Para el capitalismo, los ciclos de bonanza y crisis son inherentes a su funcionamiento. Son el producto de la descoordinación y anarquía con que el capitalismo opera, donde períodos de superinfladas inversiones, con incrementos en las ventas y en las ganancias son seguidas por períodos de sobreproducción que conducen a la caída de las tasas de ganancia y al aumento en el desempleo.
Marx hizo la distinción que esta sobreproducción es en relación a la capacidad de los capitalistas para vender a precios que generen gancias, y no en relación a las necesidades humanas. Un sistema racional basado en la planificación de la producción y la distribución podría hacer uso del excedente en infraestructura para mejorar la calidad de vida humana.
Bajo el capitalismo, el crecimiento puede sólo ser reasumido una vez que cierta cantidad de capital acumulado es destruido o drásticamente devaluado, un proceso que sólo acarrea miseria para las masas obreras. Así el ciclo comienza otra vez. En el seno de estos ciclos yace un patrón de mayor alcance, el que Marx identificó como "la tendencia de la tasa de ganancia de caer", de lo cual viene que las recesiones se intensifiquen y los años buenos sean cada vez más cortos e insignificantes.
Como todo sistema dinámico cíclico, los ciclos del capitalismo del siglo 19 fueron diferentes a los que está enfrentando ahora en su edad madura. Dos razones explican este fenómeno. La primera es que el capitalismo competitivo se ha convertido en lo contrario. La relativa libertad competitiva del capitalismo incipiente entre pequeñas unidades productivas cedió lugar a la concentración y centralización del capital en unidades cada vez más grandes.
Junto con este proceso existe la tendencia al incremento de la productividad laboral. La necesidad de abarcar más extensos mercados obliga a cada capitalista a invertir en tecnología que reduce la cantidad de trabajo y tiempo necesarios para la producción de un determinado bien, y por lo tanto también su costo.
El capitalismo que primero usa esta tecnología tiene una ventaja sobre sus competidores, al menos hasta que éstos adopten métodos similares. Este proceso, constituido por las carreras de capitalistas individuales por ganancias a corto plazo, conduce a largo plazo a la disminución del elemento que genera la plusvalía (ganancia) en el proceso productivo, la fuente de la ganancia ... el trabajo.
El trabajo es lo que produce valor, la cantidad de trabajo necesario para producir un producto es lo que determina su valor. La ganancia es la diferencia entre lo que el capitalista gasta en todos los elementos necesarios para la producción y lo que recibe cuando vende el producto.
Marx llamó a la diferencia entre el tiempo laboral necesario (el tiempo de trabajo necesario para igualar lo que gana de sueldo) y el tiempo laboral excedente (el tiempo de trabajo apropiado sin compensación por el patrono) la tasa de explotación. Esta tasa de explotación es constantemente incrementada bajo el capitalismo porque con el incremento de la productividad, la cantidad de tiempo necesario para satisfacer las necesidades de los trabajadores baja.
Pero los capitalistas miden su éxito no por la tasa de explotación, sino por la tasa de ganancias, esto es, cuánto valor extra obtienen sobre el total de sus gastos. Pero mientras la productividad crece, la mano de obra (capital vivo) se vuelve un componente cada vez más pequeño de la producción con relación a la maquinaria (capital inerte) que se torna en un componente más grande.
Así, las ganancias a corto plazo que un capitalista en particular obtiene por medio de inversiones en nueva maquinaria para mejorar su competitividad conducen a un mayor gasto en maquinaria comparada con el de la mano de obra. El resultado es que, a largo plazo, la tasa de ganancias cae. Pero el capitalismo es conducido por la obtención de ganancias. Irónicamente, el mismo proceso de acumulación que guía al capitalismo es también el proceso que lo debilita.
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