lunes, 20 de septiembre de 2010

CIUDADANO LABORDETA (DE LUISA FERNANDA RUDI)

Conocía a José Antonio Labordeta de habernos cruzado por las calles de nuestra Zaragoza por las que él gustaba pasear o por coincidir en algún acto institucional, pero nunca se me pasó la idea de que pudiéramos encontrarnos como compañeros de escaño en el Congreso de los Diputados.
Su paso por el Congreso se correspondió con su necesidad de elevar la voz y el tono de su compromiso
Fue en esos años cuando tuve la oportunidad de descubrir a un Labordeta inédito para muchos hasta entonces, que con determinación y con ese punto de vehemencia que solo unos pocos pueden exhibir sin faltar a su coherencia, reivindicaba desde la tribuna de oradores al Gobierno de turno un mejor trato para Aragón al tiempo que proclamaba sus creencias de hombre de izquierdas siempre que se le brindaba alguna oportunidad.
Es cierto que José Antonio ya actuaba en clave política desde hacía tres décadas, cuando escribió Cantar y callar o también con su Canto a la libertad, y seguramente su paso por la Carrera de San Jerónimo se correspondió sobre todo con su necesidad vital de elevar la voz y el tono de su compromiso y la defensa de sus ideales. Y lo hizo con constancia -en los Diarios de Sesiones quedan registradas sus numerosas intervenciones-, con naturalidad, con sentido común, con pasión, y hasta con visibles y encendidos enfados pero, sin lugar a dudas, con la intención última de quien busca lo mejor para aquellos a los que representa.
Muchas veces, desde el sillón de la Presidencia de la Cámara, tuve la sensación de escuchar a un ciudadano común que, sin más ataduras e intereses que su amor por Aragón y por España, trasladaba a sus señorías los argumentos sencillos y cotidianos que con él podían compartir millones de españoles. Un ciudadano como cualquier otro, ni más ni menos, hablando en la tribuna del Congreso de los Diputados. Por eso Labordeta caía tan bien.
Ayer por la tarde fui a ofrecer un último adiós a José Antonio en la capilla ardiente instalada en las Cortes de Aragón -la que fue su primera casa política durante unos años- y viendo a los cientos de personas que en silencio aguardaban en las inmediaciones para despedirse comprobé, una vez más, que mereció la pena conocer a Labordeta.

Luisa Fernanda Rudi

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