miércoles, 22 de diciembre de 2010

CUENTO DE NAVIDAD (CIFU)

El sonido de la lotería rellena la banda sonora de la mañana. Número tras número, las radios de todas las tiendas del barrio te van persiguiendo mientras vas por el pan y a por unos champiñones para la cena de esta noche, con los colegas del colegio de la pequeña.
Los petardos que suenan por todas partes te explican que han dado vacaciones en los institutos, que la riada juvenil está saliendo desaforada de su indolencia crónica para festejar la libertad repentina de la ausencia temporal de los despertadores.
Vuelve de nuevo, como cada navidad, ese sentimiento extraño e inclasificable de no saber dónde esconderse ante tanto alboroto explosivo de felicidad que resulta increíble y ajeno, por más a gusto que uno esté con su vida. Pero es que es como una intromisión violenta el que ese sentimiento ficticio no deje de tocar los cojones por donde quiera que vayas. De hecho, están las cosas para poca verbena ficticia. Sin ir más lejos, un colega la noche anterior me contaba desesperado, que llevaba repartiendo curriculums a diestro y siniestro desde hace ya varios meses, y que ya no tenía más opción que irse a cataluña en busca del curro que aquí no aparece ni le deja seguir paseándose por su vida, la querencia y aspiración de todo hijo de vecino.
Preparo en casa los champiñones siguiendo una receta que he visto en internet de champiñones marinados. Es el rato que tengo para descansar de todo este aceite navideño y según voy cocinando me pongo la musiquita en el Spotify. Elijo a José González (se lo recomiendo) mientras troceo los champis con todo el amor del momento en el que pienso cómo van a resultar en el paladar de mis colegas de la cena de esta noche.
Los chicos están por ahí con sus amigos. Está cayendo una cortina de lluvia incesante, y estos que van no sé a qué estética debida en camiseta de tirantes. Pero yo sigo troceando los champiñones en las láminas más finas que yo y mi cuchillo damos de sí. En la cocina se está agustísimo, pero de repente la música de fondo me atrapa por el subsuelo, y alguna lágrima que se me cae sin saber muy bien por qué, forma parte del aliño de mi receta.
La lotería cayó finalmente en Barcelona. Es donde mi amigo va a emigrar. Mi amigo siempre tuvo la esperanza de la lotería, de un golpe de suerte que transformase todo en unas vacaciones. Quizá la encuentre en otro sorteo. En el entretanto mi amor llama a la puerta, y la bondad de su presencia hace que la vida se reanime, que emerja la sonrisa.

Jesus Cifuentes

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