En el azar de la vida se puede caer sentado o directamente romperte la cabeza, sin tener siquiera ocasión de poder atisbar las bondades que puede llegar a tener la existencia, tan cargada a su vez de miserias.
En este sumidero existencial en el que la vida se nos va escapando, conviven entre la vorágine de millones de caras, desiguales situaciones vitales, cada una de ellas vestida con trajes variopintos, que van desde Armani al taparrabos, pasando por el mono de trabajo o la camiseta bien sudada, y es muy difícil en ocasiones ser capaz de cambiar a lo largo de la vida de uno a otro.
Deberíamos preguntarnos quizá más a menudo por esas zonas de donde mana la miseria, tanto la económica como la mental, para asistir de una buena vez a un intento verdadero de agarrar el toro por los cuernos y poder empezar a construir una realidad social distinta y más esperanzadora.
Esta semana ha fallecido Antonio Puerta, el hombre que agredió al profesor Jesús Neira en 2008. Su cuerpo sin vida fue hallado en el baño de un domicilio de la calle General Varela de Madrid, donde vivía en los últimos meses con su madre. Todo parece indicar que se trata de una sobredosis, según fuentes judiciales. Su abogado asegura que estaba "hundido" tras su estancia de 18 meses en la cárcel. El fallecido golpeó el 2 de agosto de 2008 a Neira cuando el polémico profesor salió en defensa de Violeta Santander, novia de Puerta, a la que estaba golpeando a la entrada de un hotel de Majadahonda. Puerta, de 46 años, se encontraba en libertad bajo fianza a la espera de juicio por la agresión a Neira.
Y esta es una escena que se repite a diario en el barrizal lumpen de unas vidas que podrían haber tenido esperanza, que podrían haber aprendido a asomarse a un respeto en la convivencia si hubieran podido encontrar la ocasión de hallar un brazo extendido por parte de una sociedad que no fuera tan asfixiante con las zonas “torcidas” de la manada.
Está claro que su acción fue de todo punto de vista recriminable y desafortunada, que no era ningún angelito y que estaba desdibujado por el infierno de las drogas que convierten a las personas en sacos vacíos, pero si hemos de analizar el marco de oportunidades que se ha brindado a este tipo, y a tantos como él, la lista de culpables nos llega a salpicar a todos. Las cárceles están repletas de historias salvajes que probablemente habrían podido ser otras.
Sin embargo, la otra cara de la vida ha conseguido sacar de los infiernos a esos pobres mineros chilenos que estaban enterrados a 700 metros, menos mal. Unos van y otros vienen.
Jesús H. Cifuentes -el norte de castilla-
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