por el medio tenga uno conciencia de la cambios que se obran en esas personas, más que el susto que te llevas por el tiempo que por ti mismo ha pasado sin darte cuenta. Por el contrario los tuyos, los que ves crecer día a día, te haces la falsa idea de que son algo permanente en tu vida, hasta de repente echan a volar y desaparecen dejando el rastro de un amargo vacío.
En Canfranc encuentro los cambios amargos de la crudeza de estos tiempos en los que vivimos amenazados por la disparatada situación económica y laboral que nos ha regalado la descarada juerga de la banca y la inconfesable bajeza de los políticos. El encanto que regalaba la nieve, que es el principal recurso de este valle de la mano del turismo y el esquí, llenaba las calles de gente joven que en invierno venían con el insti y en verano con los campamentos. En torno a esa actividad se generaron modelos de empleo cooperativos que llegaron a tener un desarrollo y un peso específico en el sostenimiento de la zona, con un modelo sostenible adelantado a su tiempo entonces, y quizá por eso en decadencia hoy.
Por supuesto, llegó la hora del ladrillo y empezaron a construir apartamentos y casas a degüello, a unos precios absolutamente desorbitados que al día de hoy se mueren de aburrimiento por el absoluto vacío de sus habitantes.
Y así las cosas, de los que aquí vivían buena parte se han esfumado porque el empleo antes desbordante se ha esfumado de la noche a la mañana, dejando tras de sí unos cuantos rincones fantasmagóricos de mi memoria, llena de gente ausente entre los que se encuentra Labordeta, que era alguien que secretamente mantenía vivo este paisaje encantado del Pirineo, pero en peligro de extinción por falta de paisanaje.
Por suerte quedan las personas incombustibles de la resistencia que mantienen viva la llama a pesar de todas las dificultades. Esas personas que son las realmente insustituibles aquí y en todas partes, son las que realmente hacen que la vida siga latiendo y que la llama peculiar que ondea en este rincón del Pirineo de bandera tricolor al viento, de calor a esa vida distinta que hizo subir tantas canciones y tanta risa en otro tiempo.
Perdonen mi melancolía, pero es que me ha dado un ataque de otoño en pleno invierno, y la vida se me escapa.
Jesús H. Cifuentes - el norte de castilla -
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